Mafalda, esa niña de seis años que aún los vive a pesar de sus más de sesenta de vida humorística, creada por Quino, realmente Joaquín Salvador Lavado Tejón, nos ha dejado un legado de cuestionamiento constante a la realidad social y política, y de ensoñación de una sociedad distinta.
Su rebeldía ha sido perenne ante el mundo que los adultos hemos construido y que parecería la negación de lo humano y de la vida misma. Sus palabras y exabruptos parecen eternos, como lo parecen ser las razones que las provocan. América Latina y, en gran medida, en todos los países del mundo, la injusticia social luce imperecedera.
Siendo Quino su autor incuestionable, Mafalda adquirió vida propia y es por eso por lo que ella sigue siendo referente de muchas generaciones que viven la inconformidad con la vida social reinante y, sobre todo, con la cultura social y política que la mantiene y la reproduce de manera constante.
La vida de Mafalda se teje en el seno de su familia, pero sobre todo en las situaciones que vive en la escuela y el barrio junto a sus inseparables amigos Susanita, Manolito, Felipe, Miguelito y Libertad. Cada uno con sus características e intereses particulares nos ofrecen situaciones divertidísimas, como también temas para ser pensados.
Como toda persona tiene sus amores y aquello que odia. De lo primero ama a los Beatles, el progreso, la democracia, el conocimiento, los derechos de los niños, los panqueques, la paz, la lectura; pero odia las armas, la guerra, a James Bond, pero principalmente, odia la sopa.
Su vigencia se pone de manifiesto cuando nos dice: “el problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”. Efectivamente hay quienes no paran de hablar, sobre todo aquellos que viven de eso y quieren imponernos su manera de pensar sin dar ninguna oportunidad de que surjan ideas nuevas o alternativas.
Y como alusión a esta situación que día a día se nos parece imponer por todas partes, aún aquellas que parecerían o fueron en algún momento privadas Mafalda nos dice: “Lo malo de los medios masivos de comunicación es que no nos dejan tiempo para comunicarnos con nosotros”. Parecería que estamos como atrapados.
Es tal esa situación, que vivimos una especie de uniformación en la manera de pensar, se nos quita lo que nos hace personas, pensar con voz propia, convirtiéndonos en masa a la que ella dice: “¿Y no será que en este mundo hay cada vez más gente y menos personas?”.
Y es que, como dice ella: “El problema es que hay más gente interesada que gente interesante”. El sentido de lo colectivo y con ello el valor de la solidaridad ha sido desplazado por una cultura “yoica”, en la cual impera lo personal y en la cual se ha ido perdiendo el valor de lo social y, con ello, la familia, la comunidad, el país.
Vivimos una época de lograr los propósitos en la vida por la vía rápida y fácil, sacrificando con ello, si es necesario, el valor del trabajo tesonero y arduo, el empeño constante, el sacrificio si fuera necesario en aras del atajo, sin importar lo moral y lo ético. Y es que “la vida es linda, lo malo es que muchos confunden linda con fácil”.
No hay dudas que hemos avanzado. Hay que admitir que los conocimientos adquiridos y las tecnologías desarrolladas nos ofrecen nuevas posibilidades, solo que no deja de tener razón Mafalda cuando dice: “Me pregunto si la vida moderna no estará teniendo más de moderna que de vida”. Quizás es una cuestión que deberíamos preguntarnos.
Así, el pesimismo atrapa a muchos que no ven salidas, que entienden que esto no hay quien lo pueda cambiar, que incluso no vale la pena hacer esfuerzos para que esto cambie. Así nos quedamos atrapados en una especie de apatía y desconsuelo: “¡Paren el mundo, que me quiero bajar!”, diría ella. O quizás… “apenas uno pone los pies en la tierra se acaba la diversión”.
A veces el desprecio por lo humano cobra vida en individuos y países en que las personas no quieren verse en el compromiso de tener descendientes, y por ello “a medio mundo le gustan los perros; y hasta el día de hoy nadie sabe qué quiere decir guau”, con cierta ironía nos habla ella.
Sin embargo, no se da por vencida, Mafalda nos alienta a continuar la lucha ofreciéndonos incluso alguna que otra alternativa para recuperar la humanidad cuestionada, alentándonos: “a tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el pecho. Así pensaríamos con amor y amaríamos con sabiduría”.
No me quedo atrapado en el mundo Mafalda, pero sin en sus actitudes ante una cultura política y social negadora de la vida, que debe ser excluida y sepultada de nuestra conciencia ciudadana.
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