Cada 13 de octubre, el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres nos recuerda una prioridad de política pública: prevenir antes que reparar.

En 2025, el mensaje es claro: financiar la resiliencia es más eficiente que financiar los desastres.

Se trata de avanzar, juntos, de la reacción tardía hacia la inversión preventiva y oportuna, con el fin de evitar pérdidas, proteger vidas, fortalecer el desarrollo humano sostenible y cuidar las finanzas públicas.

Más vale prevenir que curar. Por más difícil que resulte —y aunque parezca obvio—, la realidad es sencilla: los desastres tienen un alto costo; lo que no logramos prevenir encarece la recuperación y genera mayor presión sobre los recursos públicos.

Proteger el capital público es proteger el crecimiento y el desarrollo humano sostenible.

El Informe Regional de Desarrollo Humano del PNUD 2025 para América Latina y el Caribe (ALC)Bajo presión— sitúa la resiliencia como eje para recalibrar el desarrollo y convertirla en inversión prioritaria.

En la República Dominicana, el mensaje cobra vida en una acción concreta y estratégica: proteger las infraestructuras públicas críticas que sostienen la vida cotidiana, los derechos y la productividad —escuelas, acueductos y hospitales, entre otras—.

Cuando un desastre las daña, el costo económico y social se dispara; en cambio, su calidad y resiliencia condicionan cuánto y cómo crece la economía y cuánto avanzamos en bienestar para las personas y para el planeta. Blindarlas no es solo un deber moral colectivo: es una apuesta estratégica que fortalece la estabilidad y la resiliencia macroeconómica. Aulas que no se cierran, hospitales que siguen funcionando y acueductos 24/7 actúan como amortiguadores ante eventos extremos; cuando fallan, se interrumpen servicios, se frena el aprendizaje y la salud, y se resiente la economía. Asegurar y reforzar estos activos permite preservar vidas, reduce el shock fiscal ex post y acelera una trayectoria de desarrollo más inclusiva y sostenible.

Caja de herramientas RD: del diagnóstico a la inversión

República Dominicana no parte de cero. El país cuenta con un Código de construcción, unificado, recientemente presentado por el Ministerio de Vivienda y Edificaciones -MIVED- para obras más seguras, formales y sostenibles.

Dispone además de metodologías estandarizadas y reconocidas internacionalmente para evaluar la seguridad y la resiliencia: el Índice de Seguridad en Centros Educativos (ISCERD) del Ministerio de Educación (MINERD), actualizado con enfoque de género e inclusión, con aportes del Ministerio de la Mujer y CONADIS; el Índice de Acueducto Seguro del Instituto Nacional de Aguas Potables y Alcantarillados -INAPA-, y el marco de Hospitales Seguros aplicado por el Ministerio de Salud Pública y el Servicio Nacional de Salud. A esto se suma una Red de Evaluadores Estructurales (REED) en expansión, integrada por ingenieros y arquitectos del sector público y privado, impulsada por la Oficina Nacional de Evaluación Sísmica y Vulnerabilidad de Infraestructura y Edificaciones -ONESVIE- y fortalecida por la Escuela Nacional de Gestión de Riesgos -ESNAGERI-.

Ya existen infraestructuras críticas evaluadas y una cartera de mejoras en marcha, fruto de un esfuerzo sostenido con la cooperación internacional con el apoyo de donantes y socios como la AECID, la Unión Europea, el Banco Mundial, el CDRI/IRIS (Coalición para Infraestructura Resiliente ante Desastres/ Infraestructura para Estados Insulares Resilientes). Por supuesto, en estos esfuerzos, el Ministerio de Hacienda y Economía y el Ministerio de la Presidencia desempeñan un papel clave, en virtud de sus mandatos en materia de financiamiento, coordinación y articulación de las acciones de prevención, preparación y recuperación.

Esta base instalada permite pasar del diagnóstico a la inversión, alineando normas, capacidades y financiamiento para financiar la resiliencia, no los desastres.

Una agenda de infraestructura resiliente para RD

Falta el paso decisivo: priorizar y financiar intervenciones de alto retorno para infraestructuras que reduzcan pérdidas, mantengan servicios y protejan el espacio fiscal. Este 13 de octubre la propuesta es dejar una señal clara: convertir el lema en resultados medibles en 36 meses mediante lo que podría ser un Plan Nacional de Infraestructura Resiliente, realista, territorializado y de ejecución obligatoria, incorporado a los presupuestos de los próximos tres ejercicios. Comprometernos juntos —por decreto, por contrato y por convicción— a que cada escuela, acueducto y hospital priorizado tenga diagnóstico y mejoras ejecutadas en ese plazo.

Este paso es la oportunidad de implementar la visión detrás prioridades nacionales al respecto. El fortalecimiento y la expansión de infraestructuras de calidad forman parte de las diez metas prioritarias del Gobierno para 2028, mientras que el desarrollo de infraestructuras resilientes y a prueba del clima constituye un eje estratégico de la Estrategia Nacional de Adaptación al Cambio Climático 2015-2030.

Hagamos del lema una realidad compartida y medible: financiar la resiliencia mediante proyectos construidos con la participación activa de las contrapartes y de la ciudadanía, desde su diseño hasta su implementación y seguimiento, con resultados visibles y verificables por las comunidades.

Porque el mejor legado no es solo recuperarse más rápido, sino evitar que las infraestructuras colapsen y garantizar que sigan sirviendo a las personas cuando más se necesitan.

Si la infraestructura pública es el corazón del desarrollo, fortalecerla es una tarea colectiva y una apuesta de política económica y de justicia social.

Ana Pérez

Ana María Pérez Castaño, Asesora de Programas de Reducción de Riesgos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en República Dominicana desde 2006, donde gestiona un portafolio de proyectos dirigidos a la prevención, preparación, mitigación, respuesta y recuperación post desastre. Antes trabajó trece años en instituciones educativas y catorce años en Petróleos de Venezuela, S.A. Ana María es venezolana, española y dominicana. Es economista egresada de la Universidad Central de Venezuela (1983), especialista en Ciencias Administrativas de la misma universidad (1989), máster en Cooperación Internacional para el Desarrollo de la Universidad del País Vasco, España (2004), y tiene un diplomado en Desarrollo Humano de la Universidad Católica Santo Domingo, República Dominicana (2005). Comenzó en el PNUD en febrero de 2005, participando como beneficiaria de un programa de becas promovido por la Universidad del País Vasco y el Gobierno Vasco, iniciándose como Asistente Técnica en Pobreza.

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