Como vemos, en estos momentos, los paradigmas que normaron en los últimos cien años como marco de orientación al estudio, enfoques y soluciones teóricas a los grandes problemas sociales y que todo el siglo XX acompañaron las narrativas interpretativas y las soluciones a los males que nos afectaban en ese momento, eran la solución a los temas sociales, culturales y políticos.
Obviamente, la Segunda Guerra Mundial y su subsecuente Guerra Fría condicionaron la narrativa y dividieron las ideas entre marxismo y liberalismo, izquierda y derecha, comunismo y capitalismo, este y oeste, oriente y occidente, y esta discursiva dominó las luchas y los movimientos sociales, las confrontaciones de clase y los bloques imperiales que hicieron de la Guerra Fría sus nuevos paradigmas.
La lucha se centró en un marco ideológico-político, donde el paradigma era ideológico y los argumentos giraban alrededor del fracaso del capitalismo como modelo económico y eje de la desigualdad social, y de su lado, el marxismo se presentaba como la antítesis del otro.
Estas narrativas fueron la base del debate público y cada fundamentación era para justificar una u otra de las ideologías confrontadas. Estos paradigmas fueron heredados de las ideas que culminaron en el siglo XIX y se proyectaron como utopías en el convulsivo siglo XX. Tal vez la Segunda Guerra Mundial, no tanto la Primera (que era más del reparto territorial del mundo), así como el surgimiento de ideologías radicales ultranacionalistas, conservadoras y totalitarias, como el nazismo, el fascismo y el franquismo, dieron forma a estas narrativas que se contrapusieron a las enarboladas por el mundo llamado comunista, de la Unión Soviética, el maoísmo y las luchas en África y América Latina con guerrillas y movimientos independentistas, también presentes en el mundo del Asia islámica, dentro de un despertar inusual de estas regiones geográficas.
Este recuento sucinto, hoy ha cambiado la narrativa, quizás no las confrontaciones ni los bloques enfrentados, pero sí sus justificaciones y argumentos. Los protagonistas podrían ser los mismos; no así los argumentos que modifican a los viejos paradigmas hasta ahora usados.
Demás está decir que los nuevos sujetos sociales desplazan viejos sujetos que hoy desaparecen de la discursiva clásica y ocupan papeles irrelevantes en los debates actuales. Clase obrera no es más hoy que un subterfugio de instrumentalización, que no implica ninguna liberación, protagonismo social, vanguardia, ni mucho menos, mejoría, bienestar o presencia política en las estructuras dominantes del poder socialista, sino más bien, es usada como bisagra en las narrativas que esconden realidades de incapacidad para la gobernanza de estos países donde las precariedades económicas, la falta de libertad política, la corrupción de las nuevas élites de poder burocrática, son comunes, y por tanto, hoy cambian los sujetos sociales y ya no es un argumento político-ideológico de sustentación, sino un mecanismo de reproducción del poder burocrático de grupos que se benefician igual a los grupos de capitales en regímenes burgueses clásicos, por llamarlos de alguna manera.
El capitalismo de su lado hoy se concentra en corporaciones que sustituyen la clase social tradicional y en beneficio de grupos de gran concentración de capitales, con un poder que sustituye a la clase social tradicionalmente dominante en estos regímenes.
Este colapso teórico del modelo de análisis social convencional ya hoy no nos explica, ni responde a la necesaria visualidad del tejido social complejo de las sociedades modernas; por tanto, los paradigmas han cambiado, como igualmente las narrativas que los explican. El narco, el terrorismo, el género, las luchas étnicas, la confrontación religiosa, que muchas veces sustituye lo político, como las mismas corporaciones, las dictaduras de izquierda y de derecha, el uso mismo de izquierda y derecha son insuficientes para manejar los complejos procesos que vive el mundo moderno.
Todo lo anterior supone una profunda crisis de paradigmas, un desfase del marco conceptual clásico de análisis en los tiempos actuales para cualquiera de los modelos defendidos. Una revisión de las nuevas narrativas, algunas justificativas, otras menos relevantes en su actualización, y por supuesto, retos nuevos ante los desafíos presentes que implican nuevas miradas, nuevos sujetos, reordenar las ideas, los conceptos y la propia epistemología tradicional, nos ayudaría a definir cuáles son estos nuevos sujetos sociales y paradigmas a tomar en cuenta, para actualizar el discurso y el marco analítico en la sociedad en que vivimos.
Abrazar sujetos sociales de grupos subalternos se ha convertido en instrumento justificativo de quienes hablan de sociedades desiguales, oprimidas y empobrecidas, pero con profunda ceguera de qué se defiende. De un lado, asumimos el tema de género; sin embargo, al mismo tiempo defendemos la violación de derechos humanos en el mismo marco social en que les son suprimidas ciertas libertades sociales e individuales, y a la vez defendidas como imperativo ideológico y sin balance crítico, pero también defendemos derechos políticos y representativos de quienes las oprimen, como los casos del mundo islámico, en un evidente contrasentido ideológico.
Los derechos religiosos se defienden en la Europa liberal con relación al islam; sin embargo, en los países fundamentalistas islámicos, no hay ningún derecho ciudadano que no sea a través del prisma del Corán, y eso es una contradicción en la defensa de derechos universales y la democracia, en la que se asume, sobre todo y desde las fronteras de las llamadas izquierdas, como una lucha legítima.
Lo mismo pasa en los países africanos cristianos y de otras religiones, reprimidos por los islamistas, extrañamente sin vocería desde los linderos de izquierda; son esos nuevos sujetos del discurso y la práctica social, que llamo difusos. Lo que quiere decir que los temas de preocupación se asumen como parte de un interés político, y no necesariamente en función de la defensa de los derechos del individuo, sea donde sea.
Todo ello es una mirada crítica nuestra, tanto a las nuevas narrativas como al colapso, repito, de los paradigmas y nuevas utopías que, creo hoy, no están claras. Me preocupan los discursos como un modismo, más que como una fundamentación transparente hacia la defensa de los ciudadanos y sus derechos; por igual, la instrumentalización ideológica de estos nuevos sujetos sociales en función de un interés coyuntural de las posiciones ideológicas según sea la postura e intereses que se defiendan, lo que es común en estos momentos de crisis del discurso.
Así mismo, luchar por los temas marginales, excluyentes, subalternos se ve como nuevos sujetos sociales, pero toda defensa parcializada y condicionada se ve con desbalance y de beneficio hacia determinadas agendas, nacionales e internacionales, que terminan gravitando sobre sus prioridades de acción.
Creo, finalmente, que, en ausencia de ideologías claramente definidas y profundamente críticas, para muchos es mejor abrazar causas que se ponen de moda en un momento determinado, condicionadas a la defensa de estos grupos sociales, y quienes no lo asumen son satanizados. A veces, estos temas los imponen la ONU, los partidos, las ideologías, las corporaciones y la ausencia de un marco conceptual redefinido ante la encrucijada que hoy vivimos y caracterizada por una crisis de las ideas y los paradigmas, sobre todo, sin utopías que contagien a esta generación.
En fin, el socialismo moderno cree que con ideología comemos y con una manipulación popular para sedarnos, nos tranquilizamos; por su lado, el capitalismo delega en las corporaciones el nuevo orden económico donde solo ellos concentran toda la riqueza social e imponen la agenda, para convencernos de su bienestar. En definitiva, la encrucijada es como un laberinto, donde hay que encontrar la salida.
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