La Fundación Gabo, antes Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano -FNPI-, iniciativa del nobel de literatura Gabriel García Márquez (f), acaba de colgar en Facebook un post memorable, titulado: “¿Todólogos o periodistas?”.

Comenta: “En la actualidad se espera que los periodistas hagan de todo: grabar y editar vídeos, diseñar piezas gráficas, gestionar campañas digitales, administrar páginas web… y la lista sigue creciendo…

Pero la verdadera labor del periodismo es otra: investigar, narrar y difundir información veraz y de interés público, con rigor y ética, para generar impacto en la sociedad…

Es hora de dejar atrás el mito del periodista multitarea. Porque el periodismo de calidad necesita equipos especializados, no profesionales sobrecargados.

Nada nuevo contiene lo advertido por esta prestigiosa entidad orientada a la excelencia periodística, nacida en Cartagena de Indias, Colombia, con operación desde Bogotá, capital de ese país sudamericano.

En las aulas universitarias de comunicación, durante tres décadas, jamás me cansé de advertir sobre la tendencia de instrumentalización del profesional de la comunicación con la sobreestimación de las tecnologías a la par del desprecio por las historias, porque -según mi punto de vista- tal situación implica desdibujamiento de la profesión, cualquierización y, por tanto, crisis de buen periodismo.

La Gabo remarca, sin embargo, una situación pertinente de creciente preocupación en círculos académicos en tanto cada día gana adeptos y ya es moda, pese a los nefastos resultados. Valga una mirada crítica.

Se refiere al periodista multitarea, el todólogo, que -al final- es una apuesta a la banalidad y la superficialidad, es decir, a la enajenación de la sociedad en tanto en cuanto, por la descontextualización de los hechos, sustrae la posibilidad de comprenderlos a una la sociedad sin adiestramiento en lectura crítica de mensajes.

El panorama gris actual entraña la apropiación de la idea tecnofílica (integrados tecnológicos, diría Eco), la cual, en el ámbito manifiesto, evidencia una mitificación de las tecnologías al superponerlas al humano y al periodismo.

Y en lo subyacente discurre una razón económica (menos personal, menor costo; menos conflicto de intereses) y otra ideológica (menos roce con las colindancias económicas, políticas, religiosas).

Tal entramado se solapa en el discurso de la falta de tiempo para profundizar y en la cuestionable postura de que “la juventud de hoy no lee”.

En ese escenario de escalofríos predomina una extrema fascinación por la cámara, el micrófono, el smartphone, las luces, la edición, la dramaturgia, adoración a las plataformas digitales, sobre todo Ig y X, a cambio del sacrificio de la investigación no prejuiciada, la pobreza narrativa y descriptiva, a contrapelo del principio puntualizado por la periodista, locutora, escritora progresista y presentadora estadounidense de ¡Democracy Now!, Amy Goodman: “El periodismo debería ser el contrapoder, no el eco del poder”.

En esa perspectiva, los productos, con más forma que fondo, emiten desde la puesta en escena un fuerte tufo a malas relaciones públicas y otros esquemas de negocios dañinos para la sociedad porque coliden con la ética y los parámetros metodológicos de una disciplina destinada a cumplir con el deber de servir información veraz a una sociedad con derecho a recibirla.

El alegato para justificar esta práctica castradora es que “la gente no lee, esta generación no está en eso, todo el mundo anda muy rápido”; en lugar de: “Las personas de a pie no se ven representadas en los relatos, porque le resultan sosos, secos, monótonos, nada atractivos”.

Con esa excusa se han normalizado la falta de investigación para contextualizar los hechos noticiosos (igual a desinformar) y se han desaprovechado todas posibilidades de presentación que tienen los géneros periodísticos, puros e híbridos, además de sacrificar la creatividad y la estética en los productos.

Subgéneros como el reportaje, la crónica, el relato interpretativo y el brackground, la perspectiva y la semblanza están en extinción porque requieren especialización, sensibilidad social, férrea actitud ética, voluntad (empresarial y del talento) para realizarlos y contarlos de manera elegante a contracorriente de la urdimbre de intereses que sirve de barrera para hurgar más allá de la superficie.

El presente nos reclama rectificar y volver al camino, pero parece que resulta mejor diluirse en nimiedades nihilistas de jóvenes negando a la “vieja guardia” al considerarla desecho que obstaculiza sus objetivos de ascender en el mercado. Y de segmentos de la “vieja guardia” atribuyéndose capacidades sobrenaturales, ufanándose de que la valentía, la calidad narrativa y la ética murieron con ella porque el caos llegó con la juventud.

En ambos casos se parte de una falacia. La realidad es que ayer y hoy ha habido buenos ejemplos de profesionales de ambos géneros, pero también de farsantes, ineptos, escribemalo y escribidores por encargo, hipócritas, pandillitas para hacer campañas sucias, mercenarios de la pluma y la boca, corruptos, doble moral, indolentes, mercenarios que se mueven por los hilos del poder porque con él se excitan al máximo, sin importar que se desparrame sangre o el buen nombre del otro o se hunda la sociedad.

Bastaría con mirar sin pasión desbordada los contenidos mediáticos de ayer y hoy para diferenciar el “macho” del arroz. Identificar, sobre todo, los ídolos de cera construidos a golpe de artificios según la conveniencia económica, política y grupal de la coyuntura.

La calidad ni tiene que ver con juventud ni con vejez. Y si fuese por tecnologías de punta, estaríamos hoy frente la perfección periodística generalizada.

Muchas personas en nuestro mundo tienen acceso a Internet y poseen Iphone u otros smart, Ipad, laptop de última generación y estudios modernos para grabar “podcast” y colgarlos en cuentas de You Tube y otras plataformas.

Recursos sobran para facilitar procesos de investigación y adiestrarse en buenas historias, con dominio de la narración-descripción, el ritmo y la construcción del suspenso a través de la lectura sostenida de excelentes novelas, poemas y cuentos.

Paradójicamente, la supuesta democratización mediática que proveen Internet y la Web no ha servido para la cualificación periodística.

El buen periodismo tiene que ver, en esencia, con una sólida formación académica y profesional, voluntad, actitud ética, desprendimiento y espíritu de servicio a la sociedad en el entendido de que es una profesión-arte de servicio público, no mero negocio para enriquecerse de cualquier manera.

Y no hay boticas de inteligencia artificial donde vendan esas cualidades.

¡Ahí está el detalle!

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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