Me uno con sincero entusiasmo a la celebración del merecido reconocimiento que la Fundación Corripio confirió a Milton Ray Guevara en la XV edición de sus premios. Este galardón en Ciencias Sociales y Jurídicas, categoría de Derecho Constitucional, premia su doble trayectoria ejemplar: la del maestro y prolífico autor de Derecho Constitucional que por más de cinco décadas ha moldeado el pensamiento jurídico nacional, y la del primer presidente del Tribunal Constitucional, que con inquebrantable vocación de servicio lideró durante doce años la instalación y el afianzamiento de un órgano esencial de la actual arquitectura institucional de la República Dominicana. Esto constituye no solo un acto de justicia intelectual, sino un profundo tributo cargado de emoción, tanto por las palabras que improvisadamente le dedicara don Pepín Corripio, como por el esperanzador discurso del galardonado.

Mi perspectiva sobre su figura es doblemente privilegiada. Fui su alumno en la segunda cohorte de la maestría en Derecho Constitucional de UNIBE (2008-2010), donde recibí de primera mano el rigor de su método y la claridad de sus enseñanzas. Años más tarde, esa relación se transformó en una de las experiencias más enriquecedoras de mi trayectoria profesional: ser su letrado-asesor en la Presidencia del Tribunal Constitucional entre 2013 y 2020. Esta dualidad me permite afirmar que la esencia de don Milton es, por encima de cualquier cargo, la de un maestro. La docencia no es para él una actividad más, sino su vocación fundamental, la labor que ha desempeñado con pasión inagotable tanto en aulas de grado como en los exigentes programas de posgrado.

La filosofía constitucional que impregna toda su obra se puede resumir en una premisa fundamental: el derecho constitucional es, ante todo, “un mecanismo de limitación del poder de los gobernantes y de protección para los ciudadanos: aquí reside la esencia del acto constitucional”. No es accidental que en sus escritos y disertaciones evoque con persistencia el artículo 16 de la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. Para el maestro, la garantía de los derechos y la separación de poderes no son meros principios abstractos, sino los “diques de contención” contra la arbitrariedad. Esta concepción de un sistema de frenos y contrapesos para garantizar la felicidad de los ciudadanos ha sido el faro que ha guiado su pensamiento y su acción en el servicio público como embajador, senador, ministro y magistrado.

Sus aportes a la ingeniería constitucional del país se materializaron inicialmente en la reforma constitucional de 1994, donde su labor estuvo encaminada a fortalecer la función jurisdiccional. Esta línea de trabajo era la traducción normativa del discurso que ya enarbolaba desde la Fundación Institucionalidad y Justicia (FINJUS), institución de la que es fundador y su primer director ejecutivo; y que años después constituyó mi segunda escuela profesional. Luego, como parte de la Comisión de Juristas designada por el Poder Ejecutivo en 2006, colaboró decisivamente en la articulación de la Constitución de 2010. Asumió su defensa con una vehemencia que nacía de la convicción profunda, a través de lúcidos artículos de opinión donde reivindicaba su carácter de “Constitución pactada”. Ese rol en la gestación y defensa de la Carta Magna lo consagraría —en expresión de Adriano Miguel Tejada— como “el vocero de la Constitución”.

Don Milton comprende que toda Constitución es una tentativa no siempre exitosa de aprehender la realidad social. “Una Constitución pactada tiene mayor vocación de permanencia que una Constitución impuesta”. Por ello, asumió desde la Comisión de Juristas el compromiso de “trabajar para la Constitución de todos. Siempre habrá diferencias de criterios, preferencias institucionales, mitos y realidades en torno a la ley de leyes”. Estaba consciente de que lo que el país necesitaba, más que una Constitución ideal,  era una Constitución para todos; esto es, una Carta Magna que, como planteé en una reflexión anterior siguiendo la lógica del maestro, integre las tensiones identitarias en un equilibrio dinámico que refleje la complejidad social.

Al asumir la presidencia del Tribunal Constitucional, llevó consigo ese mismo compromiso cívico e intelectual. Como su asesor, fui testigo de excepción de una ética de trabajo extraordinaria y de un encomiable apego a la institucionalidad. Su profundo dominio de la materia convertía la labor de asesoría en un desafío intelectual de primer orden. Recuerdo vívidamente cómo, al presentarle una línea de análisis, él replicaba con argumentos que contraponían diversas orientaciones dogmáticas. Este ejercicio, sumamente exigente, nos obligaba a auscultar y profundizar en un análisis riguroso todas las perspectivas posibles sobre un tema, para poder entablar con él una conversación constructiva. Lejos de ser una carga, esta dinámica fue mi tercera —y más influyente— escuela de formación profesional.

Aquel esfuerzo permanente por dar la milla extra, por estar a la altura de su erudición, no causó atrofia alguna, sino que fortaleció como ningún otro ejercicio la musculatura constitucional de todos sus colaboradores. Fue un proceso de crecimiento intensivo que forjó en nosotros una capacidad de análisis más profunda y una comprensión más matizada de la disciplina. Por esa formación superior, que va más allá de las aulas, le estaré eternamente agradecido; y estoy convencido de que es un sentimiento compartido por otros colaboradores. El gran dominio de la materia que exhibimos hoy es, en gran medida, el resultado del esfuerzo por estar a la altura de integrar su equipo en el Tribunal Constitucional.

Don Milton se autodefine con acierto como un “prisionero de la esperanza”. Sus discursos y escritos están impregnados de una fuerza vivencial que exuda optimismo y una invitación constante al compromiso con las mejores causas de la patria, siguiendo el legado intemporal del patricio Juan Pablo Duarte. Esa es la fuente inagotable de su eterna juventud de espíritu: mantener la mente abierta a un futuro mejor y la fe en que, a pesar de los inevitables tropiezos, el país sigue avanzando por senderos de mejora institucional y progreso. En su memorable discurso de aceptación ante la Fundación Corripio, y hablando en nombre de todos los galardonados, resonó con fuerza su más profunda convicción en una República Dominicana eterna. Esa eternidad requiere de un verdadero compromiso intergeneracional de seguir transitando el camino de la Constitución, iluminados por los valores superiores de la dominicanidad.

Hoy, quienes tuvimos el alto honor de ser sus alumnos o sus colaboradores, nos regocijamos con este merecidísimo galardón. Nos sentimos orgullosos de sumar nuestras voces para celebrar al constitucionalista más destacado del país, un estandarte de integridad y compromiso nacional. Con la gracia de Dios, le quedan muchos años de lucidez y vigor para enriquecer aún más nuestro derecho constitucional, para seguir aportando desde múltiples espacios, como la Comisión para el Estudio del Marco Jurídico Migratorio de la República Dominicana que preside, de la cual soy integrante, para continuar alzando su potente voz en defensa de las mejores causas nacionales, así como para mediar en asuntos públicos o privados que demanden la pericia de una autoridad conciliadora por derecho propio.

Enhorabuena, maestro, ¡sigamos conmemorando el Mes de la Constitución!

Félix Tena de Sosa

Abogado

Analista jurídico con estudios especializados en derecho constitucional y más de 15 años de experiencia en instituciones públicas y organizaciones no gubernamentales. Docente universitario de derecho constitucional, derechos humanos y filosofía del derecho. Apartidista, librepensador, socioliberal, moderado y escéptico.

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