La integridad es una palabra que llena el alma. Con ella se dice, se exige mucho.

Se requiere coherencia entre valores, expresiones y comportamientos; se prioriza el bien común.

Hoy viene con fuerza la persona, la vida, el ejemplo de PengSien Rafael Sang Ben. Su recuerdo inspira a aprender, a la austeridad, a la honestidad, a la rectitud, a la responsabilidad participativa ciudadana. No porque creyese que alguien superior lo vigilase, sino por su propia consciencia.

La integridad fue su forma de estar en el mundo. En mí significó que no buscaba el control en las relaciones, no buscaba un espejo que lo hiciese brillar; todo lo contrario, buscó el realce de la mujer, de la justicia, de la libertad; había unidad entre su vida privada y su vida pública: una única moral.

Como tenía unidad sobre sus actos, creencias y el bien común, su propio espejo era su alma; no era un ser fragmentado, con dependencias externas, conveniencias; de ahí la confianza que inspiraba. No buscaba espejos de aprobación.

En la militancia partidaria tenía una consigna: “crítica, autocrítica y rectificación”. No temía decepcionar, porque la autocrítica es el asumir las consecuencias de los actos. La valentía ética acarrea costos, y no importa el tener un perfil de “grandeza”; es no importar el no tener poder, porque se teme abusar. No se busca el control cuando no te alimentas de un poder que erosiona la dignidad de los otros/otras.

Asumir consecuencias es el respeto a la institucionalidad, es rechazar la impunidad para valorar la cohesión, la gobernanza y no servir de base a la desafección social-política, que debilita el tejido social que unifica.

Integridad en lo social y en la vida partidaria, pública

Como sociedad tenemos que buscar el bien común, la solidaridad, alejarnos de la corrupción y el clientelismo. Si no hay igualdad, justicia, que garantice la dignidad, la calidad de vida, las relaciones con un balance de poder, las instituciones se conforman con personas caracterizadas por el cinismo moral: “na e na”, se normaliza la vagabundancia.

La integridad exige en las instituciones reglas claras, aplicadas a todo el mundo sin privilegios.

A nosotras/os nos toca cultivar una ciudadanía crítica, informada, dedicar tiempo al aprendizaje, a la lectura, dedicar tiempo a escuchar, para tener participaciones disruptivas contra el egoísmo, participaciones bien fundamentadas.

Recordemos, como plantea Antonio Gramsci, la necesaria relación ética entre Estado y ciudadanía.

El 2026 nos espera para seguir construyendo una República Dominicana donde prime el interés común, con una ciudadanía íntegra.

Mildred Dolores Mata

Trabajadora social

Licenciada en Trabajo Social, PUCMM Maestría en Género y Desarrollo CEG-INTEC Feminista

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