Hace poco nuestra promoción de egresados de la Escuela de Derecho de la PUCMM, Santiago, cumplió 39 años de graduados. De esa etapa de mi vida, al igual que muchos de ustedes, conservo las mejores añoranzas: historias cargadas de emociones, esfuerzos, alegrías y también lágrimas. Allí no solo recibimos conocimientos y nos formamos en la vocación profesional escogida; más que eso, forjamos amistades que aún perduran, y amores que se anclaron en nuestras vidas. Por eso, rescatar parte de lo vivido resulta tan grato y memorable, porque —como nos recuerda el Gabo— la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.

Parece que fue ayer cuando entramos por primera vez a sus aulas. Recuerdo la enorme satisfacción de recibir mi carnet de estudiante con la matrícula núm. 81-345. También el maletín color beige de segunda mano que para la época usaba y que alguien había regalado al futuro licenciado. Cómo olvidar, además, el jocoso incidente en la fiesta de bienvenida, en el edificio del centro de estudiantes, animada por la orquesta Los Kenton. Bailaba con una joven estudiante recién conocida, mientras la interpelaba, cual aprendiz fiscal, con preguntas sobre su nombre, carrera y teléfono. Ella no respondía nada. Yo, algo precipitado en los pasos del merengue que sonaba, terminé pisándole los pies varias veces, hasta que sus gestos de incomodidad me hicieron descubrir, para mi sorpresa, que era sordomuda.

Cada profesor que nos impartió alguna materia en esos años nos marcó. Del colegio universitario, imposible olvidar al profesor Luis Midence, con su acento gringo característico. Aún conservo uno de los libros que nos asignó leer y reportar: Los límites del crecimiento, auspiciado por el Club de Roma, una obra visionaria que sigue vigente. También evoco con nostalgia a Monsieur Guido y a Mademoiselle Germosén, exquisita dama de origen tamborileño, educadora clásica, gran personalidad y poseedora de un inolvidable carro amarillo pollito. Jamás olvido cuando, al verme en clase sin medias, me dijo con gracia: «Monsieur Fermín, qu’est-ce qui s’est passé avec vos chaussettes? Rappelle-toi que vous serez avocat

Cómo no mencionar al padre Richard, con su peculiar estilo de enseñar lógica jurídica —¡verdad, Kelsen!—. O al profesor Juan Jorge, que en los exámenes nos exigía varios cuadernillos completos para reproducir hasta el suspiro de lo explicado en sus clases. El carismático Ramón García, «la mafia», siempre en saco y corbata, cargado de trabajo, pero con una formación y calidad humana excepcionales. El profesor Víctor José Castellanos, en Personas y Familia, formidable docente y ser humano, luego director de la escuela, quien bautizó al Olivarillo como «impúber».

El versado y versátil Adriano Miguel, maestro de Constitucional, que combinaba sabiduría y humor como pocos. El magistrado Ubaldo Franco «Barin», con su calma proverbial y dominio de la legislación de tierras. A Villamil, con su parsimonia propia, fumando en A-4 mientras nos impartía el «colador» de Derecho Privado. A Víctor Joaquín, el «Führer», en Obligaciones. El admirado y artista Luis Veras, con su chacabana blanca, cual torbellino en el aula, impartiéndonos Contratos. Y el legendario maestro Artagnan, temido y admirado, capaz de enseñar con brillo las materias más disímiles y de cerrar la semana con sus happy hours en los paragüitas de la Antillana.

Nuestra promoción dejó huella en la universidad por múltiples razones. Era heterogénea social y geográficamente; esto era parte de su encanto y magia: la integraban estudiantes de Higüey, La Romana, el Distrito Nacional, Piedra Blanca, La Vega, Moca, Valverde, Puerto Plata, entre otros. Prácticamente todos éramos peatones felices, que viajábamos en carros de la U o en ONATRATE, y muchas veces a pie. Solo al final de la carrera mi padre me regaló una bicicleta Raleigh color oro metálico que veneraba. La camaradería y afinidad superaban cualquier diferencia; la amistad era la moneda corriente entre nosotros.

