Las fiestas de fin de año, sobre todo la navideña, se caracterizan por los llamados a la reflexión sobre el presente y a desearle lo mejor al prójimo para estos días y para el año que llega. Esta vez, estas fiestas nos llegan en un año particularmente trágico para grandes grupos de seres humanos, víctimas de las más variadas acciones de violencia, guerras, persecuciones y un holocausto que, ante la indiferencia, el apoyo y la complicidad de las grandes potencias, mantiene el gobierno israelí contra el pueblo palestino. Un fin de año en un siglo signado por los desafíos de las fuerzas políticas y sociales que crecen sobre la base del desprecio a los valores universales de la dignidad y de los derechos humanos.
El siglo XX, continuando las grandes luchas y las transformaciones materiales del XIX, fue el de los grandes acuerdos internacionales para salvaguardar los derechos y conquistas sociales que sirvieron de base para la construcción de identidades político/partidarias, de grupos sociales, gremiales, sindicales, profesionales e intelectuales. Fue también el de las sólidas adscripciones a los grandes proyectos societarios, hoy todos en crisis. El desmoronamiento de esos proyectos de sociedad, en esencia, ha provocado la pérdida de las identidades partidarias, grupales y/o nacionales que impulsaban la acción colectiva en el pasado siglo, determinando la emergencia de la presente insolidaridad colectiva e individual y un comportamiento ante la injusticia, político y moralmente inaceptable.
Lo trágico es que ese comportamiento se puede identificar hasta en supuestos seguidores de los grandes modelos de sociedad de Occidente de matriz socialista como cristiana que, envueltos en la espesa bruma de la nostalgia, no han comprendido los cambios en el mundo actual. En el presente siglo, inexorablemente, se están desmontando los pilares en que descansan la tolerancia, la libertad y los valores del pluralismo en todos los ámbitos de la vida social, imponiéndose la negación, y más que esta, el desprecio a la idea de que todo ser humano es una criatura única e irrepetible, digna de ser respetada. Retrocedemos, por tanto, a los tiempos de las persecuciones en nombre de una borrosa idea/causa.
En este tiempo de adversidad, constituye un imperativo moral mantener la lucha contra los abusos, lograr conquistas colectivas o personales por pequeñas que sean, sin recurrir a extremos tóxicos que envenenan el alma de quien los practica como la de quien los padece
Esta Navidad ha sido particularmente aciaga para millones de seres humanos, perseguidos en nombre de mantener una imaginada pureza grupal, nacional. Por ejemplo, EN EEUU, por su origen y/o estatus legal, millones de seres humanos, muchos con profundas raíces en ese país, no podrán salir a las calles a disfrutar las fiestas de fin de año con sus seres queridos. Temen a la persecución contra ellos para devolverlos a sus lugares de origen, que por demás muchos no conocen. Chile, de hondas raíces católicas, este diciembre ha elegido presidente una figura que niega la barbarie de la dictadura de Pinochet y que amenaza con expulsar de ese país a miles de migrantes, entre ellos no pocos dominicanos, por sus estatus migratorios.
Antes de ayer, camino a San Cristóbal, después del peaje vi una camioneta estacionada, quizás esperando otras, repleta de seres humanos apilados como bestias porque “hay que sacarlos” del país a como dé lugar. En siglos pasados, las matanzas en nombre de una causa no tenían una teoría o un plan de exterminio exquisitamente diseñado, pero en el anterior los nazis lo tuvieron contra los judíos para imponer la pureza étnica. Paradójicamente, con la misma justificación, en este momento el Estado israelí comete uno contra los palestinos. El siglo pasado fue bautizado como el “siglo de los extremos”; el presente no tiene esas maquinarias/industrias de exterminio masivo como aquella, pero en esencia, los extremos en la persecución de grandes grupos de personas por sus condiciones de migrantes son igualmente horrendos.
Por consiguiente, unas fiestas navideñas y de fin de año en este contexto obligan a reflexionar sobre estas cuestiones y sobre la tendencia/tentación a negar la existencia de regímenes que en el pasado construyeron maquinarias de exterminio como hicieron los nazis y las dictaduras militares del Cono Sur. A ese propósito sirven mucho las Comisiones de Memoria Histórica y no es casualidad que sean los sectores de la ultraderecha quienes se oponen rabiosamente a estas. Es ocasión propicia para felicitar a tantas personas que se baten contra los extremos, las que en muchos países defienden la solidaridad y la libertad manteniendo los valores de sus adscripciones ideológicas/políticas o religiosas, reconocer a esos religiosos y militantes de izquierda que colectivamente o individualmente enfrentan en las fronteras los abusos y a los abusadores.
Pensando en U. Eco, todos ellos mantienen su “optimismo trágico”, definido como esa capacidad del ser humano de encontrarle sentido a la vida a pesar de las tragedias. En este tiempo de adversidad, constituye un imperativo moral mantener la lucha contra los abusos, lograr conquistas colectivas o personales por pequeñas que sean, sin recurrir a extremos tóxicos que envenenan el alma de quien los practica como la de quien los padece Es mi reflexión de fin de año, periodo embrujador que disfruto plenamente junto a quienes espacial y/o temporalmente me están cercanos y disfrutando ver el gusto por la vida que se manifiesta en todos los grupos sociales.
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