Uno de los problemas que tiene la humanidad es el creciente interés de domesticar lo salvaje. Sin duda, esto también afecta el medioambiente.

Nos hemos llevado a perros y gatos a casa para ponerles ropa, darles alimentos procesados, hacerlos dormir en cama y que se distraigan en la tele, a sabiendas de que donde deberían estar es persiguiéndose unos a otros, matando animales más pequeños y purgándose naturalmente con plantas silvestres.

Tenemos variedades de aves enjauladas en el balcón porque nos gusta oírlas cantar, pero hemos cortado los árboles donde cientos de ellas se juntan a dar conciertos al nacer el día y al caer la tarde, porque sus raíces nos agrietan las cisternas.

Colocamos en la sala una pecera de cristal con vegetación sintética en el artificial fondo marino, para contemplar sus múltiples colores y belleza, mientras dejamos las playas llenas de desechos que el mar no puede digerir ni en cientos de años.

En nuestros hogares encementamos el patio y colocamos dos maceteros con flores en el recibidor, al igual que en las vías públicas donde lo hemos encementado todo, sin dejar zonas verdes, grama ni árboles que absorban el exceso de lluvia. A cambio colocamos una Cyca revoluta, una palmita o una lengua de suegra en jardineras mal ubicadas, obstruyendo el paso para peatones, haciendo imposible pasear, salir a caminar o desplazarnos de la forma más natural, saludable y humanamente posible.

Luego nos quejamos por el calor, las inundaciones, los cuerpos de agua secos y la desaparición de especies, las pestes y enfermedades. Somos agresores patológicos, que agredimos y luego lo compensamos con flores y chocolates.

Han surgido muchos defensores del medioambiente que culpan a las grandes industrias, al sector turístico, a las inmobiliarias, al capitalismo, a los Estados, etc.; sin embargo, todos somos culpables.

La domesticación de lo salvaje y la forma en que interactuamos con la naturaleza a menudo refleja una desconexión profunda, peligrosa y una falta de entendimiento de la importancia de estos espacios. La creación de entornos artificiales y manipulados, tanto para animales como para plantas, los aleja de sus hábitats naturales y de su esencia, afectando la vida misma.

Es una paradoja triste y dolorosa: queremos la belleza de la naturaleza cerca, pero la modificamos y confinamos para que se ajuste a nuestras comodidades, expectativas y deseos propios; que irónicamente en esencia son artificiales, sin considerar las consecuencias. Al mismo tiempo, destruimos y contaminamos los ecosistemas donde esa misma naturaleza prospera de manera natural, fuerte, bella y fuera de nuestro antojo, como debe ser.

La culpa no recae únicamente en las grandes industrias o los sistemas económicos que rigen y deciden. Cada ser humano, con nuestras acciones diarias, contribuimos a este problema. Desde cómo tratamos a nuestros animales domésticos hasta cómo diseñamos nuestros espacios urbanos y consumimos recursos. Nuestras elecciones tienen un impacto, y a menudo, intentamos enmendar el daño que causamos con gestos superficiales, sin abordar la raíz del problema.

Es importante reconocer nuestra responsabilidad individual y colectiva en esta crisis, que todos llaman ambiental pero que también es humana. Solo así podremos empezar a cambiar nuestros hábitos y a buscar soluciones más sostenibles y respetuosas con la naturaleza en beneficio de la vida misma.

Yajahira De La Cruz Mesa

Cristiana, feminista y defensora de DDHH

Yajahira De La Cruz Mesa (Cristiana, feminista y defensora de DDHH) con experiencia en proyectos educativos enfocados en prevención de violencia basada en género, promoción de las STEM y liderazgos femeninos. correo: yajahiradelacruzmesa@gmail.com

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