Tras el discurrir de los días de la consternación nacional que sacudió el país con la tragedia del establecimiento recreativo Jet Set, nos queda a los dominicanos analizar los resultados del suceso para enmendarlos. Procurando aprender del revés nacional, obteniendo lecciones que coadyuven en el futuro a evitar tragedias semejantes o peores, que pueden presentarse aún en contra de la voluntad de todos nosotros. En este artículo retomamos los aspectos médicos, área que nos concierne.
Los hospitales de tercer nivel demostraron que salvo las dificultades para el abastecimiento de material de apoyo, el personal médico está preparado para recibir cualquier emergencia aun en casos masivos y de manera sorpresiva como ocurrió.
Es pertinente recordar que en estos hospitales existe personal médico de todas las especialidades las 24 horas del día, por los programas de residencias. Tienen a su disposición personal médico capacitado en las principales áreas de acuerdo a sus especialidades, ya sean de medicina interna, quirúrgicas, pediátricas y obstétricas.
Las grandes clínicas cuentan con mecanismos expeditos para el regreso inmediato de cualquier especialista que se requiera. La mayoría de sus emergencias mantienen de modo permanente especialistas emergenciólogos, preparados para estabilizar cualquier paciente grave.
Por eso, inmediatamente producido el lúgubre acontecimiento tanto en hospitales como clínicas desde que empezaron a ingresar los heridos rescatados eran evaluados, manejados en las emergencias los menos afectados y trasladados a salas, intensivos o los quirófanos los más afectados.
Un profano pensaría que estos son mecanismos sencillos, un paciente quirúrgico de emergencia requiere asumir con rapidez y eficiencia muchos procedimientos delicados, como la propia evaluación quirúrgica, la cardiopulmonar y la preanestésica, placas radiográficas, estabilización de signos vitales, tipificación, hemograma, diligenciar sangre en el banco de sangre del hospital, canalización de venas con catéteres, etc. Tengo el testimonio que las emergencias y salas quirúrgicas amanecieron activas y continuaron en ese ritmo durante todo el día.
La situación además de repentina, presentaba el agravante que la mayoría de las lesiones eran traumas craneoencefálicos por aplastamiento, que es un diagnóstico con un alto nivel de mortalidad, como ocurrió en muchos casos.
El cráneo es el centro de cómputos del cuerpo humano, por eso es el único órgano que la naturaleza dotó de una coraza ósea protectora para preservar de lesiones sus delicados órganos que dirigen toda la actividad humana.
Nunca olvido cuando los estudiantes de medicina cuestionábamos al maestro Osvaldo Marte Durán y el cuerpo de profesores que él coordinaba, porque en la práctica insistían en la necesidad que debíamos aprendernos los múltiples pequeños órganos del encéfalo y sus funciones. En una actividad pública logré manifestar las gracias al maestro Marte Durán, por ese valioso aporte al desarrollo de la medicina local.
Las siguientes lesiones de más frecuencia fueron las torácicas, también muy delicadas, no solo por la presencia en esa zona de la bomba o motor humano del corazón. Es un área cerrada y cualquier apertura por una herida puede desatar un neumotórax fatal, producido por el aire que ingresa.
Especialistas de todas las ramas, médicos generales y personal paramédico, amanecieron luchando contra nuestro eterno rival en el hospital, la guadaña de la muerte. El balance fue óptimo.
La participación de los médicos no se limitó al paciente, sino a la definición diagnóstica de los fallecidos, en atención a los cánones legales, con las autopsias correspondientes. Se destaca que 62 patólogos forenses y sus auxiliares en cerca de tres días realizaron el esforzado trabajo forense a las numerosas víctimas.
Que hoy contemos con un significativo y magnífico equipo de médicos forenses, siempre debemos mencionar al maestro Sergio Sarita con sus colaboradores también forenses Iván Brugal (fallecido) y Yamil Salomón. Crearon el Comité de Patología Forense del Colegio Médico, que propició las condiciones para persuadir a las autoridades sanitarias instituir la residencia de patología forense, precisamente a cargo del querido maestro Sergio Sarita.
En este caso la ley 136-80 sobre autopsia judicial, en su artículo 1, ordena autopsias a los fallecidos por muerte repentina o inesperada en personas de relativa o aparente buena salud, como en el tema que nos ocupa.
Se entiende la desesperación de los familiares reclamando la entrega rápida de los cadáveres, para poder por lo menos realizar el velatorio. La autopsia es un proceso científico que requiere su tiempo, por suerte el procedimiento fue masificado con especialistas del área y se completó el proceso en tiempo récord.
Algunos cadáveres por su mal estado fue necesario sepultarlos de inmediato, en ocasiones son lesiones muy amplias y expuestas, y quizás se desbordaron las áreas de frigoríficos. Se presentaron entendible quejas por este asunto. El director del Instituto de Patología es un médico forense con mucha experiencia en la dirección de ese centro y fue eje esencial para la rápida solución de las autopsias de manera debida.
Si la capacidad de los frigoríficos se agotó, eran las autoridades centrales quienes tenían que resolver ese inconveniente.
Debemos anotar que, en casos de emergencias nacionales, debe quedar claro que estos procedimientos legales pueden ser obviados, para evitar el surgimiento de epidemias por la masiva presencia de cadáveres insepultos.
El país tiene una aciaga, pero inolvidable experiencia con el ciclón de San Zenón en 1930, cuando se ordenó conducir centenares de cadáveres a la Plaza Colombina (Parque Eugenio María de Hostos) para cremarlos y depositarlos en fosas comunes, con el propósito de frustrar la posibilidad que esto generara epidemias.
Finalmente no debemos soslayar que también a los médicos les correspondió su cuota de víctimas. La siempre acuciosa comunicadora Doris Pantaleón, del Listín Diario, publicó el trágico saldo que le correspondió a nuestro sector, fallecieron los médicos: José Maldonado, Joselyn Rosado, Bibiana García, Yadira Cueto, Lorraine Fernández Vargas, Melissa Tejeda Sosa, Mariona Ruiz. Añadimos a la hija de la apreciada colega Sandra Perdomo, la doctora Perdomo resultó herida.
Se podría alegar que eso era una actividad recreativa. El médico tiene derecho a la sana distracción, para neutralizar el alma de las angustias que generalmente se viven en el servicio hospitalario en lucha constante por recuperar la salud de los pacientes.
Hay que ingresar a un hospital y vincularse a su actividad diaria para constatar que allí se desarrolla un ambiente diferente al extrahospitalario, donde el tema y la lucha constante es contra la enfermedad. Por lo tanto, los médicos también son humanos y necesitan momentos de sano esparcimiento.
Gloria eterna a todas las víctimas de este aciago momento de la historia dominicana.
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