Los novelistas, de por sí, dudan, sin quererlo, por dificultades e incertidumbres que tendrían que afrontar, por mandato categórico de sus convicciones, durante el proceso creativo de sus obras.
Sus dudas, muy a menudo, estarían reflejadas en preguntas que, tal vez siempre, se harían así mismos:
¿El tema de mi novela es bueno o malo?
¿La trama sería atinada o absurda?
¿Los personajes están bien descrito?
¿El lenguaje de la obra es correcto, seductor y convincente?
¿La atmósfera está bien elaborada?
¿La obra tiene ilación lógica?
¿Los capítulos y escenas están bien logrados?
¿ Mi novela tiene calidad estética?
Esas y otras preguntas, impregnadas de dudas, estarían latentes en la imaginación y el pensamiento de los novelistas.
Si no fuese así, se desorientarían entre brumas de confusiones y divagaciones fútiles.
Afortunadamente, los novelistas auténticos, sin desdén ni resabios, dudan mucho, sin estar satisfecho con lo que hacen, puesto que dudan antes, durante y después del acto creativo.
Por lo desconocido, siempre y cuando no sean dogmáticos, dudan con inteligencia y sin desesperación alguna.
Así, realizan, si se quiere, el difícil tránsito de lo confuso a lo claro. No obstante, no pueden deshacer sus sudaciones.
No bien despejan una duda cuando, prontamente, surgen otras tantas que pudieran atormentarlos.
Aunque, las más de la veces, podrían, quizás por obra del azar, superarlas.
Gustave Flaubert no supuso la ortodoxia furibunda de la irracionalidad desbordante y absurda, aunque habría de aceptar, resignadamente, la duda.
Nunca la negó. Al contrario: la aceptó y se atrevió a confesar con admirable sinceridad:
“(…) Oscilo de un lado a otro como todo el mundo; quizás mi mérito sea darme cuenta y mi defecto, el tener la sinceridad de decirlo. Por otra parte, ¿estamos tan seguros de nosotros mismos? ¿Estamos convencidos lo que pensamos? ¿ De lo que sentimos?”
Después de reiteradas cavilaciones , Flaubert tuvo plena conciencia de las dudas e incertidumbres implicadas en las creaciones literarias.
Dentro de ciertos límites, pudo controlar la inseguridad y el escepticismo, al tiempo que lograría- mediantes reflexiones intensas y descarnadas- la certeza escritural, muy visibles en sus escritos.
Gabriel García Márquez, escritor prolífico y admirables creaciones literarias, sentiría, con frecuencias, los vértigos zahirientes de la duda.
En una carta inolvidable que enviará al reconocido escritor Carlos Fuentes, expresaría con claridad impecable:
“(…) Lo malo es que ahora la novela me va arrastrando, que ya no sé para dónde carajos me lleva ni cuántos tomos va a tener, ni si será buena o mal”.
Tales palabras, no sin motivo, constituyen testimonios fehacientes no sólo de incertidumbres, sino de dudas desesperante y angustiosas, incluso preocupantes, que el gran escritor colombiano vislumbraría durante el proceso creativo de una de una de sus novelas.
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