Fuimos también la promoción que gestó la primera Asociación de Estudiantes de Derecho de la universidad. La elección de su directiva fue histórica: parecía una contienda nacional. El amigo Félix Olivares resultó electo como secretario general, y yo tuve el honor de formar parte de la directiva. Luego, esta auspició el concurso de lema para la naciente entidad, en el que se escogió el que propuse: «Anteponiendo la justicia cuando el derecho nos resulte insuficiente para alcanzar la verdad».

Siempre encontrábamos tiempo para estudiar en grupos y también para compartir. La «embajada», en la casa de Esteban, en la Zurza, era lugar predilecto para ambas cosas. El poeta Vernon era su coanfitrión habituel. Lo mismo ocurría en la señorial casa del gran Robertico, en las Hermanas Mirabal, entrañable símbolo de la promoción, a quien la muerte nos arrebató antes de tiempo.

¿Cómo olvidar las serenatas organizadas en ocasiones especiales? En una de ellas, Titi la llevó a una compañera pretendida. Y mientras interpretaba, con su guitarra a cuestas, una canción de Pablo Milanés (Yo pisaré las calles nuevamente), sin saber que el padre de ella era coronel del Ejército, tuvimos que salir corriendo despavoridos en plena interpretación. Jamás olvidaremos la frustración de uno de nuestros amigos de aventuras, el impúber, quien, a pesar de dominar varios idiomas, nunca tuvo mucha suerte con las turistas, a diferencia de los sankis, que apenas hablaban español y eran afortunados en el amor. Por eso nos decía, con un dejo de tristeza: «¡Uaho, amigo, qué injusta es la vie!».

Recuerdo también mi primera práctica forense en el Juzgado de Paz de la Segunda Circunscripción, en un caso de pensión alimenticia. Lo integraban dos elegantes magistradas: la jueza Ingrid Villamil y la fiscalizadora Rosemary Veras. Al concluir esa primera experiencia togados, la madre soltera, agradecida por los servicios profesionales prestados, nos pagó con tres naranjas dulces de «honorarios».

Pero más allá de todo, guardo con gratitud y alegría esos años porque fue en las encantadoras veredas de su campus, que no solo trasluce academia, sino también poesía y deporte, donde me enamoré de la trigueña de ojos azabache, pelo largo, overol color vino, tenis blancos, lunar en el rostro y sonrisa linda, que años después sería mi esposa y compañera de vida hasta hoy: mi adorada Cristina.

Nuestra promoción también se enorgullece de haber dado una cantera de bendecidos jueces, fiscales, profesores, abogados en ejercicio o en áreas profesionales afines, servidores públicos y, sobre todo, excelentes seres humanos. Muchos de sus miembros se convirtieron en el potencial relevo del claustro de docentes de la universidad: Mayra Rodríguez, «la zurda», Félix Damián, Rafael «Gutierrito», José Luis Taveras, el hombre de la chacabana rosada, y este cronista que garabatea esta pantalla cómplice.

Aunque algo tímida para juntarse tras la graduación, la promoción mantiene inalterable el cariño y la amistad entre sus integrantes. Recientemente se ha reactivado, bajo los bríos de las queridísimas Eri y Giselita, así como de los inefables Óscar, Reyno, Raúl Quezada, José Rodríguez «Chepe» y Emilio. Y en enero, Dios mediante, estos togados celebraremos en grande nuestro cuadragésimo aniversario. ¡Nuestra historia de gloria!

José Lorenzo Fermín

Abogado

Licenciado en Derecho egresado de la PUCMM en el año 1986. Profesor de la PUCMM (1988-2000) en la cual impartió por varios años las cátedras de Introducción al Derecho Penal, Derecho Penal General y Derecho Penal Especial. Ministerio Público en el Distrito Judicial de Santiago (1989-2001). Socio fundador de la firma Fermín & Asociados, Abogados & Consultores desde el 1986.-. Miembro de la Comisión de Revisión y Actualización del Código Penal dominicano (1997-2000). Coordinador y facilitador del postgrado de Administración de Justicia Penal que ofrece la PUCMM (2001-2002). Integrante del Consejo de Defensa del Banco Central y de la Superintendencia de Bancos en los procesos de fraudes bancarios de los años 2003-2004, así como del Banco Central en el caso actual del Banco Peravia. Miembro del Consejo Editorial de Gaceta Judicial. Articulista y conferencista ocasional de temas vinculados al derecho penal y materias afines. Aguilucho desde chiquitico. Amante de la vida.

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