¿De qué y cómo vive el poeta? Lo que implica en este orden la germinación poética induce en la mística a la caridad y al pecado carnal. La entraña del poema para María Zambrano, es también la entraña del poeta y así:
“El poeta vive según la carne y más aún, dentro de ella. Pero, la penetra poco a poco; va entrando en su interior, va haciéndose dueño de sus secretos y al hacerla transparente, la espiritualiza. La conquista para el hombre, porque la ensimisma, la hace dejar de ser extraña. Poesía es, sí, lucha con la carne, trato y comercio con ella, que desde el pecado – “la locura del cuerpo”- lleva a la caridad. Caridad amor a la carne propia y a la ajena. Caridad que no puede resolverse a romper los lazos que unen al hombre con todo lo vivo, compañero de origen y creación. Porque al pecado de la carne sigue la gracia de la carne: la caridad. Pecado carnal y caridad con frutos cristianos, pero los dos están al borde de salir de su sueño en las páginas del Fedro, del Fedón o del Banquete. De un momento a otro parece que van a surgir las dos palabras que solo el cristianismo trajo. Se acerca a ellas –pecado, caridad- tanto como se acerca a la poesía. La poesía sí las llevaba consigo; son sus mismas entrañas, la constituyen. Mas la poesía ha tardado mucho en saberlo; agobiaba con su tesoro, nunca se puso a contarlo. Nunca volvió los ojos, los ojos tristes, hacia sí. Nunca –generosa y desesperada- se ocupó de sí como la filosofía desde el primer instante hiciera.” (pp. 62-63)
En este sentido, para María Zambrano El Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, representa una ausencia, una recuperación y una búsqueda del ente poético fundamental:
“Así, El Cántico Espiritual del San Juan de la Cruz, es el canto a la ausencia del amado. Aquí explicable porque su amado, en efecto, no es visible. Pero, en la poesía profana de este tiempo y del anterior se vería también constantemente este motivo de ausencia y de búsqueda constante de las huellas del amado. La naturaleza entera se transforma: ríos, árboles, prados, la luz misma conserva la huella de la presencia amada siempre esquiva e inalcanzable.” (p. 69)
Es importante señalar que la conversión y la interpretación orientadora y transformadora moviliza y aprehende lo poético y su intencionalidad:
“Y esta conversión, en verdad, -continúa diciendo Zambrano-, se ha verificado por la poesía, en la poesía. En la poesía que supo mejor que la filosofía, interpretar su propia condenación, pues le estaba reservado a la poesía nutrirse hasta de su propia condena. Con más fuerza que el pensamiento, ha sabido, hasta ahora, sacar su virtud de su flaqueza; su existencia de su contradicción, de su pecado.
Poesía platónica en la que se perpetúa la antigua religión del amor, la antigua religión de la belleza transformada, a veces, en religión de la poesía.” (p. 70)
Esta situación penetra allí, donde la palabra poética toca, revela y asume su condición cuyo estado se hace visible en la palabra:
“La poesía fue manifestación y, a la vez, instrumento de esta unidad en el combate. Ella también unió su voz a la batalla contra las sombras. La Divina Comedia realiza ese momento feliz, tal vez no repetido, de unión sin vagas y nebulosas identificaciones, entre poesía, religión y filosofía. Y le ha tocado como era regular a la poesía, el mitificar, el materializar la esperanza que entre la filosofía y la religión habían afianzado.” (p.75) y entonces, en ese mismo ritmo del instante poético: “(…) El ser ya no está ahí como en los tiempos de Grecia, ni como en la Edad Media, como algo en que mi ser, mi propio ser, está contenido, bien que de diferente manera de las demás cosas. Ya, el ser no es independiente de mí, pues que en rigor solo en sí mismo lo encuentro, y las cosas se fundamentan en algo que yo poseo. Sólo la persona humana quedará exenta, libre, fundándose a sí misma.” (p. 77).
Es así como la pensadora española recuerda en su recorrido por los territorios de la poesía la necesidad de una metafísica de la creación y su lugar como intención y fundamento estético.
