"Puedes cometer injusticia al no hacer nada", Marco Aurelio.
Estamos languideciendo como pueblo, en medio de una absurda sequía de principios y vergüenza que, poco a poco, cual si fuese el ataque de una colmena de termitas, corroe las bases que nos sostienen como nación, como Estado, y que, cada día, los políticos se empeñan en enmarañar la cruda realidad.
La ausencia de honorables representantes se agudiza en cada elección, siendo sustituidos por “onorables” negociantes insaciables, que se asocian a todo lo perverso y ruin de nuestra sociedad, sin que exista ley donde no subyace en su fondo algún tipo de beneficio oculto para quienes las proponen, que muchas veces ni ellos mismos la han leído, por estas haber sido elaboradas en algún bufete de abogados o algún que otro “próspero” empresario, pero que, de igual manera, las aprueban, alegando viles artilugios y manipulaciones que al final a quien menos beneficia es al pueblo.
A eso se refirió Aristóteles cuando expuso que la corrupción era el desvío de la finalidad natural del hombre; cuando, en vez de buscar el bien común, solo busca intereses privados y que eso era la transformación del poder en tiranía, que es precisamente lo que nos ocurre, ahogados, tiranizados por una camarilla corrupta que ejerce la política solo para satisfacer sus ambiciones personales. Y no basta con que la corrupción se detenga en la puerta de cualquier despacho si por igual conoce muy bien que ahí mismo, al abrir su puerta, se dará de frente con ella.
La crítica a la clase política revela una profunda crisis de valores, donde el clientelismo y la corrupción desplazan el compromiso con el bien común
Pero este pueblo se comporta como un pordiosero, mendigando sus derechos ante esta felonía política, sin hacer esfuerzo alguno que ponga un alto a este desmadre que han y llevan a cabo toda una asociación de partidos clientelistas y sus respectivas cargas de parásitos. Ahora, nuestra juventud solo desea ser abogado, pero para ser político, donde ya son pocos los tigueres barriales que no aspiren a algún puesto electivo, aun sea como concejal para comenzar.
Pero, lo peor, es que no se conforman con obtener cualquier puesto dentro del andamiaje del Estado, sino que hay que buscarle uno que le permita ingresar al mismo a toda su pandilla barrial. Por eso estamos y continuamos bien jodidos.
Tampoco hay que olvidar que muchos de estos “honorables”, en sus diferentes categorías, han sido prósperos empresarios antes de estar dentro del Estado y la pregunta sería por qué no son lo mismo de exitosos ejerciendo para el gobierno, y la respuesta sería simple: porque en sus empresas o negocios, para ingresar un empleado, primero hacen cientos de cálculos de costos versus beneficios, pero cuando llegan a las tetas del erario, los ingresan por miles sin dolor alguno.
Y qué decir de la falta de honorables para elaborar una nueva ley sobre la seguridad social; pareciese ser que el solo pensar en eso es una utopía, algo mitológico, ya que, al decir de algunos, lo que costó elaborar y aprobar la primera, hace tiempo fue digerido, por eso el escándalo existente y la mafia de nunca acabar.
A ver, ¿por qué el dinero destinado cada mes y no consumido en la compra de los fármacos no va destinado a la cuenta del cliente como un acumulativo que vaya ganando intereses y, a la vez, sirva como apoyo solidario a las necesidades de otros y que sea para cuando se presente una enfermedad catastrófica que requiera muchos meses de medicina?
Pero nada de esto es importante ante un Estado político clientelar, que día a día endeuda el presente y el porvenir, mientras en las aulas no se sabe qué se enseña y los hospitales son almacenes de penurias y carencias ante la mirada insensible de políticos y funcionarios que de alguna manera se benefician de estas desgracias institucionales. Duela o no, es así. ¡Sí, señor!
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