Hace poco, la parca nos llevó a Mujica. Su dilatada y apasionante vida es digna de conocerse. No importa desde qué perspectiva te acerques: política, social o humana. Su historia es un libro impregnado de sabiduría, luchas, errores, sueños, amor, convicción, alegría y esperanza.

Para conocer a este intenso personaje, poco importan nuestras posiciones políticas, económicas, sociales, religiosas o nuestras preferencias personales. Basta con que seamos humanos y tengamos ganas de aprender y de vivir.

Con él, el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, como dice el Evangelio. Su testimonio de vida era el espejo de sus pensamientos. Y así lo hizo, pues siempre tuvo claro que: “La muerte es una vieja dama que nos espera a todos. Por eso hay que vivir con dignidad, para que valga la pena el viaje.”

Mujica no fue un hombre infalible. No fue un santo, ni nunca aspiró a serlo. En su juventud abrazó una causa política dura, y lo hizo con todas sus consecuencias. Por ello pagó un alto precio: su cuerpo fue tatuado por las balas, se fugó de la cárcel, fue varias veces prisionero y sufrió casi trece años de reclusión, muchos de ellos bajo tortura.

Sin embargo, lejos de salir de ese ostracismo con odio, emergió un hombre renovado. Forjado en el amor, en la tolerancia, en no cobrar lo que se le hizo. Retomó su causa con otra visión. Una frase suya retrata esta tormentosa etapa de su vida: “No fui un prisionero trece años, fui un hombre libre que estuvo preso trece años”. Por eso su historia guarda un sorprendente paralelismo con la de Nelson Mandela.

Luego, prosiguió su lucha por los ideales, pero con una estrategia distinta. Pasó de ser abanderado de la lucha armada a ser un gladiador de las batallas democráticas. Su trayectoria es digna de asombro: diputado en 1994, senador en 1999, ministro en 2005 y presidente de la República en 2010. Más tarde, al dejar la presidencia, volvió al Senado hasta 2020.

Uno de sus tantos biógrafos, el periodista uruguayo Pablo Cohen, revela que la democracia domó a Mujica, quien, al valorar este sistema político, lo definió con sencillez y tino: “La democracia no es perfecta, pero es lo mejor que hemos inventado para no matarnos entre nosotros.”

De su paso por los cargos públicos, son muchas las lecciones que nos dejó. Una de ellas es que el poder nunca lo embriagó ni lo corrompió. Con algunas de sus decisiones estuve de acuerdo, con otras no. Pero lo importante es que fue coherente: su pensamiento y el ejercicio del poder solían andar de la mano.

Él mismo confesó que su gobierno no fue perfecto. No hizo milagros. “El poder no cambia a las personas, solo revela quiénes son en realidad. No venimos al gobierno a hacer plata, venimos a servir a la gente.”

Vivía en su chacra rural de siempre, donde también murió. Al Palacio Presidencial llegó en su modesto Volkswagen Beetle azul de 1987, y en él se desplazaba incluso siendo jefe de Estado. Salió del solio presidencial y permaneció, hasta sus últimos días, con los pies en la tierra. Este detalle, además de otros más relevantes, me cautiva especialmente. En lo personal, porque mi primer vehículo también fue un “cepillo” del mismo color, aunque algo más antiguo, del año 1969, aún lo recuerdo como si hubiera sido un Mercedes-Benz de caja.

Mujica no obtuvo ningún título universitario. Fue un autodidacta. Un filósofo moderno. Un estoico bonachón. Por eso, con modestia, decía: “Yo no soy universitario, pero me eduqué en la vida, en la cárcel y leyendo. No soy sabio, pero soy curioso.”

Tenía una increíble visión del mundo y de todas las facetas que definen la vida. Por ejemplo, sobre el valor de la alegría, decía: “La alegría no se compra, se cultiva. Es hija de la sencillez. No hay alegría más grande que tener una causa por la cual luchar.”

En cuanto a la tolerancia, principio clave para una convivencia armónica, nos regaló una reflexión profunda, muy distante del estereotipo del hombre de izquierda tradicional que solemos conocer por estos lares: “No me gusta que todos piensen como yo. Me gusta que piensen y que podamos discutir. No hay libertad sin tolerancia. La convivencia se construye con respeto, no con imposiciones”.

Tampoco dejó fuera su visión sobre la educación, esencial para el progreso humano y de los pueblos. Asignatura pendiente de nuestras sociedades del tercer mundo.  Dijo: “Lo que cambia el mundo no es la tecnología, es la educación con valores. Educar no es solo transmitir conocimientos, es enseñar a pensar. Si queremos un mundo mejor, tenemos que empezar por educar el corazón, no solo la cabeza.”

A pesar de su avanzada edad, Mujica tenía una sorprendente conexión con los jóvenes. Les movía a reflexionar sobre la vida y les animaba a nunca rendirse: “Los jóvenes no pueden rendirse, porque son el motor del cambio. Tienen que pelear por sus sueños, aunque el mundo les diga que no se puede. Ojalá los jóvenes no se vendan. Que no pierdan el alma por un celular nuevo o por una marca de ropa.”

Sobre el trabajo, el ocio y la vida, advertía cómo nuestra civilización nos ha hecho esclavos del consumo y del trabajo: Ser libre es gastar la mayor cantidad de tiempo de nuestra vida en aquello que nos gusta hacer. La vida no es solo trabajar, también es soñar. Venimos al mundo para intentar ser felices. La vida se nos va, y lo peor que nos puede pasar es que se nos vaya sin sentido.”

Y como no podía faltar, tampoco dejó fuera de su filosofía el amor. Por más de cuarenta años compartió su vida con su compañera Lucía. Aunque no tuvieron hijos, siempre destacó lo que el amor representa: “El amor es como el mate: hay que cebarlo todos los días, sino se enfría. La libertad más grande es amar sin poseer. No hay amor perfecto, hay amor que se trabaja cada día con paciencia y ternura.”

A la postre, la vida de Mujica fue rica en vivencias y en enseñanzas. Fue la vida de un hombre que fue feliz, y que nos convoca, a todos, a también serlo

José Lorenzo Fermín

Abogado

Licenciado en Derecho egresado de la PUCMM en el año 1986. Profesor de la PUCMM (1988-2000) en la cual impartió por varios años las cátedras de Introducción al Derecho Penal, Derecho Penal General y Derecho Penal Especial. Ministerio Público en el Distrito Judicial de Santiago (1989-2001). Socio fundador de la firma Fermín & Asociados, Abogados & Consultores desde el 1986.-. Miembro de la Comisión de Revisión y Actualización del Código Penal dominicano (1997-2000). Coordinador y facilitador del postgrado de Administración de Justicia Penal que ofrece la PUCMM (2001-2002). Integrante del Consejo de Defensa del Banco Central y de la Superintendencia de Bancos en los procesos de fraudes bancarios de los años 2003-2004, así como del Banco Central en el caso actual del Banco Peravia. Miembro del Consejo Editorial de Gaceta Judicial. Articulista y conferencista ocasional de temas vinculados al derecho penal y materias afines. Aguilucho desde chiquitico. Amante de la vida.

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