Se afirma que a “La Casa de Alofoke” se unieron en una sola noche -28 de agosto- unos 2 millones de dispositivos y diariamente se suman alrededor de 1.2 millones. Aunque se usan técnicas para ampliar la capacidad de conexiones, donde seguro confluyen decenas de celulares, cámaras, consolas de streaming, equipos de producción y visitantes, lo cierto es que dicho espacio ha generado una amplia difusión.

Pero, mirar la llamada casa de Alofoke desde el balcón no es detenerse en un espacio de entretenimiento ni en la simple expansión de un proyecto mediático exitoso. Es, más bien, contemplar un fenómeno sociológico que nos cuestiona como nación y que evidencia, con toda su crudeza, el tránsito de la República Dominicana hacia la condición de lo que Zygmunt Bauman definió como “sociedad líquida”: un tiempo en el que las instituciones, los valores y los vínculos pierden densidad, se vuelven frágiles, inestables y, sobre todo, transitorios, episódicos.

En ese espacio -mitad set de grabación, mitad foro de influencia- se condensa una paradoja que retrata a nuestro país. De un lado, se presenta como una plataforma democratizadora donde hay voces antes excluidas de la conversación pública: exponentes urbanos, figuras mediáticas, jóvenes sin trayectoria institucional, pero con gran poder de convocatoria digital. Del otro lado, se erige como vitrina indispensable para políticos, empresarios y hasta líderes religiosos, que han comprendido que para alcanzar legitimidad social ya no basta con la academia, los partidos ni la prensa tradicional: hay que ver ese escenario y hablar en su lenguaje.

La irrupción de este tipo de espacios confirma la tesis de Bauman: las instituciones sólidas se han debilitado y los referentes de permanencia se han vuelto prescindibles. En lugar de forjar liderazgos sobre la consistencia de ideas, se fabrican popularidades efímeras. La política, que antaño encontraba su legitimidad en el debate ideológico y en la representación institucional, hoy mide su impacto en número de reproducciones, tendencias en las redes como likes en X o visualizaciones de YouTube. La banalidad ha conquistado el espacio público, y lo ha hecho con el consentimiento de quienes antes la despreciaban.

La banalidad como espectáculo social

Guy Debord advirtió en La sociedad del espectáculo que la vida pública tiende a reducirse a lo que se puede representar visualmente. No importa tanto la consistencia de un discurso como la capacidad de convertirlo en tendencia viral. Este diagnóstico se hace carne en “La Casa de Alofoke”, donde lo político se mezcla con lo musical, lo religioso con lo humorístico, y donde la frontera entre lo trascendente y lo trivial se diluye sin resistencia.

El resultado es un vaciamiento de contenido. Gilles Lipovetsky, en La era del vacío, describe este fenómeno como el reinado de la seducción inmediata, donde la profundidad se sacrifica en nombre de la visibilidad. Lo que importa no es si un argumento es sólido, sino si puede generar polémica y mantener la atención de audiencias cada vez más impacientes.

La sociedad dominicana, que en otro tiempo depositó su confianza en el Congreso, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la iglesia, en algunos tanques de pensamiento o en la prensa escrita, hoy la deposita en plataformas digitales que privilegian el ritmo, el escándalo y la emocionalidad sobre el análisis, la crítica y la verdad. El tránsito desde lo institucional hacia lo mediático no es accidental, es más bien el reflejo de un desencanto generalizado con los espacios tradicionales, considerados corruptos, elitistas o desconectados de la vida cotidiana.

El síntoma de un déficit de valores

La fascinación por “La Casa de Alofoke” no es en sí misma el problema; lo problemático es lo que revela. Muestra una sociedad que ha dejado de creer en la permanencia de los valores, que ya no confía en los principios como cimiento de la vida colectiva, y que asume con naturalidad que todo es provisional, desde los liderazgos políticos hasta las lealtades ciudadanas.

