Byung-Chul Han ha pasado de ser el filósofo de la sociedad del cansancio a convertirse, quizá sin proponérselo, en uno de los últimos místicos de la razón contemporánea. Si en sus primeros libros —La sociedad del cansancioLa agonía del ErosLa expulsión de lo distinto— su voz era la del diagnóstico lúcido, clínico y punzante del malestar moderno, en sus obras más recientes esa voz se ha vuelto más baja, más interior, más tonal. En La tonalidad del pensamiento (2024) y Sobre Dios. En Pensar con Simone Weil (2025), el pensador surcoreano radicado en Alemania se adentra en una región limítrofe entre la filosofía, la teología y la poesía: allí donde el pensamiento, al aproximarse al misterio, deja de querer poseerlo y se rinde ante él.

Estos dos libros, distintos en estructura —uno, tríptico de conferencias; el otro, meditación mística en diálogo con Simone Weil—, forman un continuo espiritual. Ambos giran en torno a una misma experiencia: la fatiga de un mundo sin profundidad y la urgencia de reconquistar el silencio, la atención, el amor como don y no como rendimiento. En La tonalidad del pensamiento, Han busca una nueva sonoridad de la razón; en Sobre Dios, esa sonoridad se convierte en oración silenciosa. La filosofía se acerca así a su límite: cuando ya no explica, canta; cuando ya no analiza, se arrodilla.

I. La tonalidad como método: pensar desde la resonancia

“La tonalidad del pensamiento” es, en apariencia, un libro menor: tres conferencias breves sobre el amor (Eros), la esperanza y la tonalidad misma del pensar. Sin embargo, en ellas Han condensa una intuición decisiva: que la filosofía no se define por el contenido de sus ideas, sino por su tono. Pensar no es solo articular conceptos, sino modular una voz, una vibración que toca lo real.

Han rescata aquí una tradición que remite a Heráclito, a Nietzsche y a Heidegger: el pensar como resonancia. En lugar de un discurso lineal, busca un pensamiento que “suene” de cierto modo, que despierte una experiencia. Lo dice con una metáfora musical: así como Bach o Schumann despliegan variaciones sobre un mismo tema, el pensamiento filosófico puede ser una serie de modulaciones sobre un mismo misterio.

La obra reciente de Byung-Chul Han propone una filosofía que se despoja del ruido para abrazar el silencio como forma de resistencia y apertura al misterio.

De ahí que Han insista en que sus libros no se repiten, sino que varían su tonalidad.  La sociedad del cansancio era el diagnóstico en tono menor; La salvación de lo bello era una elegía por la pérdida del aura; La tonalidad del pensamiento suena ya como preludio a una plegaria. El filósofo se ha ido despojando del tono crítico para alcanzar el contemplativo, el tono de quien ya no quiere vencer al mundo, sino comprender su latido.

Esta evolución estética tiene una consecuencia ontológica: pensar es dejarse afectar. En la sociedad de la transparencia —dice Han— todo está expuesto, disponible, sin misterio. Pensar, en cambio, es volver a escuchar. Así, la tonalidad del pensamiento es también una ética de la atención: el pensamiento digno de ese nombre solo puede darse en silencio, cuando el sujeto calla para dejar hablar al Ser.

II. Pensar con Simone Weil: la obediencia del alma

Ese mismo movimiento —del ruido al silencio, del yo a la atención— se profundiza en Sobre Dios. Pensar con Simone Weil. Aquí Han encuentra en la filósofa francesa una interlocutora privilegiada: alguien que, habiendo vivido el siglo XX como exilio y desgarramiento, supo convertir la filosofía en oración.

Simone Weil enseñó que la atención es la forma más pura del amor, y que la decreación —el vaciamiento del yo— es condición para acceder a la verdad. Han asume esas categorías como antídoto contra la sociedad del rendimiento: si el mundo contemporáneo exige positividad, exposición y productividad, Weil responde con su mística del vacío, del despojo, de la receptividad.

El filósofo coreano la sigue paso a paso: el silencio frente al ruido, la belleza frente al consumo, la gracia frente a la voluntad. En su lectura, Weil representa la alternativa radical al sujeto neoliberal: un ser que se deja transformar por la espera, no por la acción. De ahí que Han afirme que solo quien aprende a “atender” puede todavía “amar”.

En el fondo, Han no escribe aquí un libro sobre Dios, sino sobre la imposibilidad de pensar sin Él. No un Dios doctrinal, sino la pura apertura del pensamiento a aquello que lo sobrepasa. “Pensar con Simone Weil” es pensar desde el límite, desde la rendición. El pensamiento, si es verdaderamente filosófico, no puede sino inclinarse ante el misterio del Ser.

III. El pensamiento que se rinde

Entre ambos libros se traza, pues, un arco: de la tonalidad al silencio, del pensamiento al abandono. Lo que en La tonalidad del pensamiento era aún un problema formal —cómo suena el pensar—, en Sobre Dios se vuelve experiencia existencial —qué queda del pensar cuando se enfrenta al absoluto.

En La tonalidad del pensamiento, Han invoca a la música para describir el modo en que la razón puede conmover sin dominar. En Sobre Dios, el instrumento se calla: ya no hay sonido, solo espera. Weil lo había dicho de modo extremo: “La atención absoluta es oración.” Y Han, que había hecho de la crítica un arte de la lucidez, convierte ahora la filosofía en un ejercicio de plegaria laica.

Lo que se rinde en ese proceso no es el pensamiento en cuanto tal, sino su pretensión de autosuficiencia. Frente a la arrogancia ilustrada —que quiso convertir la razón en medida de todo—, Han postula una razón que se sabe finita, que solo alcanza sentido al rendirse. “La filosofía —sugiere— no puede poseer la verdad; solo puede recibirla.”

