Sobrevivir en la corte de un dictador nunca ha sido ni es tarea fácil. Hay que vivir lanzando loas y halagos al Jefe, pero se requieren habilidades para hacerlo con naturalidad, a fin de que se vean como salidas del corazón. En esas cortes abundan las ambiciones, los golpes bajos, las calumnias, y se requiere de astucia, prudencia, paciencia, calcular bien y buen olfato político, para navegar y no ahogarse en las profundidades de ese mar de intrigas.  De lo contrario, cualquier día el cortesano amanece muerto, o cuando menos, desconsiderado y destituido.

El solo hecho del cortesano gozar del aprecio del dictador es motivo para generar celos y resentimientos. Pero si además lo empodera y deposita en él confianza, el resentimiento se multiplica y se traduce en dardos envenenados. El cortesano debe cuidarse, y mucho, de sus colegas, con quienes se reúne, desayuna y almuerza. Estos le sonríen y lo abrazan, pero son enemigos, unos abiertos y otros disfrazados. Pero también debe cuidarse de la familia del dictador. Hay dictadores que no permiten a sus familiares inmiscuirse en asuntos de Estado; otros cometen el error de permitirlo. En verdad, ninguno es inmune, totalmente, a las manipulaciones de la familia, sobre todo, de la esposa e hijos.

Sobrevivir a los celos de los familiares del dictador es una tarea titánica que requiere de inteligencia. Hay que ser prudente y no hacer ostentaciones de poderes. Hay que tirarse a muerto, hacerse el tonto. Y a veces ni así se salva.

La corte del dictador Rafael Leónidas Trujillo no escapó a ese comportamiento universal, aunque con él, que era intuitivo, bronco y suspicaz, había que saber intrigar para que la intriga no se volviera contra su autor. Anselmo Paulino Álvarez, el tuerto nacido en el municipio de Restauración, provincia de Montecristi, hijo de un alcalde, que acumuló excesivos poderes y gozó en demasía del afecto y distinción personal del Jefe, no escapó a los vaivenes de la corte. Aunque fue por un período breve, de solo seis o siete años, ni antes ni después de él, nadie acumuló tantos poderes. En ese tiempo Anselmo ejerció, como favorito del Jefe, una ilimitada autoridad civil y militar, y era considerado el segundo hombre del régimen.

El era ojo y oídos del Jefe. Desayunaba, almorzaba y cenaba con él. No le perdía pie ni pisá. Siempre estaba con él o cumpliendo una encomienda suya. Anselmo era, en síntesis, el hombre del Jefe en lo político, en lo económico, en sus negocios particulares, en lo militar, en todo. Tanta era la confianza depositada en él que también se encargaba de repartir el dinero a las amantes de Trujillo, que no eran pocas.

Anselmo poseía una enorme capacidad de trabajo y era muy eficiente, y a Trujillo le encantaban las personas trabajadoras y eficientes. Desde que fue nombrado en 1947 en la Secretaría de Interior y Policía se propuso ganarse el afecto y la protección del Jefe en base a su servilismo y lealtad, claro está, pero también a su capacidad de trabajo, y sobre todo, eficiencia. El sello personal de Paulino fue la eficiencia. Tenía un lema, que aplicó siempre: al Jefe se le lleva soluciones, no problemas, y tenía una solución para cada problema.

Fue nombrado, sin ser militar, mayor general honorario, secretario de Estado sin cartera y en varias carteras más. En un día, se le dieron tres decretos, cosa absurda no ocurrida nunca. Pero tanta felicidad iba a durar poco. A las intrigas de la corte, se sumó las de la familia, y especialmente las de doña María Martínez, la españolita esposa de Trujillo, que no desaprovechaba oportunidad para dañar los vínculos de Anselmo con su esposo. Anselmo también era rechazado por Ramfis y por Negro. Ramfis era el hijo preferido y Negro era el hermano preferido, y a ambos les desagradaba, e incluso veían con preocupación, el poder de Anselmo y la relativa independencia con que a veces actuaba. No lo veían como un funcionario al servicio del Jefe de la familia, sino como un competidor, un adversario. Definitivamente, Anselmo no iba a sobrevivir a tantas intrigas y turbulencias. Su caída era cuestión de tiempo.

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Siempre ha sido norma cortesana llevarse bien, o simplemente no llevarse mal, con los familiares del Jefe, sobre todo, con la mujer que duerme con él. En la intimidad de una alcoba se tejen decisiones tan importantes que a veces cambian el rumbo de la historia. El poder de la almohada es tremendo. Logra lo que nadie puede. Al principio puede que no se le haga caso, pero teniéndola noche por noche a su lado, el dictador, por más dictador y autosuficiente que fuese, termina sucumbiendo. Paulino no tuvo suficiente cuidado frente al poder de la almohada, el poder de la alcoba. Al parecer creyó que con la protección del Jefe podía torear la animadversión de María y de Ramfis. Pagaría caro su grave error.

María le cogió mala voluntad porque, como Negro y Ramfis, le molestaba que para todo el Jefe tuviera que recurrir a él. Pero también un día, almorzando con el Jefe en Estancia Ramfis, Paulino en presencia de María, acusó a su hermano, Paquito Martínez Alba, de hacer negocios no santos. Aquello enfureció a María de forma tal que luego de insultarlo le dijo fue: "Mira tuerto del diablo, vete de mi casa y no vuelva jamás en tu vida". Dicen que Trujillo se molestó tanto con su esposa que le dijo: "¿Así tratas tú a mis amigos y en mi propia casa? Yo tambien me voy". Y efectivamente, según Ramón Ferreras, el chino, duró tres meses sin visitar su casa ni ver a María.

