Esto fue un sueño que yo tuve…

Aunque, como dice el sabio refrán popular, “el corazón de la auyama solo lo conoce el cuchillo” —es decir, solo el verdadero dueño del Jet Set conoce y puede dimensionar el peso de su conciencia y responsabilidad frente a la reciente tragedia ocurrida en esa discoteca-, si se quiere, me aventuro a escribir estas líneas, toda vez que, si yo fuera el dueño del citado negocio (gracias a Dios no lo soy), humilde y honestamente, trataría redimirme ante la memoria de los fallecidos y ante el dolor inconmensurable de los de sobrevivientes, sus familiares y de una sociedad, como nunca antes, enlutada.

La tragedia es tan profunda que, aunque las muertes no hayan sido producto de una acción intencional del dueño o gestor del local, el dolor individual y colectivo —que no distingue entre dolo o imprudencia— es tan desgarrador como el provocado por el acto terrorista más brutal. Por ello, la redención, como expresión de un arrepentimiento sincero, sería el único camino digno ante una desgracia sin precedentes.

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Antonio Espaillat

Así pues, si yo fuera el dueño del Jet Set, desde lo más profundo de mi alma, buscaría redimirme ante toda persona directa o indirectamente afectada por la tragedia del 8 de abril. En pocas palabras: intentaría redimirme ante el pueblo dominicano.

Ahora bien, para hacer de la redención una práctica, si yo fuera el dueño del Jet Set, mi primera actuación consistiría en – de manera pública y simultánea por todas las emisoras, canales, plataformas y medios de mi propiedad – pedir perdón a la memoria de los fallecidos, a los sobrevivientes, a los familiares de éstos y a la sociedad dominicana, por la desgracia ocurrida en una discoteca propiedad de mi familia y mía desde hace más de 50 años, asumiendo, exclusiva y absolutamente, la responsabilidad de lo ocurrido, sin buscar culpables exógenos, inclusive, dejando fuera y de lado, en un primer momento, la muy probable co-responsabilidad estatal por la falta de vigilancia y supervisión. En pocas palabras, sin dudarlo, me enfrentaría cuanto antes a la verdad.

Acto seguido, si yo fuera el dueño del Jet Set, me pondría a disposición del Ministerio Público (me entregaría), y pediría que se me procesara por homicidio, heridas y golpes involuntarios por los hechos fatídicos recientemente verificados en la discoteca Jet Set. Es decir, interpondría formal denuncia y/o querella penal en contra de mí mismo. En pocas palabras, una desgracia sin precedentes, amerita actuaciones sin precedentes.

De igual modo, si yo fuera el dueño del Jet Set, mientras transcurre el proceso penal, asumiría, voluntariamente mi reclusión inmediata en prisión, comprometiéndome a no promover incidentes, excusas o circunstancias atenuantes que puedan entorpecer el proceso y la intervención en tiempo récord de una sentencia condenatoria. Es decir, me auto impondría prisión preventiva como medida de coerción y colaboraría de manera irrestricta con la investigación y el proceso penal. En pocas palabras, sería un imputado ejemplar.

Obviamente, si yo fuera el dueño del Jet Set, lo más difícil y complicado de este proceso de redención, consistiría en el acto voluntario de entregar todo o casi todo mi patrimonio para resarcir, al menos económicamente, a las víctimas (aquellos directamente ofendidos) por la desgracia ocurrida en la discoteca de mi propiedad.

En pocas palabras, en un acto de desprendimiento total, pondría, prácticamente, el cien por ciento de mi patrimonio a disposición de las víctimas del Jet Set, pidiendo retener un mínimo de recursos para vivir una vida digna, junto a mi familia, luego de cumplir la pena de prisión que por sentencia firme se me imponga. Como en el merengue “La Gallera” de Juan Luís Guerra, lo perdería todo, o casi todo, con tal de redimirme frente al pueblo dominicano.

Entonces, si yo fuera el dueño del Jet Set, como en la película ¿Cuánto vale la vida?, protagonizada por Michael Keaton, procuraría establecer una fórmula justa y equitativa para indemnizar a cada una de las familias afectadas, asegurando que ninguna vida valga más que otra.

En pocas palabras, intentaría que ninguna vida cueste o valga más que otra. Si la muerte en un acto democrático, si se quiere, maldito, situó, de golpe y porrazo, en un mismo estatus a tan diversas clases sociales, ninguna vida ahí perdida puede costar o valer más que otra.

Lo anterior, sin dejar de lado el debido resarcimiento económico a los sobrevivientes, en proporción a las lesiones padecidas y a los traumas psicológicos, probablemente, insuperables.

Pero recuerden: todo esto fue solo un sueño. Un sueño que tuve…

Aunque, como bien dijo Eduardo Galeano: “Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”

Salvador Catrain

Abogado

Es egresado de la facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM-RSTA). Obtuvo su titulación de Magíster en Derecho Público y Constitucional en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Forma parte del profesorado de su Alma Máter, PUCMM-RSTA, especialmente en Derecho Constitucional, Derecho Administrativo y Derecho Procesal Constitucional, entre otras materias. Socio-manager de la firma de abogados Catrain & Vega

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