Una vieja tradición científica, particularmente europea, sugiere no hablar de nada sin antes precisar de qué se está hablando, es decir, definir los principales conceptos del tema. Esto es una cuestión central en una problemática, porque es a través de los conceptos que podemos poner orden en nuestros datos e identificar las relaciones que existen entre ellos, lo que nos permite resumir un cierto número de objetos o eventos bajo un vocablo general que podamos ligar a una interpretación específica del mundo.

Por eso, entre otras cosas, he visto con muchas reservas los trabajos sobra la identidad aparecidos recientemente en este medio. Uno sobre la amenaza que representa la inmigración, particularmente haitiana, para la identidad nacional y otro que sugiere algunas recetas para enfrentar esa amenaza.

Ambos trabajos me han dejado la sensación de pretender vendernos la idea de que la identidad es algo que se le impone al individuo de fuera, por la sociedad en su conjunto o un grupo especifico de ella (que puede ser inmigrante), como una especie de camisa de fuerza, y que el pobre no tiene nada que hacer. Erróneo, totalmente erróneo.

De todas las definiciones de la identidad que he visto (y no son pocas), las que considero que tienen más asidero son aquellas que privilegian una perspectiva constructivista, donde la identidad opera como una especie de caja de herramientas (sí, como la que tienen los carpinteros), donde los diferentes determinantes sociales, familia, amigos, vecinos, comunidad, valores, lengua, religión, etc.), no son más que materiales o herramientas a partir de los cuales los individuos construyen sus identidades. De manera, que, en un mismo contexto social, a unos individuos les sirve más un matillo que un serrucho.

El individuo es pues el artesano de su identidad, y con esto no estoy sugiriendo que no reciban influencias del exterior, sino que su identidad jamás es totalmente impuesta, ella es siempre la expresión de la elección del individuo.

En esa misma perspectiva constructivista, conviene señalar el carácter dinámico de la identidad. Hay en ella tanto de cambio como de continuidad. La relación entre esas dos dimensiones, aparentemente contradictorias, es explicada por Camilleri en los siguientes términos:

Si la identidad es una constante, no es una constante mecánica, una repetición idéntica de lo mismo, sino dialéctica, por integración del otro en él mismo, del cambio en la continuidad. La operación identitaria es una dinámica de arreglo permanente de diferencias, y comprende las contrarias, en una formación que nos da el sentimiento de no ser contrario1. (la traducción es mía).

Esta definición de Camilleri contiene tres dimensiones:

  • Una dimensión ontológica, que renvía a la elaboración de un sentido que mantiene al individuo en estado de reconocimiento de sí mismo.
  • Una dimensión práctica, que renvía al esfuerzo de adaptación del individuo a su entorno material y social, entorno con el cual él tiene que negociar, construir una unidad de sentido que le corresponda. Es pues una especie de movimiento dialéctico de interiorización-contestación que se produce en la interiorización del individuo con su entorno social.
  • Por último, una dimensión que renvía a la relación del individuo con un ideal.

La identidad es pues una estructura, donde la diversidad es integrada en un conjunto coherente que el individuo construye a lo largo de su existencia.

Esta se construye en una doble relación del individuo con él mismo y con su entorno. La complejidad de esa construcción viene dada por la heterogeneidad de ese entorno, que se presenta al individuo bajo diferentes figuras, que, de hecho, son diferentes sistemas culturales, grupos primarios (familia, amigos, vecindad), grupos secundarios (instituciones educativas, económicas, etc.) y la sociedad en sentido amplio, donde los grupos de inmigrantes, grandes y pequeños, vienen a ampliar esa heterogeneidad de sistemas.

Todas las sociedades modernas (y la sociedad dominicana lo es en muchos sentidos, no veo razón para pensar lo contrario), donde la división y la especialización de actividades han producido una multiplicación de grupos sociales que funcionan y existen por ellos mismos, están confrontando un estallido de la cultura general, porque estos grupos sociales (los inmigrantes no son más un elemento de esa diversidad) son portadores de nuevas significaciones, de nuevas maneras de ver las cosas, y son creadores de subculturas. Así es como han aparecido subculturas de clase, de grupos de edad, de sexo, de grupos étnicos, etc. La cultura, como sistema totalizador, casi en todas partes, ha cedido el lugar a la diversidad cultural.

Las sociedades, cargadas de prescripciones y de puntos de vistas a los cuales los individuos tenían que conformarse, han estallado. En ellas, los individuos se encuentran frente a diferentes concepciones de la vida, de la muerte, de la relación hombre-mujer, padre-hijo, etc. A esta dinámica se ha agregado la migración (los que entran y los que se van) para ampliar la diversidad cultural de las sociedades.

Los determinantes sociales de la identidad son pues elementos de negociación del individuo con su entorno social, y en esta negociación las condiciones objetivas de vida y la relación de poder desempeñan un papel preponderante.

No creo que los individuos pertenecientes al grupo mayoritario dominicano, que controla la economía, el Estado y sus instituciones, los medios de comunicación y bienes de la cultura, tengan mucho que perder, en términos de identidad, frente al grupo haitiano, por numeroso que este sea.

Con esto no estoy negando la necesidad y hasta urgencia de controlar esta inmigración, que viene a engrosar una pobreza que la angurria de la clase dominante criolla no ha permitido resolver, pese a medio siglo de crecimiento económico ininterrumpido; que presiona a la baja los salarios de los dominicanos; desestimula la necesaria modernización y tecnificación de los sectores productivos; y amplifica los prejuicios existentes contra el negro pobre, incluyendo al dominicano (y los prejuicios empequeñecen tanto al emisor como al receptor). Si hay alguna amenaza, es aquí que hay que buscarla, no en otro lado.

1C. Camilleri, La Culture et l’idemtité culturelle: champ notionnel et devenir, en Chocs de cultures: concepts et enjeux pratiques de l’interculturel, C. Camilleri et M. Cohen-Enrique, L’Harmattan, 1989.