El estudio El auge y la caída de la racionalidad en el lenguaje publicado por investigadores de las universidades Wageningen de los Países Bajos e Indiana en los Estados Unidos haciendo uso de textos publicados en Google Books, plantean un cambio en los discursos, desde mediados de los 80, con el predominio del lenguaje emocional.
De antemano quiero dejar muy claro que no abomino de las emociones, estas son parte intrínseca de los seres humanos, el problema es cuando nuestras acciones y decisiones están siendo guiadas de manera preferente por ellas, sin detenerse a las necesarias consideraciones racionales como soporte importante de estas.
En una época como la que vivimos en que las redes sociales se han convertido en el oráculo de que cuanto se quiere saber y conocer, y en la que prima por encima de todo la verdad privada, la que emana de las percepciones y consideraciones que cada uno asume, el tema se hace más complejo aún.
Estamos hablando de toda “verdad”, de toda información o aseveración dicha y que, con frecuencia, ignora los hechos objetivos, apelando solo a las emociones, creencias y deseos de quien las dice como de aquel que se constituye en su audiencia expectante, haciéndose presa de la ignorancia y la estulticia como única posibilidad.
¿Será, como dice Darío Villanueva, y así titula su libro que, en dos meses, mayo y junio del 2024, vieron aparecer la primera y segunda edición, “El atropello a la razón”? Y no duda incluso plantear la idea de que no solo se trata del atropello a la razón propia del conocimiento filosófico y científico, sino incluso, que lo es también “al sentido común”.
No pongo en dudas el derecho que tiene cada uno de “decir y hasta defender su verdad”, lo complicado es cuando esa verdad dicha y vociferada por las redes y muchos medios de comunicación, carece de un mínimo de evidencias incontrovertibles y que solo se sustenta en el deseo de hacerse sentir.
Aunque luzca una tautología la verdad hace referencia a la cualidad de ser verdadero, y eso significa, apegarse y dar cuenta de la realidad, como a la cualidad de ser veraz. Para la ética, la verdad se constituye en un valor de importancia, ya que supone la transparencia, la honestidad y la responsabilidad en lo personal y social.
No se trata solo entonces de suponer que “ésa es mi verdad”, sobre todo cuando “la verdad dicha” hace referencia a terceros los cuales, en un sentido u otro, deberán cargar con lo que supone la verdad dicha. Y digo en un sentido u otro, pues “dicha verdad” puede herir o solo lisonjear dignidades. Pues lo hay de todo.
Sócrates, hace ya miles de años, nos propuso una especie de filtro en tres actos antes de compartir una información sobre alguien y, con más razón, si se trata de algo negativo: ¿Es verdadero? ¿Es bueno? ¿es útil? Se habla así de la fábula de los tres filtros de Sócrates:
“Un discípulo llegó muy agitado a la casa de Sócrates y empezó a hablar de esta manera:
- “¡Maestro!, quiero contarte cómo un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia…”.
Sócrates lo interrumpió diciendo: “¡Espera! ¿Ya hiciste pasar a través de los Tres filtros lo que me vas a decir?
- “¿Los tres filtros…?”
- “Si” -replicó Sócrates. El primero, la VERDAD. ¿Examinaste cuidadosamente si lo que me quieres decir es verdadero en todos sus aspectos?”
- “No… lo oí decir a unas personas…”
- “Pero, al menos lo habrás hecho pasar por el segundo que es la BONDAD: ¿lo que me quieres decir es por lo menos bueno?”
- “No, en realidad no… todo lo contrario”.
- “¡Ah! -interrumpió Sócrates: “Entonces vamos al último filtro: ¿Es NECESARIO que me lo cuentes o yo saberlo?
- “Para ser sincero -dijo el estudiante- no… Necesario no es”.
- “Entonces -sonrió el sabio- si no es verdadero, ni bueno, como tampoco necesario… dejemos eso en el olvido…”.
Si tan solo fuéramos capaces de asumir esta actitud, cuanta desinformación, intranquilidad y malentendidos nos ahorraríamos. Hace tiempo decidí dejar de oír a algunos personajes “amigos”, que con su rostro entruñado, pretendían darle fuerza a “sus verdades”. Hoy, por razones de salud mental, prefiero ignorarlos.
A mi edad y luego de haber oído y escuchado, como visto tantas cosas, prefiero la ignorancia a asumir la verdad amañada y falsa, sobre todo cuando solo se trata de la verdad con propósitos lisonjeros o, más bien, de la verdad pagada. Así, me he ahorrado muchas amarguras y no menos enconos innecesarios.
Compartir esta nota