Viudos, huérfanos, padres, amigos y conocidos en duelo. La tragedia del Jet Set nos golpeó con una crudeza inédita, amplificada por el ritmo de las redes sociales. Hace treinta años, las noticias llegaban en dosis puntuales: un informe en el noticiero, una columna en el periódico… Hoy, el minuto a minuto nos convierte en testigos involuntarios de un dolor que nos consume y no da tregua.
Por eso, incluso una semana después, la tristeza persiste. Porque no seríamos humanos si vemos a la hija de Rubby Pérez quebrarse cantando " Caminemos siempre juntos que a donde vaya te llevo, Si la vida nos separa, yo te juro y te prometo…”, y no quebrarnos un poco con ella también.
Dicen que la ira es una etapa del duelo. En mi caso, fue la primera. Todo me parecía tan previsible, tan evitable, que solo sentía rabia. Pero lo sucedido trasciende la emoción, puesto que una tragedia de esta magnitud no es normal.
En los últimos treinta años, salvo en Bangladesh, no se registra un colapso estructural de un edificio —fuera de guerras o catástrofes naturales— con mayores pérdidas humanas que este. En discotecas del mundo, las tragedias suelen ser por incendios; esta, sin fuego alguno, es la peor de su tipo.
Es decir, los cuerpos de emergencia, el INACIF, los rescatistas… no tenían por qué estar mejor preparados para manejar este nivel de calamidad en un solo sitio. No es normal. Es el más grande suceso no natural y no bélico en nuestra historia, y todo en un metraje muy limitado.
Muchos ayudaron sin pedir nada a cambio. Muchos también se quedaron sin saber cómo. En tiempos de algoritmos, incluso la solidaridad con hashtags o logos corporativos guardan valor. Pero la solidaridad no puede limitarse a la estética, el cambio para surgir debe venir del compromiso, la persistencia y en casos la incomodidad.
Por otro lado, todos intuimos donde estuvo el error. Los propietarios sobreestimaron la capacidad de aguante de sus estructuras y los reguladores no acudieron o peor aún dejaron pasar. Una cultura de negligencia que debe finalizar.
El análisis normativo revela que el país cuenta con regulaciones que bien pudieron evitar el suceso. Sin embargo, el sistema es débil en fiscalizar las construcciones y una vez erigidas, luce inexistente en el seguimiento y sus modificaciones.
Las inspecciones anuales realizadas, se remiten más a higiene e impuestos que a estructuras. Las leyes no parecen cumplirse sin inspecciones. Un modelo de sociedad basado en la confianza al empresariado, más que en la autoridad vigilante del Estado. En ese trajín, esperamos el buen manejo del propietario. De quien entendemos, nunca querrá ver su negocio en riesgo, ni a sus empleados, amigos o familiares morir.
Sin embargo, la mentalidad empresarial puede pecar de cortoplacista, extractiva, abusiva… priorizando la rentabilidad e ignorando los riesgos. Y el llamado “capitalismo de compadres” puede favorecer la cultura de negligencia e improvisación. Este no es más que aquel en el cual el éxito depende de las conexiones, de los favores, de los “chances”, no de las reglas. Aunque intuimos dónde falló el sistema, esperamos que las investigaciones revelen más detalles.
Pero cabe la pregunta, luego del Jet Set, qué se espera de nosotros?
Primero habría que definir quienes somos nosotros, porque no es cierto que los propietarios guardan la misma responsabilidad que la familia de un fenecido, que el político tiene la misma responsabilidad que el inspector, o que el futuro artista de un futuro constructor.
No obstante, la conclusión base es que los intereses comunes merecen más atención que los intereses personales. Tenemos que elevarnos a las circunstancias. No se trata de solamente de juzgar propietarios (que también…) Se trata de cambiar una cultura.
En otros países, tragedias como esta derivan en leyes. Necesitamos una "Ley Jet Set", o al menos sus consecuencias. Que se cumpla el Reglamento para la Seguridad y Protección de Incendios, el de Inspección de Obras… que se otorguen sanciones a los incumplimientos en aglomeraciones masivas. Necesitamos una ciudadanía activa y organizada que frene la cultura de permisividad. Así como también mejorar los procesos burocráticos que impiden ser eficientes y cumplir con la norma.
Una vecina contó que denunció al Jet Set varias veces y le respondieron que era un lugar "Marca País". Y si esa es nuestra marca, sería revelador que el país no sea más que una fachada de fastuosidad, alegría y romo sobre estructuras frágiles.
Las responsabilidades bien vienen repartidas. Y a los propietarios, que perdieron su negocio familiar, amigos y empleados, les exhorto ponerse al servicio de la justicia. Como acto social, como parte de la sanación colectiva. No descansen en favores ni en retruécanos jurídicos, no siembren resentimiento. Nadie quiere ver quebrar su negocio, ni ver morir más de cientos de personas… pero pasó. Y el camino a la paz personal y social pasa por enfrentar las trágicas consecuencias.
La indiferencia no resultó ser una opción con la tragedia del Jet Set. La muerte no discriminó clases sociales ni popularidad. Se llevó mucha gente buena y sobre todo alegre… porque el que estaba dispuesto a ir al Jet Set un lunes a bailar con Rubby Perez, eso era para su familia y comunidad. Perdimos alegría en el país, porque eso también era ese sitio hasta el fatídico día.
Ahora toca transformarnos, desde el dolor a la responsabilidad. Asumir como sociedad que estamos dispuestos a prevenir, vigilar y apoyar a quienes lo hacen, porque cuidando a los demás también nos cuidamos nosotros.
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