Decía mi padre que de haber encontrado más libros qué leer en los años de juventud hubiese bebido menos alcohol. Levantaba el codo, como buen dominicano, de vez en cuando. Es un ejemplo a tomar en cuenta en lo concerniente al poder de la lectura como placer de destrucción de la soledad. Él no escribía.

En ese mismo orden, de la escritura como transformadora del hombre al igual que la lectura, pienso en don Quijote o algo que se dice de Pedro Henríquez Ureña, que para dominar un tema había que leerse un libro diario, lo que vendría a significar la lectura como incentivo de una mejor vida a partir de soñar la realidad en que se vive. En lo que concierne al espíritu, es sabida la capacidad de persuasión de la lectura y la escritura. Con la escritura se prolonga la vida, con la lectura, también.

La génesis de una gran obra de arte es dominio de las zonas más oscuras del alma o la experiencia humana. Si en un momento dado se escribe por soledad, lo mismo pasa con la lectura. Ambos se hacen por goce, placer. Lo que sí es cierto, surten sus efectos en el hacer del hombre, en su cotidianidad trascendente. Se lee o se escribe para buscar algo, que invisible que nos oprime y al oprimirnos nos libera. Pensar en un poema de amor que nace del desamor; se escribe por la no presencia del ser amado, de la no correspondencia en el naufragio que es el amar; lo mismo pasa con los poemas que motivan, complejizan la realidad. Con la “posesión” de lo cantado vienen satisfechas todas las ansias amorosas del alma que buscan realizarse.

Si se escribe y se lee para desencadenar o detener la nada que arrastramos hasta los bordes del pozo del alma, bienvenidas sean. Leer desarticula las emociones negativas y las positivas las fortalece con una atmósfera de energía, a la vez que nos despierta la vida que llevamos dentro e irradiamos.

La lectura como mundo paralelo, cómplice, como correlación de lo visible e invisible, es la que nos arroja de bruces, para no distinguir una vida de la otra, la del lector hondo; una vía para la vida interior. La línea invisible que las separa es una luz encendida.

Se habla mucho del oficio de escribir al igual que de la lectura como complicidad, pero de ambos lo que consta es el silencio, la pausa; su mágica propuesta hacia una y otra orilla.

Para la escritura y la lectura, lo que dijo Hegel: “Quien no se admira de nada, vive en un estado de imbecilidad y de estupidez”, o esta de Valéry al preguntársele por qué escribía: “Por debilidad”. O de André Bretón, leer: “movimiento de relojería”. De ahí que cada lector-escritor o viceversa, en la intimidad cómplice subversiva de su soledad trascendente, mistifica y situa en el mismo plano e intereses de esa otra realidad que se desprende de la escritura y la lectura llamada: sabiduría, inteligencia.

En lo que concierne a la edad en que se lee todo lo que cae a la mano, de escribir todo lo que pasa por la cabeza, digo que es un espíritu invisible e insaciable que se lleva dentro y es preciso saciarlo, ¿con sangre? Quién sabe. Digamos sangre metafísica. Entiendo que esta denominación es compleja.

Es respecto a la veracidad que se pueda entender lo que se está leyendo, incluyendo lo que se escribe. Ojalá fuéramos verosímiles siempre, que a la vez sería lo trágico; puesto que con el tiempo llega la mesura, y la línea que separa lo verosímil de lo inverosímil, es apenas visible, pero también con el tiempo llega el desinterés, si el leer no desencadena en escribir.

Cuando seleccionamos qué leer con rigidez, es ahí el punto y el final de la pasión como escritura, como lectura. Hay un margen de asombro que hay que resguardar y es el que está dentro de uno, más el por qué se lee o se escribe cuando se pierde la curiosidad. La curiosidad es la sangre. Estoy por el que escribe o lee, no importa que sea por distracción; en esencia lo que se quiere es que ambos sean un accionar hacia la vida, hacia lo que estalla y es luz. Al fin y al cabo, son formas de elevar el espíritu para reconstruirnos dentro, para cuando salga la luz irradie con más intensidad en el orden de la sabiduría y de la inteligencia.

Amable Mejia

Abogado y escritor

Amable Mejía, 1959. Abogado y escritor. Oriundo de Mons. Nouel, Bonao. Autor de novelas, cuentos y poesía.

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