Cuando la ética, la coherencia y la institucionalidad dejan de ser referentes, lo que queda es la lógica de lo efímero. Lo mismo ocurre en la política dominicana, marcada por partidos que ya no son depositarios de proyectos históricos, sino maquinarias electorales en busca de encuestas favorables. En ese terreno líquido, no sorprende que los líderes busquen en plataformas de entretenimiento la visibilidad que antes conseguían en debates parlamentarios o en la construcción de consensos sociales.

El apotegma de Bauman nos da la razón: en la modernidad líquida, nada permanece. Las relaciones humanas, los compromisos políticos y hasta los principios jurídicos se relativizan. “La Casa de Alofoke”, más que un fenómeno cultural, es un espejo que nos devuelve el rostro de una nación atrapada entre la fascinación por la novedad y la incapacidad de sostener valores permanentes.

La política en el lenguaje de lo banal

El hecho de que senadores, ministros, aspirantes presidenciales y figuras de poder se dejen fascinar por ese escenario confirma la magnitud del fenómeno. No es que crean en el valor intrínseco del espacio, sino que reconocen su poder de influencia. La política ha sido arrastrada al terreno de lo banal, y lo hace con una docilidad que sorprende.

Aquí se revela otra paradoja: mientras más se critica la superficialidad, más se alimenta su poder. Al fascinarse por esos espacios, la política reconoce que ya no controla la agenda pública. La legitimidad, hoy, se disputa en los sets de entretenimiento, no en las instituciones que deberían encarnar la seriedad de la República.

Esto plantea una pregunta crucial: ¿qué queda del Estado democrático si el espacio donde se discute la cosa pública ya no es el Congreso ni los medios de análisis, sino un canal digital que vive del algoritmo? ¿No estamos, acaso, ante un vaciamiento de la política como ejercicio racional y deliberativo?

Un espejo que incomoda

No se trata de condenar a Alofoke, ni de caricaturizar el impacto de la cultura urbana. Se trata de reconocer que el lugar que ocupa es un síntoma de algo más profundo: el debilitamiento de los valores permanentes que daban cohesión a la sociedad dominicana. La banalidad entretiene, pero también evidencia un vacío que no hemos sabido llenar con instituciones sólidas, con proyectos políticos consistentes, con cultura cívica y con compromiso ético.

Desde el balcón, “La casa de Alofoke” es al mismo tiempo parque de diversiones y espejo perturbador. Nos muestra lo que somos: una sociedad que se desliza con naturalidad hacia lo efímero, que ha sustituido la búsqueda de la verdad por la necesidad de visibilidad, y que convive con un déficit estructural de valores permanentes.

El gran desafío no es cerrar esos espacios ni despreciar lo que representan, sino recuperar la capacidad de distinguir lo esencial de lo trivial, lo permanente de lo pasajero. Solo así podremos revertir la tendencia de vivir, como decía Bauman, en tiempos líquidos donde todo fluye, pero nada permanece.

Carlos Salcedo Camacho

Abogado

Abogado, litigante, asesor jurídico, estratégico e institucional de diversas personas, empresas e instituciones. Dirige desde 1987 su firma de abogado, Salcedo y Astacio, con oficinas en Moca y Santo Domingo. Tiene varios diplomados, postgrados y maestrías, en diversas ramas del derecho, como la constitucional, corporativa, penal y laboral. Autor y coautor de varias obras de derecho y en el área institucional. Columnista y colaborador de las revistas Estudios Jurídicos, Ciencias Jurídicas y Gaceta Judicial y periódicos nacionales y de obras internacionales como el Anuario de Derecho Constitucional, de la Fundación alemana Konrad Adenauer. Desde el año 2010 es articulista fijo del periódico El Día. Ha sido redactor y coredactor de diversas, leyes y reglamentos. Ha sido profesor en la PUCMM y en diversas universidades, tanto en grado como en maestrías. Conferencista en el país y en el extranjero, en diferentes ramas de las ciencias jurídicas y sociales. Fue Director Ejecutivo de la Fundación Institucionalidad y Justicia (Finjus) (2001-2003). Director Estratégico del Senado de la República y Jefe del Gabinete del Presidente del Senado de la República (2004-2006). Fue asesor ejecutivo y el jefe del Gabinete del Ministerio de Cultura (2012-2016).

Ver más