Mirando la cotidianidad del  país, voy escuchando disociaciones esquizoides y palabrerías que son extraídas a retazos del siglo XIX. Parecería como si cruzamos a caballo de Santo Domingo a Santiago. En este período se puede hablar de una atemporalidad en la que se desconocía la diversidad  y fantaseaba con una propia historicidad cuyo cimiento hispánico era el deseo colonial de la manifestación del poder de uno sobre otro, y el cual se situaba más allá del atlántico.

El aliento era la blanquitud, prueba de que no se reconocía, a los otros (negros) dada que la ideología dominante bajo el esquema sub-temporal y el esquema sub-espacial estaba petrificados por las reglas eurocéntricas. Mientras tantos los negros, mulatos y mestizos reproducían de manera simultánea  sus experiencias culturales fuera del entramado de las élites blancas que construían memorias para simular un mundo ajeno.

Esa presencia de memorias del exterior y de horizontes corporales con formas, coloridos y raíces distintas se imponen en los relatos creando una importante masa de información que borró y suprimió, las otras memorias africanas e indígenas, las cuales también formaban parte  de la cultura dominicana. El tiempo dejó de transformarse en sí mismo y el esquizofrénico entró en su pasión.  El delirio esquizoide crea una instantánea, la cual separa y aparca lo diverso. Se crea un mundo que sólo tiene un sentido. La cultura se mira de un solo lado e intenta una y otra vez reunir los pedazos aparcados mediante el delirio, el cual gobierna solo fragmentos.

Todo lo que representa la negritud, lo africano u originario se expulsó a la geografía del oeste. La silla se desplazó y lo denominado hispánico y eurocéntrico  se instauró en un tiempo estático. Ahora todos somos blancos en el delirio obsesivo del sentido de la historia colonial. Todo lo que nos rodea es una sintonía que regula el legislador frente a un súbdito que tiene un marco de coloridos que desdibuja el ser.

La persecución a ciertos ritmos de tambores, los cantos religiosos, bailes y sentidos de la diversidad afrodescendiente es una geografía política del fracaso.

El delirio esquizofrénico se desplaza creando una nueva divinidad producto de la proyección de sus conflictos internos frente al padre fundante y como todo delirio es un saber fragmentado se construye una memoria que se inventa y reinventa según sea la experiencia y el supuesto peligro al que se enfrenta el sujeto pulsional, hoy el caso haitiano.

Los acontecimientos que observo en los medios de comunicación sobre el rechazo, la persecución, el maltrato a las personas negras dominicanas y haitianas son parte de esos delirios psicopáticos de la sociedad dominicana, los cuales son productos de un hacinamiento cultural diseñado por las élites.

Los aparcadores de la moral blanca y perseguidora de todo los afrodescendientes son los que no tienen lugar en la estructura de la sociedad por carencia de propiedad, abolengo y límites educativos. Estos hombres y mujeres que creen instaurar un orden son los que habitan en cuerpos negros, pero no lo ven por las micros miserias que conforman su mundillo. El dominicano en su vida diaria no consigue aunar lo que lo une y separa del otro. Su co-presencia está marcada por el delirio que defiende: su hispanidad y los supuestos símbolos fundantes  de un orden que se dibuja con esmero extremo.

La persecución a ciertos ritmos de tambores, los cantos religiosos, bailes y sentidos de la diversidad afrodescendiente es una geografía política del fracaso. Está sostenida en un falso poder de acciones que pretende sostenerse en una moral juiciosa y en un orden fundante pro-blanco.

El mundo de esta ciudad no es más que una proyección patológica de reducir la cultura a un estado objeto. Un Estado que ahorra cheles violando sus propias leyes y constitución, por ejemplo, la ley de salud para señalar algo.  Eso me recuerda a los delirios paranoicos del Juez Daniel Paul Schreber. Bajo esas manifestaciones psicóticas, él interpretó la objetivación, lo jurídico y lo ético de un buen gobierno.  ¿Cómo se puede solicitar a los jueces sobre moral y a sus acólitos un buen despliegue de buenos actos, cuando domina un horizonte en una alerta sin sentido?  No hay memoria en nuestra historia vernácula que pueda sostener un delirio tan incomprensible como la psicosis con el colorido de la piel, las costumbres africanas, indígenas y la impiedad frente a una mujer parturienta.

Los actos violentos de ese poder patológico encalla en el vacío y en la nada. A los dominicanos les duelen tres siglos de esclavización. No hay forma de caminar sin quedar rayado por el dolor psíquico de la opresión y el martirio de la esclavitud.

La sociedad dominicana se mira con un borrón y cuenta nueva, pero sus celdas no están vacías ni desnudas, la habitan hombre y mujeres afrodescendientes que se miran en los cuerpos haitianos que rechazan por una biopolítica desde las élites que les pinta flores, los blanquean y lo envuelve en un proyecto de rechazo y limpieza étnica frente al otro.

En ese estado de metamorfosis surge algo, la pulsión y la presencia de un “yo” que se interroga y se pregunta ¿quién soy yo?, en esta fronteras de cuerpos que siempre se han movido, al toque de los palos y las virtudes de las caderas sensibles. Lo real siempre será interpretado y en cualquier cultura, lo que va de la psicopatía a la psicosis pone el tapete en el menoscabo del yo. Sea la manía o la psicosis, ninguna cultura se puede despojar de sí misma. Volverá la melancolía y la agonía hará presencia.  Lo que se mira, a través del cuerpo es una dinámica que empujará a una democracia racial y a la aceptación de identidades múltiples que han de existir en una compartida geografía isleña y caribeña.

Fátima Portorreal

Antropóloga

Antropóloga. Activista por los derechos civiles. Defensora de las mujeres y los hombres que trabajan la tierra. Instagram: fatimaportlir

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