En un artículo anterior, publicado el 28 de agosto, planteé esta inquietud con una advertencia: el trabajo está en el porvenir, porque nos corresponde sembrar hoy la semilla de una ciudadanía activa para cosechar mañana una democracia más fuerte.
Para no quedarme solo en la reflexión, decidí revisar las orientaciones curriculares y materiales de referencia de Educación Moral y Cívica, denominada en el currículo actual como Educación en Ética Ciudadana, que utilizan los docentes en distintos niveles escolares. La pregunta era sencilla: ¿Enseñan estos materiales lo que necesitamos para formar ciudadanos capaces de participar con pensamiento crítico en la vida democrática?
Lo que encontramos en las orientaciones
La primera impresión es clara: hay un esfuerzo por conectar la educación cívica con valores fundamentales y con algunos temas de actualidad. Las orientaciones hablan de respeto, solidaridad, responsabilidad, empatía. Reconocen la importancia de los símbolos patrios, la Constitución, los poderes del Estado, la soberanía. Hay capítulos dedicados a la convivencia pacífica, la cultura de paz, la resolución de conflictos. Incluso aparecen secciones sobre educación vial o tributaria, como ejemplos de responsabilidad social.
Se invita a los estudiantes a realizar murales, dramatizaciones, diarios de valores. Se enfatiza la identidad nacional y la cohesión social. En esos aspectos, los textos cumplen con la tarea de transmitir una base de valores y nociones de pertenencia.
Sin embargo, al examinar con detalle, lo que se refuerza es una visión más normativa que crítica: se enseña a respetar la ley, a venerar los símbolos y a cumplir con los deberes, pero no a cuestionar las estructuras que muchas veces fallan en garantizar derechos. La formación cívica se queda en la superficie.
Las ausencias que preocupan
Estos materiales constituyen un esfuerzo valioso que recoge aportes de educadores y especialistas de gran trayectoria en el país. No obstante, la dinámica social y democrática actual nos exige dar un paso más allá, incorporando dimensiones críticas y globales que todavía no aparecen con suficiente fuerza.
Esa revisión confirma las preocupaciones que planteaba en mi artículo anterior. Veamos algunos puntos ausentes que resultan esenciales:
- Ciudadanía global (o mundial) e interculturalidad.
El mundo actual exige preparar a los estudiantes para interactuar más allá de nuestras fronteras, para entender los desafíos globales del cambio climático, la migración, la desinformación, la inteligencia artificial. Las orientaciones casi no hacen referencia a esta dimensión. Apenas se enseña a ser buen dominicano, pero no a ejercer una verdadera ciudadanía mundial. - Participación democrática real.
Se habla de poderes del Estado y de la Constitución, pero no se enseña cómo participar en un cabildo abierto, cómo incidir en políticas públicas, cómo exigir rendición de cuentas. La democracia se reduce a votar y respetar autoridades, sin explorar la diversidad de mecanismos que existen para la participación ciudadana. - Ética pública y lucha contra la corrupción.
Aunque se promueve la honestidad individual, no se discute de manera directa cómo la corrupción afecta la vida pública ni cuál es el rol del ciudadano en combatirla. No hay un aprendizaje sobre transparencia, veeduría, auditoría social. En un país donde la corrupción erosiona la confianza, esta ausencia es un silencio estridente. - Diversidad y derechos emergentes.
El respeto a la convivencia se presenta de forma genérica. Falta un abordaje profundo de igualdad de género, inclusión de personas con discapacidad, diversidad cultural y respeto a minorías. Tampoco hay referencias a derechos emergentes como la protección de datos, la privacidad digital o la libertad de expresión en entornos contemporáneos. - Aprendizaje desde la práctica cívica.
Los proyectos sugeridos son principalmente actividades escolares sin conexión real con la comunidad. Falta anclar la formación en experiencias de servicio comunitario, voluntariado, proyectos de impacto social, liderazgo juvenil. Es en la práctica donde se aprende a ser ciudadano activo, no solo en la teoría. - Visión crítica de la historia y construcción democrática.
Se enseña a amar la patria, pero no se problematizan las dictaduras, las luchas democráticas, los retrocesos y avances en derechos. Una educación cívica que no repasa críticamente nuestra historia corre el riesgo de reproducir ciudadanos obedientes, no ciudadanos conscientes.
Por qué esto importa ahora
Algunos podrán decir: “Bueno, al menos los estudiantes aprenden valores y símbolos”. Y es cierto, pero no basta. Formar ciudadanos activos es mucho más que enseñar a respetar una bandera o a memorizar el artículo primero de la Constitución. Es dotar a los jóvenes de herramientas para incidir en la vida pública, para ejercer derechos y deberes de manera crítica, para transformar su comunidad.
Esto se vuelve aún más urgente si observamos el contexto nacional reciente. El diálogo sobre la crisis haitiana, convocado por el presidente de la República y tres expresidentes, mostró que la concertación democrática es posible. Fue un ejercicio inédito donde se presentaron 151 propuestas y se acordaron 26 líneas de acción en seis ámbitos estratégicos. Para muchos, participar en ese proceso fue la primera experiencia directa de cómo la ciudadanía puede contribuir a soluciones nacionales.
Pero, ¿qué hubiera pasado si esa ciudadanía no estuviera preparada? ¿Qué futuro tiene un país que enfrenta retos tan complejos con ciudadanos formados solo para obedecer, no para pensar críticamente ni participar activamente?
La respuesta es clara: sin una reforma profunda de la educación moral y cívica, estamos sembrando pasividad en lugar de iniciativa, obediencia en lugar de participación.
Hacía una reforma del currículo cívico
La revisión de las orientaciones deja ver la necesidad de un cambio. No se trata de borrar lo que ya está; los valores, los símbolos, la convivencia siguen siendo importantes, sino de dar el salto a una educación cívica que:
● Incorpore la ciudadanía global y las competencias del siglo XXI.
● Enseñe participación democrática real, con ejemplos prácticos y proyectos vinculados a la vida comunitaria.
● Forme en ética pública y en la lucha contra la corrupción.
● Acoja la pluralidad, la igualdad de género, los derechos emergentes.
● Ancle el aprendizaje en experiencias reales de servicio y voluntariado.
● Revise nuestra historia de forma crítica, reconociendo dictaduras y luchas democráticas como lecciones vivas.
La Moral y Cívica no debe ser la materia que se estudia para pasar de curso, sino el laboratorio donde se aprende a ser ciudadano. No un conjunto de normas que se memorizan, sino una práctica viva que se ejercita.
Conclusión
La educación moral y cívica de hoy refleja un país que aún teme formar ciudadanos críticos. Pero la República Dominicana necesita lo contrario: una ciudadanía activa, consciente, capaz de incidir en procesos democráticos y de insertarse en un mundo global. No basta con enseñar símbolos, debemos enseñar ciudadanía.
Como advertí en mi artículo del 28 de agosto, el trabajo está en el porvenir: nos corresponde sembrar hoy la semilla de una ciudadanía activa para cosechar mañana una democracia más fuerte. Porque la verdadera moral cívica no se mide en cuántos artículos de la Constitución se memorizan, sino en cuántas veces un ciudadano se levanta a defender la democracia, la justicia y la dignidad. Y para eso hay que educar, con valentía, más allá de la obediencia.
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