Esta rendición no es derrota, sino acto de libertad. Porque solo el pensamiento que acepta su límite puede tocar lo absoluto. Todo lo demás —la productividad, la conectividad, la saturación digital— no es pensamiento, sino ruido.

IV. Del diagnóstico al consuelo: la metamorfosis de Han

En estos libros, Han deja atrás la figura del “filósofo del malestar” para convertirse en un pensador del consuelo. Pero no se trata de un consuelo psicológico, sino ontológico: aquel que brota del reconocimiento de que la vida, incluso herida, participa de una dimensión invisible.

En La tonalidad del pensamiento, el consuelo aparece como resonancia; en Sobre Dios, como abandono. Ambas actitudes —resonar y abandonarse— suponen un descentramiento del yo. El sujeto productivo, vigilante y exhausto del capitalismo tardío se desarma ante lo que no puede dominar.

Han no abandona la crítica social: su diagnóstico sigue siendo el de una época enferma de positividad, de exposición y de ruido. Pero ahora su respuesta no pasa por la política ni por la moral, sino por una transformación espiritual. “Solo el silencio nos salvará”, parece decir.

Este desplazamiento ha desconcertado a algunos de sus lectores: ¿ha dejado Han de ser un crítico del sistema para volverse un místico? En realidad, su movimiento no es evasión, sino coherencia. Si el problema de la modernidad es la saturación, la verdadera resistencia consiste en callar. Y si la filosofía nació del asombro, su culminación solo puede ser la adoración.

V. La nada y el Absoluto

En los dos libros, la noción de “nada” atraviesa como un hilo secreto toda la argumentación. En La tonalidad del pensamiento, la nada es condición estética: solo el silencio permite que el pensamiento tenga tono. En Sobre Dios, la nada se convierte en categoría teológica: el alma debe vaciarse de sí misma para dejar espacio al Absoluto.

Simone Weil llamó a ese proceso “descréation”: el yo, al renunciar a su propio ser, participa del acto divino de creación. Han lo reinterpreta como una terapia contra la hipertrofia del ego contemporáneo. El pensamiento verdadero no se afirma, se disuelve.

Aquí el filósofo toca una intuición que atraviesa Oriente y Occidente: el saber supremo consiste en reconocer la nada. En el budismo, como en la mística cristiana, la iluminación llega cuando el pensamiento deja de oponerse a lo real. Han, formado en ambas tradiciones, realiza en estos libros una síntesis silenciosa de las dos: una filosofía que medita como un zen y ora como un monje.

De ahí la conclusión a la que su obra reciente parece conducir:

El pensamiento humano, si es verdaderamente filosófico, se rinde en la nada ante el Ser Absoluto.

Esa rendición puede adoptar tres figuras, como tú bien señalas:

  • Histórica, para quienes leen el Absoluto en el devenir del mundo, en la temporalidad de la historia.
  • Personal, para quienes lo experimentan como sujeto trascendente, interlocutor íntimo.
  • Silenciosa, para quienes solo pueden rezarle desde la fe callada, sin imagen ni palabra.

Han no elige entre ellas: deja que el pensamiento se incline, que reconozca su impotencia, que aprenda a callar. En ese gesto —el del filósofo que se detiene ante el misterio— se consuma la verdadera sabiduría.

VI. Epílogo: del ruido al recogimiento

En el horizonte saturado de pantallas, datos y conexiones, el silencio se ha vuelto revolucionario. Pensar ya no consiste en producir ideas, sino en abrir un espacio donde algo pueda ser recibido. La filosofía de Han, en sus últimos libros, ha madurado hasta comprender que el pensamiento no se mide por su fuerza crítica, sino por su capacidad de rendirse sin caer, de callar sin huir.

La tonalidad del pensamiento enseña a escuchar; sobre Dios enseña a obedecer. Juntas, ambas obras forman una pedagogía de la rendición: una ética del alma que ya no compite ni calcula, sino que se deja tocar.

Han, el analista del rendimiento, termina siendo su disidente más profundo: aquel que recuerda que toda obra humana —sea arte, amor o pensamiento— solo alcanza su plenitud cuando se reconoce limitada, cuando entrega su eco al silencio del Ser.

En ese punto donde la filosofía se vuelve plegaria, donde el pensar se rinde ante lo inefable, Byung-Chul Han se encuentra con Simone Weil, pero también con una tradición más antigua que ambos: la convicción de que todo pensar auténtico culmina en adoración.

El pensamiento, agotado de buscar dominio, descubre que su sentido no es decir la verdad, sino callar ante ella.

Bibliografía citada y consultada

  • Han, Byung-Chul. Infocracia. La digitalización y la crisis de la democracia. Barcelona: Herder, 2022.
  • Han, Byung-Chul. La tonalidad del pensamiento. Barcelona: Herder, 2024.
  • Han, Byung-Chul. Sobre Dios. Pensar con Simone Weil. Barcelona: Herder, 2025.
  • Adorno, Theodor W. Dialéctica negativa. Madrid: Trotta, 2005.
  • Heidegger, Martin. Unterwegs zur Sprache. Frankfurt am Main: Klostermann, 1959.
  • Nietzsche, Friedrich. El nacimiento de la tragedia. Madrid: Alianza, 2017.
  • Weil, Simone. La gravedad y la gracia. Madrid: Trotta, 2000.

Fernando Ferran

Educador

Profesor Investigador Programa de Estudios del Desarrollo Dominicano, PUCMM

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