En pascua andamos un poco perdidos, porque viene luego de la cuaresma. Con frecuencia, consideramos la pascua como un final, cuando en realidad es un comienzo.
Como dice San Ignacio de Loyola: Jesús resucitado hace el oficio de consolador, va confirmando a sus discípulos con su gracia y su verdad. Jesús es el Alpha y la omega, el que vive como dice el Apocalipsis. Ahora se revela gloriosamente la relación de Jesús con su Padre; ahora experimentamos con más fuerza la acción del Espíritu en nuestras vidas.
Ahora los discípulos empiezan a comprender que Jesús es el Mesías y era imposible realizar la salvación y las promesas en este mundo ligero, violento y tramposo sin padecer.
Este es el domingo de la misericordia. Jesús tiene misericordia de Tomás y sale desde el Padre al encuentro de Tomás, no para aprobar los falsos criterios de Tomás, sino para ayudarlo a creer. Jesús es el Hijo “en salida”, el enviado. Durante su vida pública escandalizó, porque salió al encuentro de los enfermos, de los pecadores, los pobres y así reveló la misericordia de Dios.
Resucitado, Jesús sigue escandalizando saliendo al encuentro del apóstol incrédulo, Tomás. Jesús se somete a las condiciones de Tomás, lo escucha y luego muestra lo limitado de sus criterios.
Jesús le dice a Tomás: bienaventurados los que crean sin haber visto. Tendemos a pensar diferente. Nos gustaría haber visto, tocado y compartido la mesa con Jesús resucitado. Pero con Juan el evangelista comprendemos que en Jesús se revela la gracia y la verdad de Dios. Pienso que Jesús llama bienaventurados a los que crean si ver, por lo menos por tres razones.
Primero, el que cree, no hace de sus sentidos e ideas el último criterio, sino que se apoya en el testimonio del Padre. El que cree tiene la dicha de apoyarse en la verdad definitiva.
Segundo, el que cree ha recibido el testimonio sobre Jesús de una comunidad.
Y tercero, el que cree experimenta la fidelidad de Dios y está llamado como Tomás a ser fiel. La fe nunca es fin, siempre es inicio de una historia, entrada en una alianza. El que cree, ama y espera.
Como Tomás, el ausente, estamos llamados a descubrir el valor de la Iglesia como comunidad, tema central del Concilio Vaticano II y de Francisco con su insistencia en la sinodalidad.
Con Tomás, de la mano de Jesús tenemos que tocar sus llagas entre nosotros haciendo la experiencia del dolor de los que están en guerra o huyendo, migrando o en pobreza, el dolor de Madre Tierra, de la economía que genera muerte, de las ideologías que esclavizan a pueblos enteros.
Francisco fue un papa “en salida”, salió a buscar a los migrantes, refugiados, los descartados, los considerados pecadores por sus inclinaciones sexuales, ejerció la misericordia de Dios y el perdón, que Jesús confió a su Iglesia, con los divorciados y vueltos a casar, con tantos hombres y mujeres de las periferias. No escogió astutamente qué vida defender; defendió toda la vida y todas las vidas.
No le digamos al próximo papa, si no puedo tocar en tu estilo de papa al papa que yo quiero, no te voy a tomar en serio. No andemos amenazando: solo te voy a obedecer si te sometes a mis criterios de lo que debe ser la Iglesia, a mi concepción sobre el Cristo.
La unidad de la Iglesia no va a venir, porque los próximos papas cumplan los criterios y expectativas de ciertos grupos, sino si salimos de nuestro propio, amor, querer e interés, para juntos como comunidad, hacer la experiencia de las llagas de Cristo en la actualidad y empezar a fundamentarnos en el testimonio de Dios revelado en Jesús, confirmado por su Espíritu en la Iglesia, la vida y nuestros corazones.
Noticias relacionadas
Compartir esta nota