Llueve. Simplemente llueve. Como para olvidarse de un mordiente país y aplazar la palabra que pide, la palabra que clama, la palabra que hiere, la palabra que ofende. Llueve, simplemente llueve, como homenaje a la flor, como regalo a la fruta, como presente al amor de los amantes. Llueve. Simplemente llueve, para olvidar el trabajo, para olvidar la escuela, para olvidar los deberes ciudadanos. Llueve. Simplemente llueve. Para no pensar en elecciones ni esperar nada de sus candidatos. Llueve. Simplemente llueve. Para no medir el alcance del escaso salario. Llueve. Simplemente llueve. ¡Que viva la lluvia, carajo!
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.