La reciente declaración del CEO de Microsoft, Satya Nadella, sobre la falta de valor tangible generado por la inteligencia artificial generativa, representa un llamado a la mesura en un ecosistema donde la narrativa tecnológica suele estar dominada por la exageración y la especulación.
Su afirmación de que la verdadera medida del éxito de la IA debe ser un crecimiento económico del 10% a nivel mundial resuena con una verdad incómoda: aún no hemos visto los beneficios prometidos de la revolución de la IA a gran escala.
Esta postura de prudencia choca con las acciones de la propia Microsoft, que ha invertido más de 12 mil millones de dólares en OpenAI y es un pilar del ambicioso Proyecto Stargate, una iniciativa que parece apostar al futuro disruptivo de la IA.
Esto nos deja con una disonancia estratégica: mientras Nadella busca frenar la especulación desmedida, Microsoft sigue invirtiendo agresivamente en el desarrollo de modelos avanzados.
Desde la perspectiva de la digitalización y la economía global, este debate no es nuevo. En distintos análisis, hemos abordado cómo la adopción de tecnología sin una estrategia clara puede generar expectativas infladas que no se traducen en beneficios económicos reales.
La IA, como cualquier otra tecnología emergente, necesita métricas claras de impacto más allá del entusiasmo de sus promotores.
Lo que Microsoft enfrenta ahora es el dilema de toda innovación tecnológica: ¿cómo justificar inversiones masivas cuando los resultados aún no son evidentes?
En economías como la nuestra, donde la digitalización avanza de manera fragmentada, este tipo de reflexiones deben ser un recordatorio de que la tecnología, por sí sola, no genera valor; es su integración en modelos de negocio efectivos lo que determina su impacto.
El debate sobre la utilidad real de la IA no debe centrarse solo en el rendimiento de modelos como ChatGPT, CoPilot, entre otros, sino en cómo estos pueden integrarse en sectores productivos para generar eficiencia, empleo y desarrollo sostenible.
De lo contrario, corremos el riesgo de seguir alimentando un ciclo de expectativas infladas que, al no materializarse, erosionan la confianza en el potencial transformador de la tecnología.
Piensen que aún solo el 1% de los empresarios a nivel global, según McKinsey, han podido adoptar exitosamente dicha tecnología, ¿qué podemos dejarle al resto?
Entiendo que es momento de entender que hay muchas cortinas de humo detrás de la comercialización de la IA y que esto llama a las organizaciones a robustecer desde los organismos de gobernanza, la comprensión estratégica de dicha tecnología.
Nadella está "orando a Dios, pero con el mazo dando"…
Compartir esta nota