“Lo irónico es que nunca habíamos tenido tanto acceso a la realidad y, sin embargo, nunca habíamos estado tan lejos de ella”. – Walter Alvez de Olivera-.
Hace poco más de dos meses convine con un gran amigo para socializar algunos tópicos que, aunque debatibles, por la opacidad con que la sociedad lo ha tratado, parecería insignificante, pero no lo es. El abordaje rodó en una discusión empírico-práctica, en la que cada quien opinó sobre la interrelación de los hombres con el poder cuasi absoluto del algoritmo envolvente y discapacitante de las redes sociales.
Como he dicho antes, también se lo hice saber al amigo, no soy más que un espectador preocupado por el peligro de esta herramienta de carácter subversivo que ha obligado a mansos y cimarrones a trillar el camino insaciable del consumo de la sinrazón. No sin antes, extirpar con la furia de un cometa, todo atisbo de acción derivada de la reflexión compartida de los que un día fueron el germen de las transformaciones sociales.
A esto, se agrega un elemento disruptivo entre el esquema normativo de la convivencia y una moderna modalidad de expresión de las ideas y el pensamiento basada en la utilización de métodos amorales y un extenuado discurso soez carenciado de toda lógica. Un lenguaje altisonante que vierte odio y veneno sobre una muchedumbre agrupada en bucles sociales de virtualidad. Lugares a los que se mudó el nuevo esclavo de Nietzsche, aquilatando un resentimiento peligroso para las generaciones futuras.
Esta época sui generis, de fácil acceso al conocimiento universal, paradójicamente ha dado a luz ese prototipo de hombre inculto que, a fuerza de su ignorancia, opina con tal propiedad que asombra. Difundiendo “contenidos” sin el más mínimo rigor comunicacional, lanzando inmundicia y confusión a los ojos y oídos de gente que repite, sin confirmación, la maledicencia de un descerebrado vestido de influencer.
Todo apunta a un estrategia pensada y estructurada más allá de los bufones que se creen figuras relevantes por el simple hecho de echar estiércol al escaso entendimiento de nuestros jóvenes. Hay, aparentemente, una intención de generar un estado mental colectivo de inseguridad, horror, angustia y desesperación, con comentarios hiperbolizados de una realidad difícil, pero no caótica, de nuestra patria.
Las redes sociales son un centro de perversidad y perdición para nuestros niñas, niños y adolescentes, un circo de mala reputación, donde el cirquero, casi siempre perfumado y bien vestido, es incapaz de sacar la cabeza, pero juega al protector del hijo de la desventura y hermano del resentimiento, sacando partidas sociopolíticas y económicas disfrazadas de altruismo. El nido donde el miedo, la mentira, la intriga y putrefacción se apoderan de la generosidad e ignorancia sociales, con el único fin de atrofiar un bien elemental en el desarrollo de los pueblos… la libertad.
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