En el año 2003, a comienzos del siglo XXI y en un contexto marcado por la búsqueda de nuevos horizontes de desarrollo para la República Dominicana, se presentó la propuesta final del Proyecto INPOLTEC. Concebido como un esfuerzo riguroso de diagnóstico, planificación y prospectiva para impulsar la innovación tecnológica y la investigación científica, aquel documento pasó inicialmente como una iniciativa técnica más dentro del amplio repertorio de políticas públicas del momento. Sin embargo, pocos imaginaban entonces que, dos décadas después, su contenido adquiriría una vigencia tan notable. INPOLTEC fue el primer intento serio de diseñar una política nacional de ciencia, tecnología e innovación (CTI) para un país que comenzaba a mirar más allá de su estructura productiva tradicional y aspiraba a integrarse de manera más activa en la economía del conocimiento. Hoy, en medio del debate sobre la posible fusión del Ministerio de Educación (MINERD) y el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (MESCyT), INPOLTEC resurge como un referente indispensable para comprender el tipo de institucionalidad científica y tecnológica que el país necesita construir.

Conviene recordar, para hacer justicia histórica, que INPOLTEC no surgió de manera improvisada. Fue concebido como una iniciativa académica y técnica rigurosa, diseñada por un equipo nacional e interncional compuesto por quien escribe estas lìneas, Radhamés Mejía, en representación de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), por Braulio Pérez-Astray, de la Fundación Universidad-Empresa de la Universidad de La Coruña y por el profesor Alfonso Bravo, de la Universidad de Salamanca. Desde el inicio, el proyecto recibió el decidido respaldo del maestro Andrés Reyes, entonces Secretario de Estado de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, convencido de que el desarrollo nacional exigía una visión estratégica capaz de trascender lo administrativo y situar la ciencia y la innovación en el centro del desarrollo. El proyecto finalizó al final de su mandato como ministro.

La transición de gobierno el 2004 añadió un elemento significativo. Al concluir su gestión, Andrés Reyes entregó personalmente el proyecto a la profesora Ligia Amada Melo de Cardona, quien asumió la dirección del organismo a partir de ese año. Ambas administraciones reconocieron formalmente la importancia de INPOLTEC y lo asumieron como referencia para orientar políticas emergentes en CTI. Sin embargo, por múltiples factores que en su momento analizaremos, su implementación terminó siendo parcial, fragmentada e intermitente, marcada por discontinuidades y por la ausencia de un marco institucional robusto que garantizara la ejecución integral de sus propuestas.

Y, como lamentablemente suele ocurrir en nuestro país, la falta de continuidad hizo que la experiencia fuera quedando relegada, a medida que se sucedían los gobiernos y los ministros, perdiéndose su memoria institucional y obligándonos —una vez más— a comenzar desde cero. Este vacío no es menor: el país dejó escapar la oportunidad de consolidar un proyecto técnicamente sólido, que anticipaba con claridad muchos de los dilemas que hoy vuelven a ocupar el centro de la discusión pública. Por eso rescatar INPOLTEC hoy es un acto de responsabilidad histórica: no por nostalgia, sino porque constituye una visión anticipada y sorprendentemente actual de los desafíos institucionales, productivos y científicos que enfrentamos.

INPOLTEC constituyó, en su momento, una semilla promisoria, una de esas oportunidades históricas que, si se hubiesen cultivado con constancia y visión, habrían podido transformar progresivamente el paisaje científico y tecnológico del país. Estaba diseñado no como un documento aislado, sino como el inicio de un proceso largo de aprendizaje institucional: un ciclo continuo en el que cada convocatoria, cada proyecto financiado, cada evaluación externa y cada interacción entre universidad, empresa y Estado aportaría lecciones para fortalecer el sistema. INPOLTEC tenía la virtud —rara en nuestra tradición administrativa— de proponer una política que podía comenzar modestamente, corregirse sobre la marcha y crecer por etapas, generando masa crítica y capacidades acumulativas. Su implementación gradual habría permitido construir, paso a paso, el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación que todavía hoy buscamos delinear.

Sin embargo, la semilla no llegó a convertirse en árbol. Faltó continuidad, faltó institucionalidad, faltó protección política ante los inevitables cambios de administración. Y así, lo que pudo ser la primera piedra de un sistema moderno de CTI quedó como un esfuerzo parcialmente implementado, sin la posibilidad de madurar. El país perdió no solo un plan, sino la oportunidad de construir capital institucional, de consolidar procedimientos, de profesionalizar equipos, de desarrollar indicadores confiables y de integrar de forma orgánica la investigación con las prioridades del desarrollo nacional. Hoy seguimos intentando construir ese sistema, en parte, porque el esfuerzo pionero de INPOLTEC no fue sostenido en el tiempo. Por eso publicarlo ahora es indispensable: para recuperar una visión que no envejeció, que sigue iluminando el camino y que nos recuerda que el futuro siempre estuvo al alcance, pero requería continuidad, propósito y compromiso de Estado.

