Por décadas, la economía global ha aspirado a una integración plena, cimentada sobre acuerdos multilaterales, cadenas de valor eficientes y confianza mutua entre naciones. Sin embargo, esa aspiración, siempre lejana, se ha desvanecido aún más tras los anuncios arancelarios realizados por Estados Unidos el pasado 2 de abril de 2025, que marcan el punto de quiebre de un sistema en el que, hasta ahora, aún se creía.

Desde aquel anuncio, los efectos han sido inmediatos: la volatilidad se ha apoderado de los mercados financieros, las expectativas de inflación se han disparado, y la confianza del consumidor en EE. UU. ha caído a mínimos no vistos desde la pospandemia. En el primer trimestre de este año, la economía estadounidense ya ha mostrado señales de debilitamiento con una contracción del 0,3 %, impulsada por el adelanto de importaciones y un aumento defensivo de inventarios. Analistas coinciden en que la probabilidad de una recesión global ha aumentado.

Estos hechos no son accidentales ni aislados. Son la consecuencia de un largo proceso de acumulación de desequilibrios estructurales y erosión de confianza entre países, que hoy pone en entredicho la viabilidad del crecimiento global sostenible. Lo verdaderamente relevante ahora no es cómo llegamos aquí, sino qué haremos a continuación.

El mundo necesita encontrar un nuevo punto de equilibrio. Esto implica, por un lado, redefinir los roles de los grandes actores globales: un EE. UU. que produzca más de lo que consume, una China que fomente el consumo interno, una Europa competitiva que invierta con audacia, y un sur global más conectado y con instituciones fortalecidas. Pero también requiere algo aún más escaso: confianza.

Confianza en los marcos regulatorios, en las reglas del juego internacional, en los socios comerciales. Y, sobre todo, en que las decisiones de hoy no erosionarán aún más el tejido de cooperación que permitió los avances económicos de las últimas décadas. Porque las economías que carecen de equilibrio y confianza están destinadas a la parálisis, cuando no al deterioro.

Los efectos de operar sin equilibrio son múltiples y profundos. En términos macroeconómicos, se traduce en déficits fiscales insostenibles, patrones comerciales disfuncionales, hogares sobreendeudados y empresas que postergan decisiones estratégicas. A nivel geopolítico, significa fragilidad ante shocks externos, dependencia crítica de proveedores únicos y vulnerabilidad frente a tensiones globales. Todo ello, como hemos visto, genera inestabilidad financiera, reduce la inversión en capital humano y limita la capacidad de innovación.

La historia reciente es clara. Tras el colapso de las negociaciones comerciales globales a inicios de la década de 2010, el sistema se sostuvo gracias a una inercia frágil. La pandemia de COVID-19, la guerra en Ucrania, y ahora las tensiones comerciales reactivadas han puesto en evidencia las costuras de un modelo global que no fue rediseñado a tiempo. Hoy, los riesgos están más distribuidos pero también más interconectados.

No se trata sólo de políticas fiscales o flujos de comercio. La confianza tiene un valor económico tangible. En contextos de alta confianza, los costos de transacción bajan, la información circula con mayor transparencia, y las inversiones se proyectan en el largo plazo. En contextos de desconfianza, todo lo contrario: se multiplica la fricción, se acude a mecanismos coercitivos y se pierde eficiencia.

Una economía basada en la confianza fomenta la innovación, protege la libre elección y recompensa el esfuerzo. Sin ella, el crecimiento se vuelve errático, la incertidumbre aumenta y el capital se retrae. Es por ello que el debate global no debe centrarse únicamente en sí los aranceles son apropiados o no, sino en si las decisiones actuales están construyendo o destruyendo confianza.