Fue una imprudencia de Anselmo. No debió abordar ese tema en presencia de María. Hay que saber escoger el momento para chismear. Pero donde las cosas se agravaron fue en 1954 en España, donde hasta el propio Generalísimo Francisco Franco elogió a Paulino. Fue cuando el Jefe lo invitó a venir a la República Dominicana y el caudillo español, en reconocimiento a la eficiencia y lealtad de Paulino, le respondió que si él tuviera funcionarios como Anselmo Paulino lo haría.

En España las contradicciones, elevadas a categoría de guerra, entre Paulino y prácticamente toda la familia de Trujillo se agravaron. En pleno Palacio de la Moncloa se desarrolló una escena donde, al decir de Joaquín Balaguer, Ramfis llegó a decirle a su padre: "o él o yo". Tantas intrigas, tantos ataques, tantas presiones, terminaron minando en el ánimo del dictador el aprecio y la confianza en Paulino. Al parecer terminó creyendo en los argumentos de sus detractores o simplemente quiso ponerle fin a ese conflicto.  Había resistido mucho, pero al final decidió romper la soga por lo más fino, y lo más fino era Paulino, su servidor leal, trabajador y eficiente. La sangre pesa más que el agua.

A poco de regresar al país procedió. Un buen día, lo destituyó de todos sus cargos y hasta lo sometió a la justicia. Fue apresado, acusado y condenado.  Estuvo preso durante 1 año y medio en la cárcel de La Victoria. Fue una caída estrepitosa, sin duda, la más estrepitosa de todas las acaecidas en la dictadura. Tal vez porque nadie había ascendido tanto en el favor de Trujillo, nadie tampoco sufrió tanto una caída. Hubo muchos que cayeron en desgracia y volvieron a engancharse. No fue el caso de Anselmo. Este cayó y jamás volvió al gobierno ni recuperó el afecto perdido.  Por suerte, no fue asesinado, como Ramón Marrero Aristy. Al final, dice Balaguer, "logró el consentimiento de Trujillo para radicarse en el exterior, donde residió cómodamente hasta la hora de su muerte, gracias a la cuantiosa fortuna que poseía en acciones de la Mercedes Benz y en bancos de Suiza". Y el Ing.  Francisco Catrain, un hombre de la intimidad de Paulino comentó recientemente que sus acciones en la Mercedes Benz eran de 8 millones de dólares en 1954, cuando cayó preso, y cuando dos años después salió y se fue a Europa, las vendió en 108 millones de dólares. En Europa, Anselmo nunca hizo, por lealtad o temor, comentarios adversos al Jefe.

Muchos consideran que la caída de Anselmo fue un error de Trujillo. Entienden que los múltiples errores del final de la dictadura, como el intento de asesinato del presidente venezolano Rómulo Betancourt, el imprudente conflicto con la iglesia católica que le costó muy caro a Trujillo, y la muerte de las Hermanas Mirabal, no se hubiesen cometido. La salida de Anselmo, que siempre aconsejó prudencia frente a hechos delicados, dejó a Trujillo en los brazos de su hermano Negro, que era deficiente en asuntos de Estado. Solo le interesaban el dinero y las mujeres, y sobre todo, las mujeres casadas. También en los brazos sangrientos del hijo preferido, de su delfín, Rafael Leónidas Trujillo Martínez, Ramfis, y de Johnny Abbes, dos personajes siniestros, imprudentes y criminales.

Farid Kury

Político, escritor y periodista. Ha escrito decenas de artículos en los principales diarios nacionales. Ha ocupado diversos cargos públicos. Ha sido asistente de la sindicatura de Son Pedro de Macorís (1998), Director de Prensa de la Procuraduría General de la República y de la Dirección General de Prisiones (1990), Gobernador Civil de la Provincia de Hato Mayor (1996), Candi-dato a Senador por el PLD (1998), Embajador Adscrito a la Cancillería, Encargado de Asuntos de Medio Oriente (1999-2004), Director del Departamento Cultural del Ayuntamiento de flato Mayor del Rey (20011). Asistente Asesor de los Comedores Económicos del Estado (2007), Coordi-nador Técnico de la Región Higüamo de FEDOMU (2011). en la actualidad es asesor Cultural del Senado de la República Dominicana. Es autor de varios libros: "¡Juan Bosch, ¡Entre el Exilio y el Golpe de Estado” (2000), “¡Peña Gómez, ¡Biografía para Escolares” (2003), “Francis Caamaño, ¡Una Vida” (2005), Trujillo, El Gladiador” (2006), “Juan Bosch, Memorias del Golpe” (2007), “Personajes, Triunfos y Caídas” (2008), “Minerva Mirabal, La Mariposa” (2010), “Juan Pablo Duarte, El Apóstol!' (2010), "Juan Bosch, del Exilio al Golpe de Estado" (2013), "Francis Caamaño, Entre Abril y Caracoles" (2014), lbs, de Restaurador a Tirano" (2015).

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