“Nunca te acerques a un toro
por delante; a un caballo
Por detrás ni a un idiota
por ningún lado”.
En medio de este todo se sabe, como si fuese una irrefutable verdad; me viene a la mente aquello de que, en el mundo de la inteligencia, no se conocen barreras cuando de intereses comunes se trata, muy a pesar de que por igual es bien sabido, sin importar las argumentaciones y más, viniendo de políticos, que, por igual, el dinero no tiene olor ni color único, ni sumidero por el que no pase.
Me dijo un amigo sabihondo que nunca olvidará que las leyes son hechas por los políticos y que nunca aparecerá una que vaya en contra de sus intereses personales o, al menos, que no dejen un bajadero por donde se pueden escabullir de las mismas. Y esto lo estamos viviendo desde hace mucho tiempo, donde muchos jueces, más que humildes pecadores, se manifiestan como horondos príncipes señalados por el Señor, donde el oropel y la arrogancia, tanto en la figura como en la palabra, son su mejor carta de presentación, sintiéndose por encima del bien y del mal, pero que solo son buceadores entre el fangal político, en busca de alguna posición preponderante dentro del estamento judicial.
Lo cierto es que, por la política, la inobservancia de las leyes y reglamentos vigentes, la policía se ha distanciado de sus obligaciones, con la velocidad con que un témpano de hielo se aparta del iceberg al cual estuvo adherido.
Ya, el poder distinguir entre un político y un juez o fiscal es difícil hasta para los más letrados. Entre uno y otro han creado todo tipo de entramado para que al final reine lo de siempre, es decir, la impunidad y el blindaje político. Como algo farandulero, se han creado infinidad de órganos en el supuesto de ponerle fin a la corrupción dentro del Estado, como ese —supuestamente— de pagar hasta el 20% por hacer determinada obra, y nada ha pasado; más bien, el negocio se ha sofisticado más, es decir, que en vez de solicitar el 20 por la obra entera, la dividen hasta en 5 porciones para “ayudar” a los compañeritos, pero, entonces, le cobran el 20 a cada uno. Tremendo negocio.
Y, ese accionar, por ser la policía algo más distintivo, es donde con más fe se hace notar esa desgraciada práctica, la cual incluye hasta los absurdos ascensos que se verifican dentro de ese órgano, por unos pesos más o unos pesos menos. Algo sin sentido, donde cada uno hace lo que le viene en ganas, inclusive el estudiar cualquier cosa para luego chantajear la institución con ascensos y designaciones que para nada tienen que ver, ya que, si usted estudia algo fuera de lo establecido por la organización, en nada queda obligada con usted.
Ahora es la nueva ley, como la panacea que resolverá el problema existente y, más temprano que tarde, se darán cuenta de que no es así, ya que el problema no es la ley, sino la aplicación de esta. Lo cierto es que, por la política, la inobservancia de las leyes y reglamentos vigentes, la policía se ha distanciado de sus obligaciones, con la velocidad con que un témpano de hielo se aparta del iceberg al cual estuvo adherido.
Si no fuese así, ya habrían notado algo tan simple como que, solo haciendo cumplir con las señales de no estacione, no estacione en esta calle o no estacione de este lado, el tránsito fluiría decentemente, pero no, porque ya los políticos que dirigen este organismo tienen por lección aprendida que una promesa bien formulada —como la falsa publicidad y sus encantos— es lo que la gente ya desesperada quiere oír y, por lo tanto, así lo creen. Solo bulto y parafernalia. ¡Sí, señor!
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