Los griegos de la Ilíada y la Odisea no eran gente de muchos escrúpulos, eran tan disolutos y sanguinarios como sus dioses. Ulises, en particular, no era una de esas personas en las que se podía confiar. De hecho, la cantidad de adjetivos con los que se lo define o se lo quiere definir dan una idea de la complejidad del personaje. Se lo caracteriza a veces por su fidelidad y a veces por su amor a las mentiras, y era sin duda astuto y hombre de muchas mañas, era engañoso, de ingenio multiforme, de fina inteligencia y sobresaliente elocuencia, alguien que «sobresale por su intelecto, por su incomparable habilidad para urdir argucias con las que salir de un embrollo o tomar ventaja de cualquier situación»…«Un personaje complejo, frecuentemente miserable y retorcido».
Una de las hazañas que se le atribuyen a Ulises es la escabrosa muerte o asesinato de Astyanax, hijo de Héctor, que era a su vez hijo del rey de Troya. Héctor muere en combate, a manos de Aquiles, pero había tenido la previsión de pedir a unos amigos que ocultaran y protegieran a Astyanax en caso de que cayera Troya, como en efecto sucedió. Los griegos, lamentablemente descubrieron al muchacho escondido en la misma tumba del padre y decidieron eliminarlo para evitar que en un futuro quisiera vengarse. A Ulises se le atribuye haberlo arrojado al vacío desde las altas murallas de Troya.
Ulises no pagaría, sin embargo, por los crímenes cometidos contra sus semejantes, sino por su altanería y soberbia, por su imprudencia y su afrenta al poderoso Poseidón o Neptuno, dios de las aguas, por un hecho incluso justificado. El viaje de regreso a Ítaca, que debía durar un mes, duró diez años y ninguno de sus hombres sobreviviría a la travesía. Fue su imprudencia la que los puso tantas veces en peligro. Por culpa de Ulises, después de caer en manos del cíclope Polifemo (un gigante de un solo ojo al que le encanta comer carne humana), atraen la ira de Neptuno. He aquí una resumida y escabrosa versión de los hechos:
Ulises y Polifemo
Por Marc Seguí Satorre
– ¡Humanos! ¡Humaaanos en mi cueeevaaa! ¿Quiénes son? ¿Acaso son ladrones que han venido a robarme a mí?
Todos estaban aterrorizados, entonces Ulises, el más valiente, tomó la palabra y, humildemente, le dijo que no eran ladrones ni piratas, que eran griegos y que volvían de la guerra de Troya. Le pedían hospitalidad para aquella noche, tal como ordenaba Zeus, el padre de los dioses, y que marcharían al día siguiente sin molestarle en lo más mínimo.
– ¡¡¡Yo soy Polifeeemooo, y no obedezco las órdenes de Zeus!!! Yo soy Polifeeemooo, y mi padre es Poseidón, el dios de los mares Y lanzando una horripilante carcajada, el cíclope agarró a dos marineros por las piernas y los estrelló contra las paredes de la cueva, con tal violencia, que los sesos y la sangre se desparramaron por todas partes. Entonces, arrancando los brazos y las piernas de los muertos, se los comió ¡Srrrup!
En cuanto se hubo dormido, Ulises desenvainó su espada y buscó el corazón del cíclope, y cuando estaba a punto de hacerlo… titubeó… ¡No podía matarlo! Si el cíclope moría, él y sus hombres no podrían salir de la cueva, ya que la pesada piedra que tapaba la entrada era imposible de mover. Así que no tuvo más remedio que volver a sentarse entre sus compañeros, y esperar el horrible día siguiente, en el que tal vez todos morirían.
Al día siguiente, el cíclope volvió a coger a dos marineros por las piernas, los estrelló contra las paredes de la cueva y, desmembrándolos, se los fue comiendo trozo a trozo, mientras se chupaba los dedos.
Posteriormente abrió la cueva, sacó al rebaño y, antes de volver a cerrarla, les dijo a los griegos que no se movieran de ahí, que serían la cena de esa noche. –Ja, ja, ja
Los griegos se hallaban al borde de la desesperación, pero en la mente de Ulises se había fraguado un plan. El cíclope Polifemo había dejado en la cueva un enorme tronco, para poder alimentar el fuego durante la noche. Ulises pidió a sus compañeros que lo alisaran, que le quitaran todas las ramitas, de modo que lo dejaron liso como el mástil de un barco. Entonces, Ulises afiló la punta, y la fue acercando al fuego, de tal manera que la madera se fue poco a poco endureciendo, y parecía ya la punta de una lanza.