Así las cosas, para la filosofía:
“La metafísica de la creación. Nada más natural que dentro de ella, la creación artística tenga su lugar y aun su lugar central, pues al fin, el acto de la creación es un acto estético, de dar forma. Lo que hay en el centro de esta metafísica, como ya se ve no más acercarse a ella, es la acción. La acción que arranca de la voluntad y acaba en el acto de dar forma. La noción de arte no es que vaya a ser admitida, sino que será central, definitiva en alguna forma de esta metafísica de la creación.” (Ibíd. loc. cit.)
“Pero con todo y eso, el tiempo de la voz será el acto creador por antonomasia, en el que se muestra la identidad de lo que aparecía separado por un abismo: el espíritu y la naturaleza. El arte lejos de ser forjador de sombras y fantasmas, es la revelación de la verdad más pura, es la manifestación de lo absurdo. En vez de pretender eternizar lo que es contradictorio, es la manifestación más inmediata de la identidad.” (p.78)
Desde luego, después de este argumento se necesitaría un marco de enlace o manera de enlazar poesía y pensamiento, explicable mediante la estética misma del poema y del poeta, tal como veremos a continuación:
“Y precisamente desde esta manera de enlazar poesía y pensamiento, se hace más difícil, imposible, en realidad, la reconciliación entre poesía y metafísica. Porque el poeta puro ya no la necesita. Y desde el otro lado, el filósofo moderno también cree realizar la esencia del hombre por su pensar metafísico. Diríase que poesía y pensamiento han venido a ser dos formas de acción y por ello, más que nunca, se excluyen, se ignoran.” (Ibídem.)
La filosofía revela un logos íntimo, donde el sueño originario y la raíz del mundo se abren a la claridad:
“El poeta se mantiene vigilante entre su sueño originario –la raíz nebulosa- y la claridad que se exige. Claridad exigida por el mismo sueño, que aspira a realizarse por virtud de la palabra poética. Es el mártir que entrega su vida por la poesía. ¿Tendrá acaso necesidad de alguna otra cosa para justificar y aun santificar sus días?” (Loc. cit.)
“Pero si los que hacen poesía y metafísica –insiste la Zambrano- tienen pretensiones idénticas, es porque partiendo de un punto común, eligen diferentes caminos. Y el camino no es nunca arbitrario, depende del punto de partida y de lo que se quiere realizar y salvar. Dos caminos, son dos verdades y también dos distintas y divergentes maneras de vida. (s.n.) Si admitimos la identidad del hombre, no pueden el hombre que hace metafísica y el hombre que hace poesía, partir de una situación radicalmente diferente; han de tener, al menos, un punto inicial común. Y tras de ese arranque de una situación común se presentará el momento en que algo, una disyuntiva plantea la necesidad de elegir. Y en virtud de esta elección, se apartan luego los caminos.” (pp. 84-85)
El problema existencial de la angustia en la poesía tiene y a la vez adquiere su valor en el origen y motivación en el sentir-se habitado o habitada como fenómeno de nominación y visión del poema entendido como poien, crear, creación o hacer mediante la invención. El problema de la angustia se sostiene como entidad:
“En la poesía hay también angustia, pero es la angustia que acompaña a la creación. La angustia que proviene de estar situado frente a algo que no precisa su forma ante nosotros, porque somos nosotros quien ha de dársela. En la angustia del poeta no hay peligro, ni amenaza alguna presente; sino solamente temor, el “santo temor”, de sentirse obligado a algo que nos levanta por encima de nosotros mismos, que nos lanza y obliga a ser más que hombres.” (p. 89)
En el capítulo relativo a la Poesía surge del contexto una fundación que abraza filosofía, origen, estar en el mundo y el lenguaje. Huida, espanto, mundo y rostro se encuentran en la cadena del ser como expresión y finalidad:
“Porque quizá esta criatura, poeta del poeta, no pueda aceptar su ser, no solamente si no le viene dado sino todavía más: si no le es dado al mismo tiempo, a los que con él van.”
(…)
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