Es importante subrayar que, aunque INPOLTEC analizó la situación del sistema educativo —incluida la formación técnica— su eje fundamental no fue la educación, sino la construcción de una política nacional de ciencia, tecnología e innovación capaz de articular las capacidades del país y orientar su inserción productiva. La educación técnica apareció como uno entre varios ámbitos críticos vinculados con la debilidad estructural de la ciencia y la innovación, pero el proyecto tuvo un alcance mucho más amplio: propuso una arquitectura integral para fortalecer la I+D, mejorar las capacidades científico-tecnológicas, modernizar sectores productivos y dotar al Estado de una gobernanza sólida y moderna en CTI. En ese sentido, su relevancia actual radica en su visión anticipada de lo que hoy se debate: la necesidad de un sistema institucional capaz de conducir la política científica más allá de los cambios de gobierno.

El diagnóstico de INPOLTEC fue contundente. El país contaba con apenas 0.13 investigadores por cada mil personas de la población activa, la cifra más baja de América Latina; la mayor parte de la “innovación” empresarial consistía en simple adquisición de maquinaria; las infraestructuras científicas eran insuficientes; y la comunidad investigadora, aunque prometedora, estaba dispersa y poco integrada. A esto se sumaban problemas que aún hoy persisten: baja coordinación interministerial, limitada inversión pública en I+D, escasez de personal técnico, ausencia de sistemas de información confiables y una débil cultura de evaluación para orientar políticas públicas.

Frente a este panorama, INPOLTEC elaboró una propuesta visionaria que incluía:

  • la creación de un sistema nacional de investigación e innovación,
  • instrumentos modernos de financiamiento,
  • evaluación rigurosa y externa,
  • fortalecimiento de recursos humanos,
  • centros tecnológicos sectoriales,
  • y programas para áreas estratégicas como agro, energía, salud, medio ambiente e industria.

Lo notable es que INPOLTEC anticipó los principales dilemas que hoy enmarcan la propuesta de fusión MINERD–MESCyT. Uno de sus planteamientos centrales fue la necesidad de una instancia rectora fuerte, técnica y estable para conducir la política científica del país. En aquel momento, esa función recayó en la nueva Secretaría de Estado de Educación Superior, Ciencia y Tecnología. Hoy, en cambio, la propuesta de fusión plantea una pregunta crucial: ¿se fortalecerá o se debilitará la capacidad institucional de la República Dominicana para formular y ejecutar una política científica moderna y eficaz?

La experiencia internacional es clara: una política de CTI no puede quedar diluida dentro de una megainstitución enfocada primordialmente en la administración escolar. La ciencia exige estructuras ágiles, autónomas, con alta competencia técnica y visión estratégica. Requiere continuidad, planificación y gobernanza especializada. Si la función científica queda subordinada a una agenda mucho más amplia y compleja, existe el riesgo real de que pierda visibilidad, prioridad y capacidad de ejecución.

INPOLTEC también destacó la importancia de articular la educación superior, la investigación y la innovación con el sistema productivo. Pero esa articulación —como insiste el proyecto— debe hacerse desde la ciencia y la tecnología, no solo desde la educación técnica. Es decir, el corazón de la competitividad no se encuentra únicamente en formar técnicos, sino en construir un sistema de conocimiento capaz de generar, adaptar y absorber tecnología. Esa distinción es clave para entender por qué la política científica no puede quedar subordinada a estructuras educativas regulares sin comprometer su eficacia.

Asimismo, INPOLTEC adoptó el enfoque del Manual de Bogotá, que señala que la innovación en países en desarrollo se basa más en la adopción y adaptación tecnológica que en la investigación de frontera. Esto exige un ecosistema institucional que promueva la transferencia tecnológica, fomente alianzas universidad–empresa, eleve las capacidades de investigación y permita que las empresas incorporen conocimiento avanzado en sus procesos productivos. Nada de esto sucede por inercia: requiere políticas deliberadas y una institucionalidad técnica sólida.

En un momento en que la inteligencia artificial, la digitalización acelerada, la biotecnología y la transición energética redefinen el desarrollo global, la República Dominicana no puede permitirse debilitar su ya frágil arquitectura científica. Lo que se necesita es exactamente lo contrario: fortalecerla, consolidarla, dotarla de recursos, elevar su jerarquía política y garantizar su continuidad. La ciencia no es un accesorio del sistema educativo; es el motor que transforma el conocimiento en innovación y la innovación en bienestar social.

La lectura de INPOLTEC, 22 años después, ofrece una lección clara: ninguna reforma educativa puede prosperar sin una política científica robusta; y ninguna política científica puede sostenerse sin una institucionalidad que la proteja de la volatilidad política. La propuesta de fusión ministerial debe evaluarse a la luz de esta realidad. Integrar estructuras puede ser sencillo; integrar visiones, capacidades técnicas y funciones estratégicas es una tarea mucho más compleja.

El país está ante una decisión histórica. Puede repetir la historia de proyectos prometedores que nunca lograron sostenerse en el tiempo, o puede aprender de INPOLTEC y construir una arquitectura institucional que articule educación, ciencia y tecnología como un verdadero sistema nacional de desarrollo.

Hace dos décadas, INPOLTEC nos recordó que la ciencia y la tecnología son asuntos de Estado.

Hoy nos toca decidir si estaremos a la altura de esa verdad.

Radhamés Mejía

Académico

Educador. Profesor Emérito de la PUCMM ExVicerrector de la PUCMM por más de 35 años y exrector de UNAPEC. Actualmente es Coodinador de la Comisión de Educación de la Academia de Ciencias de la República Dominicana (ACRD). En la actualidad es Director del Centro de Investigación y Desarrollo Humano (CIEDHUMANO)-PUCMM.

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