Para comprender el abanico de posibles futuros, hemos delineado cinco escenarios económicos a partir de los cambios comerciales anunciados. De ellos, solo dos conducirían a una economía global más próspera y resiliente:

Aceleración de la productividad: En este escenario, EE. UU., China y Europa corrigen sus desequilibrios internos, reducen aranceles progresivamente, y revitalizan la inversión pública y privada. El crecimiento mundial repuntaría al 3.5 % después de 2028. Es el más optimista, pero también el más ambicioso.

Reajuste fiscal en EE. UU.: Similar al anterior, pero impulsado por un fuerte recorte del gasto público en EE. UU. para reducir su déficit. Provocaría una recesión en 2025, pero estabilizaría el crecimiento a mediano plazo.

Sin disrupción real: Aquí, los aranceles se estabilizan sin mayores consecuencias, y el crecimiento global ronda el 2.5 % anual. Los desequilibrios persisten, la confianza no se recupera y la economía global flota sin rumbo.

Endurecimiento monetario: Si los aranceles generan inflación sostenida, los bancos centrales reaccionarían subiendo tasas. Esto ralentiza aún más el crecimiento y agrava la desconfianza. El crecimiento caería por debajo del 2 %.

Escalada geopolítica: El más adverso. Las tensiones se intensifican, los aranceles se vuelven permanentes, y el mundo entra en recesión hasta 2026. La confianza se desvanece, la fragmentación se profundiza y el crecimiento se estabiliza en un modesto 1.6 % anual.

Para anticipar el rumbo de la economía global, los líderes empresariales deben seguir cinco señales clave: la disminución de barreras comerciales orientadas a resiliencia y seguridad nacional; una inflación bajo control que garantice estabilidad macroeconómica; la recuperación de la confianza del consumidor en EE. UU., China y Europa; el avance de la inversión empresarial reflejado en mayores flujos de IED; y el acceso fluido al capital, evidenciado en la emisión de acciones y el dinamismo del crédito.

Estos signos, si aparecen de forma conjunta, indicarían un camino hacia el equilibrio y la prosperidad. Su ausencia, por el contrario, alertaría sobre una consolidación de la desconfianza estructural.

Sin embargo, las empresas y corporaciones no pueden cambiar la política comercial de los gobiernos, pero sí pueden prepararse y actuar con visión estratégica. Las empresas deben construir capacidades de análisis para anticipar escenarios, diversificar riesgos y posicionarse mejor. También deben tener la audacia de mirar más allá de los próximos trimestres y preguntarse qué movimientos estratégicos les permitirán prosperar en un mundo menos predecible.

El mundo atraviesa una encrucijada. Los próximos meses definirán si los líderes públicos y privados están dispuestos a reconstruir la arquitectura de cooperación y confianza que dio forma al crecimiento global, o si, por el contrario, optarán por reforzar un modelo que ya muestra síntomas de agotamiento.

El equilibrio y la confianza no son meras aspiraciones, son condiciones indispensables para prosperar. La economía del futuro dependerá, en gran parte, de la capacidad que tengamos para restaurarlas.

Antonio Novas

Director de McKinsey RD

Antonio Novas es Socio y manager de Oficina de McKinsey en República Dominicana. Antonio se incorporó a McKinsey en la oficina de Madrid y trabajó durante casi 10 años al servicio de las telecomunicaciones y la tecnología en Europa, América Latina y Oriente Medio. En 2011, Antonio se unió a la oficina de Sao Paulo y regresó a Madrid en septiembre de 2015. Abrió la oficina de Santo Domingo en marzo de 2020 y es el socio líder para el Caribe y RD. Miembro del grupo de liderazgo de la Práctica de Telecomunicaciones y prácticas bancarias en las Américas. sirviendo a clientes en Brasil, Colombia, México, España y República Dominicana. Antonio es Ingeniero Civil, egresado de la Universidad Politécnica de Madrid (España), tiene un diplomado Internacional en Ingeniería Civil del Imperial College of Science and Technology de Londres (U.K.) y un Master of Business Administration de Columbia University – Graduate School of Business ( Estados Unidos). Habla español y portugués con fluidez.

Ver más