Cuando el cíclope volvió, se repitió la escena, y murieron dos marinos más.
Pero Ulises tenía un arma secreta. En un ánfora llevaba un vino especial, un vino que le habían dado los dioses. Era tan fuerte, tan fuerte, que unas pocas gotas de ese vino transformaban litros y litros de agua en un vino buenísimo. Los humanos lo tenían que beber rebajado. Pero Polifemo no era humano, era un monstruo terrible, así que armándose de valor, Ulises le ofreció un cuenco de ese vino a Polifemo.
– ¡Srrrup! ¡Qué bueno está! Más, más…
Y Ulises, muerto de miedo, le ofreció dos cuencos más y Polifemo, borracho, le preguntó a Ulises cómo se llamaba.
Ulises le contestó que se llamaba… “Nadie”, y entonces Polifemo dijo:
– Pues vale, Nadie. Como prueba de mi agradecimiento por haberme dado este vino tan bueno, que sepas que tú serás el último que me coma. Ja, ja, ja.
Y el gigante Polifemo se durmió profundamente, ya que estaba muy muy borracho.
Ulises y sus hombres cogieron la afilada estaca y calentaron la punta, hasta que se puso al rojo vivo.
Entonces, poniéndola en sus hombros se dirigieron donde estaba el cíclope y la hincaron en su único ojo.
Ulises la hizo girar, como se hace girar un tornillo que se clava en la pared. El globo ocular hervía y se derretía por la frente del monstruo.
El espantoso Polifemo se levantó dando un alarido. Se arrancó la estaca de la frente y empezó a gritar, pidiendo ayuda a sus hermanos cíclopes que vivían en las cuevas de los alrededores.
Al oír sus gritos acudieron en tropel y le preguntaron desde fuera que qué le pasaba.
Y Polifemo rugió: – ¡Nadie me hiere! ¡Nadie me está matando!
– Pues si nadie te está haciendo daño, ¡No sé por qué nos despiertas! Y se volvieron otra vez a sus camas.
Sin dejar de aullar a causa del dolor, el gigante ciego buscó a tientas la entrada de la cueva y apartó la enorme piedra, para sentir el frescor de la noche en su cuenca vacía. Se sentó en medio de la entrada, con los brazos extendidos, para que los humanos no se pudieran escapar, ya que se quería vengar.
Y llegó la mañana. Las ovejas tenían que salir de la cueva, ya que tenían que pastar hierba y beber agua, así que Polifemo las dejaba salir, y las tocaba por encima, para saber que eran ovejas y no humanos los que salían.
Pero Ulises era muy listo, así que había atado a cada uno de los marinos debajo de una oveja, de tal modo que al salir por la entrada de la cueva, Polifemo tanteó la lana de los animales, pero no se dio cuenta de lo que había debajo de ellos. Ulises era el último, así que se cogió fuertemente debajo de una oveja y ¡también pudo escapar!
Ulises era un poco jactancioso, así que cuando ya estaban bastante lejos de Polifemo, cuando estaban ya en la barca, en el mar, le gritó:
-¡Nos hemos escapado, ciego Polifemo, nos hemos escapado!
Entonces el cíclope, ciego y aullando de rabia, subió corriendo y tropezando a una colina que había cerca y, enfurecido, cogió una gran roca y la tiró a donde él creía que estaba Ulises. La roca cayó por la popa, por la parte de atrás, así que Ulises, creyendo que era casi invencible, gritó al cíclope:
– ¡¡¡Polifemo!!! Si alguien te pregunta quién te ha cegado, dile que ha sido Ulises, hijo de Laertes, señor de Ítaca, el saqueador de ciudades.
Y aquí empezó la desgracia de Ulises. ¡Polifemo sabía su nombre.
Y entonces el cíclope gritó:
– ¡Padre! ¡Padre Poseidón! ¡Véngame! Ulises, hijo de Laertes, señor de Ítaca, el saqueador de ciudades, me ha cegado. Si de verdad eres mi padre y me quieres, véngame. Haz que el viaje de Ulises sea el viaje de vuelta a casa más triste, penoso y largo de toda la historia de la humanidad. Y así fue.
Compartir esta nota