Los culpan de muchos males y no son responsables de todos (hay que ser justos en el juicio). Se inflan de poder, hacen mil promesas, y luego no quieren asumir las consecuencias de las esperanzas que generan (he ahí la tragedia de los políticos).
En el poder, asumen rápidamente la ceguera. No pierden la racionalidad, retuercen la realidad. Es la mayor evidencia de que están ciegos. Se rodean de mentiras e hipocresía.
Cuando buscan votos, dan abrazos, besos y sobornos. Después de que ganan, se vuelven inaccesibles a la inmensa mayoría.
Prometen solución a muchos problemas y, cuando tienen la posibilidad de resolverlos (o por lo menos de mejorar), aparecen las excusas para justificar la inacción o la ineficiencia. Así agrandan su distancia del pueblo que los eligió.
Se rodean de guardaespaldas, asistentes y lambones; es el cordón de protección para no cumplir las promesas ni enfrentar los desafíos.
La mentira política puede ser exitosa temporalmente, mientras reina la esperanza en los políticos de turno
Y lo peor: mientras incumplen, se dedican a acumular recursos para vivir mejor o asegurar la próxima campaña. Perder nunca es opción.
La corrupción comienza entonces a mancharlos, a hacerlos detestables ante la población en una espiral de descrédito.
Los políticos mienten mucho, desarrollan esa patología por el desfase entre lo que prometen y lo que hacen; porque sobredimensionan lo positivo y ocultan lo negativo.
Pero en esta época de celulares inteligentes hay que ser mago para mentir tanto y hacer poco. Y magos aspiran a serlo con la ayuda de las mentiras y el histrionismo que propagan en los medios y las redes.
Los políticos no solo sufren el descrédito por lo que debieron hacer y no hacen, o lo que no debieron hacer e hicieron, sino también porque para ganar elecciones y mantenerse en el poder tienen que atacar constantemente a los opositores, incluidos los políticos de su mismo partido que les adversan.
Sin deferencia ni consideración entre ellos mismos, la ciudadanía observa un patético espectáculo, aprende el método del ataque inmisericorde y concluye que los políticos no sirven.
Una vez generalizada esta noción, las sociedades entran en un proceso decadente de desconfianza y antagonismos, donde los más ruidosos y autoritarios tienden a vencer.
En las democracias liberales, los medios de comunicación y las redes sociales agudizan el proceso de decadencia política porque son utilizados vilmente para denostar. Son un cuadrilátero de boxeo verbal.
Si todos los políticos son iguales, o casi iguales, según concluye mucha gente, ¿quién vale la pena entonces, en quién creer?
Las sociedades entran en un proceso decadente de desconfianza y antagonismos, donde los más ruidosos y autoritarios tienden a vencer
Los políticos podrían reivindicarse fomentando el bien, cumpliendo mejor con sus funciones, explicando a la población lo que hacen o no hacen. ¡Pero no! En su estado de ceguera, se acomodan en la mentira para justificar o magnificar sus acciones.
La mentira política puede ser exitosa temporalmente, mientras reina la esperanza en los políticos de turno, mientras parecen corderitos, no lobos, porque alguna esperanza necesita la gente.
Con el tiempo (que a veces es corto) quedan desnudos ante el juicio de muchos que se vuelcan contra ellos.
Todo poder es efímero, por eso los seres humanos se aferran tanto a él, para perpetuarlo.
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