A sólo dos meses de gobernar, es innegable que Donald Trump sigue las directrices del Proyecto 2025; propuesta normativa de carácter ultraconservador diseñada por la Fundación Heritage. El proyecto propone un conjunto de reformas- algunas ignorando ciencia y constitución-, entre las que se encuentra (siguiendo la teoría del unitarismo ejecutivo) permitir al presidente encumbrarse por encima del poder judicial y legislativo.
Estados Unidos, como nunca antes, comienza a estar a expensas de la discrecionalidad, inteligencia, y sensatez de un ejecutivo; pero sobre todo de su equilibrio psicológico. Existen claros indicios de que esta situación se quiere prolongar indefinidamente.
Steve Bannon, pope del movimiento MAGA, vaticina que ellos manejaran el poder por los próximos cien años. Kevin Roberts, quien preside el proyecto 2025, afirmó: "Estamos en el proceso de la segunda revolución estadounidense”.
Este escenario político es un “déja vu”, una película repetida, donde se impone determinada ideología a un colectivo. En algunos casos se hace con respaldo de las mayorías- como es el caso de Trump-o sin ese respaldo. Siglo va y siglo viene y el fenómeno reaparece.
La aplicación de determinadas doctrinas puede dañar generaciones enteras, y, en ocasiones, producir beneficios tangibles y permanentes. Cada partido político y cada gobierno busca llevar a la práctica las ideas que lo sustentan. Igual sucede con Trump, quien entiende que las suyas tienen el apoyo de millones de votantes.
Pero antes de convertir teorías en realidades concretas, indefectiblemente sufren transformaciones impuestas por el razonamiento, la pasión, y la arbitrariedad de los que van a ejecutarlas. Las ideologías son procesadas y matizadas por el cerebro de cada líder, de acuerdo a sus peculiaridades psicológicas. Por eso, el problema que enfrentan los estadounidenses, y el mundo, no es tanto las propuestas del proyecto 2025, sino quien comienza a ejecutarlas.
Si bien es verdad que el pintoresco presidente norteamericano sigue las directrices ideológicas del grupo que le facilitó el poder, igual de verdadero es el trastorno de la personalidad que padece: un desorden narcisista (diagnosticado, documentado, y publicado en su país por prestigiosos expertos de la conducta).
Ese desorden influye en la percepción de la realidad del mandatario, y en su toma de decisiones. El trastorno da prioridad a un ego hipertrofiado, colocado por encima del Estado, ley, sociedad, religión, y prójimo.
De ahí, que cuando Trump quiere la paz, en realidad anda buscando el Premio Nobel; acicateado por la envidia de saber que a Barack Obama se lo otorgaron.
Si se obsesiona con el sistema judicial, despide fiscales y arremete contra jueces, es porque no acepta el historial delictivo que acumula. No es él quien delinque, son los magistrados que lo acusan.
Anular indultos firmados por Joe Biden y denigrar al expresidente, es un comportamiento típico del narcisista; obsesionado en humillar a sus rivales. Nunca le perdonará que hiciera públicas sus ineficiencias políticas y personales, ni que demostrará que su primer gobierno resulto ser un fiasco. Al sentir atacado su imaginario de grandeza desea venganza.
Esa impensable humillación al presidente Zelenski, ocurrió por una desobediencia: el líder ucraniano rehusó iniciar un expediente para investigar al hijo de Biden. El guerrero seguirá en desgracia, pues le impidió vanagloriarse del acuerdo de paz “fast track” que prometió. A Trump, quien le niega un baile, no vuelve a bailar.
Miente una y otra vez, no sólo para seguir engañando a incautos como para engañarse a si mismo. Necesita sentirse infalible, de ahí que edite cualquier retórica a conveniencia propia, sin atender lo absurdo o delirante que resulte.
Montar el espectáculo de las tarifas arancelarias, amenazando al mundo, lleva el propósito de presentarse como un emperador capaz de adueñarse de Canadá, Groenlandia y Panamá, y cobrar lo que le venga en ganas. Insiste en ser considerado el “mejor negociador que nunca jamás haya existido”.
Los ejemplos son inacabables, y sirven para comprobar el diagnostico de los psicólogos y psiquiatras norteamericanos.
El riesgo de la agenda del Proyecto 2025 -que pudiera ser hasta exitosa, de acuerdo a teóricos de derecha…-, no es tanto la ideología, como la personalidad del ejecutivo que comienza a ponerla en práctica. Rodeado de oportunistas y feligreses incapaces de moderarlo, seguirá imponiéndose y avasallando.
Ni el remordimiento ni las consecuencias del trastorno le quitan el sueño. Por eso, el futuro político de occidente es una interrogante en sus manos.
En otras palabras, alimentar un ego insaciable es la prioridad del actual presidente republicano, quien, poseyendo tanto poder como el que tiene, cada error que cometa perjudicará a propios y ajenos. (Todo parecido con otros personajes de la historia NO es coincidencia…)
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