Cada diciembre, don Ernesto recibía decenas de cartas. Las guardaba en una caja, detrás del mostrador de su ferretería. Algunas estaban escritas a mano, otras impresas, con membrete de fundaciones o clubes comunitarios. Casi todas tenían el mismo tono: “Solicitamos de su generosidad…”, seguido de una larga lista que incluía camisetas para un torneo de baloncesto, medicinas para un paciente, sillas de ruedas, juguetes de Navidad para los niños. Don Ernesto ayudaba como podía: compraba, donaba, entregaba. Pero, año tras año, la caja se llenaba igual. Y un día se preguntó: “¿Dónde termina todo esto?”.
La historia de don Ernesto es común en República Dominicana. Refleja la generosidad cotidiana de miles de personas que, desde sus comercios, oficinas o casas, sienten el impulso noble de ayudar. Pero también evidencia una tensión no resuelta: ¿estamos ayudando a transformar realidades, o apenas reaccionando ante ellas?
La caridad como punto de partida
La caridad, entendida como la respuesta inmediata a una necesidad visible, ha sido históricamente la forma más extendida de filantropía en nuestras comunidades. Tiene rostro humano y corazón cálido. Pero, cuando se convierte en única estrategia, puede atraparnos en un ciclo de urgencias que nunca se detiene. Reaccionamos, pero no prevenimos. Ayudamos, pero no cambiamos.
No se trata de desechar la caridad, sino de reconocer sus límites. Y de preguntarnos qué pasaría si decidiéramos usar nuestros recursos (económicos, humanos, simbólicos) no solo para aliviar, sino para transformar.
¿Qué es una filantropía transformadora?
La filantropía transformadora es aquella que no se conforma con apagar fuegos. Invierte en causas, no solo en los síntomas. Se compromete con el fortalecimiento de capacidades locales, la creación de estructuras sostenibles, la defensa de derechos, la participación ciudadana. Es una filantropía que escucha antes de actuar y que mide su impacto no en entregas, sino en cambios duraderos.
En lugar de comprar cien mochilas y mascotas cada año, ¿qué tal apoyar a una red de escuelas comunitarias para que diseñen soluciones propias? En vez de patrocinar un evento cada Navidad, ¿qué tal si se apoyan procesos que construyan ciudadanía global desde los barrios? La diferencia no es solo táctica. Es ética.
El ecosistema filantrópico dominicano: potencial sin explotar
En República Dominicana, la filantropía está viva, pero dispersa. Hay alrededor de 10,000 organizaciones sin fines de lucro registradas, cientos de donantes privados, iniciativas empresariales y proyectos comunitarios. Pero nos falta un verdadero ecosistema articulado, estratégico y sostenible.
La mayoría de los aportes siguen guiados por relaciones personales, no por criterios de impacto. Los fondos se concentran en áreas visibles (niñez, salud, educación básica), dejando fuera temas cruciales como justicia social, medio ambiente, tecnología cívica o gobernanza local. Y hay escasa cultura de evaluación o aprendizaje colectivo.
Aun así, algo está cambiando.
Generosidad radical y ciudadanía global
A nivel global, están emergiendo nuevas formas de entender el acto de dar. La generosidad radical, promovida por movimientos como GivingTuesday, impulsa una visión expansiva de la filantropía. No se limita al dinero, sino que reconoce el valor del tiempo, la voz, la creatividad y la influencia social. Es dar con intención, pero también con imaginación.
En ese marco, la filantropía se vuelve una práctica ciudadana. Una expresión concreta de ciudadanía global, en la que cada persona, sin importar su origen o su cuenta bancaria, puede decidir contribuir a un mundo más justo, solidario e interconectado. Es un cambio profundo: de la limosna ocasional al compromiso estructural, del donante aislado al aliado colectivo.
De don Ernesto a un país con propósito
Volvamos a don Ernesto. Un día, cansado de llenar su caja con pedidos sueltos, decidió hacer algo distinto. No dejó de ayudar, pero comenzó a hacerlo de otro modo. Buscó organizaciones serias, se vinculó a redes colaborativas, apoyó procesos que fortalecían liderazgos locales. Entendió que su rol no era ser el salvador del barrio, sino parte de una solución compartida.
Don Ernesto sigue dando. Pero ya no se siente solo. Y su impacto, aunque menos inmediato, es más profundo.
República Dominicana necesita muchos más como él.
Compartir esta nota