El acuerdo histórico entre el presidente de la República y nuestros tres expresidentes me motiva a escribir estas líneas, en las que expongo —desde mi punto de vista— tres escenarios posibles, presentes y futuros, sobre la crisis haitiana.

Diplomacia multilateral

En mi aún breve trayectoria diplomática, hay una lección que aprendí con claridad: en diplomacia, uno debe mantener vivo el tema de su interés, incluso cuando parezca que nadie escucha. Nunca rendirse. Insistir en todos los foros, aunque lo único que recibas como respuesta sea un frío tomamos nota”. Justamente en ese momento, hay que redoblar esfuerzos. En otras palabras: en diplomacia, uno nunca se rinde.

Dicho esto, debemos reconocer la realidad: por las pugnas entre grandes potencias, el multilateralismo atraviesa una etapa de profundo debilitamiento. Esto afecta especialmente a los países pequeños, como el nuestro. La ONU, una institución clave en la resolución de conflictos, atraviesa una crisis financiera que le impide emprender nuevas misiones o fortalecer las ya existentes.

Por eso me preocupa profundamente el destino de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad en Haití. A pesar de su potencial para pacificar el país, la falta de fondos amenaza su viabilidad. Estados Unidos ha aportado el 90 % del financiamiento hasta ahora, pero ya bajo la administración Biden se advirtió que no continuarían sosteniendo esa carga. El gobierno del presidente Trump aún no se ha pronunciado con claridad al respecto. Sin embargo, el reciente levantamiento del estatus migratorio a los haitianos en EE. UU. no deja mucho espacio para el optimismo: no parece estar entre sus prioridades.

Lo ideal, como ha propuesto el canciller Roberto Álvarez, sería una combinación entre la misión actual y una operación bajo mandato de la ONU. Pero ahí enfrentamos el veto de China, que se ha negado abiertamente a aportar fondos, pese a que Haití representa hoy el principal riesgo de seguridad para la República Dominicana. China debería tomar en cuenta los beneficios que obtiene de su robusto intercambio comercial con nuestro país y asumir mayor responsabilidad. Con Rusia mantenemos buenas relaciones, aunque en este tema ha tendido a alinearse con China.

Algo que siempre me ha llamado la atención es el papel activo de la República Dominicana en estos foros, empujando el tema haitiano. Por años, la diplomacia haitiana se mantuvo al margen. Esta ausencia ha debilitado su causa: si tú mismo no defiendes tu país, es difícil que otros lo hagan por ti.

Bandas haitianas

No recuerdo un escenario internacional comparable al que podríamos enfrentar si las bandas armadas logran consolidar el poder en Haití. La comunidad internacional ha abandonado al país, y a lo largo de su historia, los haitianos han tenido enormes dificultades para alcanzar consensos. He visto grupos armados tomar el poder —como los talibanes en Afganistán, los hutíes en Yemen o Hezbolá en el Líbano—, pero nunca bandas puramente delincuenciales, como es el caso de Haití.

Esto plantea un grave desafío para la República Dominicana. Compartimos una frontera que, aunque reforzada, sigue siendo porosa. Reconocer a estas bandas como contrapartes oficiales podría acarrearnos serios problemas, tanto nacionales como internacionales.

Planteo esto porque debemos estar preparados para ese eventual y lamentable escenario. No podemos permitirnos que nos tome por sorpresa sin un plan de contingencia claro.

Migración haitiana

Este es el único ámbito en el que podemos actuar de manera autónoma, sin depender de actores externos, una vez quede consolidado el acuerdo de los presidentes.

Ningún dominicano desea que ocurra en nuestro país lo que ha pasado en otras naciones, donde migraciones masivas con culturas y valores distintos han transformado su tejido social. No se trata de racismo, como algunos insinúan; se trata de preservar una identidad cultural que difiere de la haitiana y que no debe ser erosionada por una inmigración descontrolada.

Dado que la comunidad internacional ha hecho poco o nada desde la transición de la MINUSTAH al BINUH, y que difícilmente enviará una nueva misión con tropas de paz, la República Dominicana debe tomar decisiones impostergables. Las opciones son claras:

  1. Repatriar a todos los inmigrantes ilegales —lo cual sabemos que no ocurrirá, dado que nuestra economía depende de su mano de obra en agricultura y construcción—
  2. Regularizar temporalmente su estatus mediante pases laborales válidos por un año, renovables una sola vez, y exclusivamente en esos dos sectores
  3. Reformar la ley laboral en esas áreas, invirtiendo la proporción actual de contratación de extranjeros del 80-20 al 20-80.

No podemos seguir esperando a que la comunidad internacional actúe. La Cancillería debe continuar elevando el tema en foros multilaterales, pero internamente es hora de actuar. Mientras sigamos contratando indocumentados sin sancionar a los empleadores, el flujo migratorio continuará.

Al final, el destino de Haití pertenece a los propios haitianos. La comunidad internacional puede —y debe— ayudar a pacificar el país, pero deben encontrar un liderazgo legítimo antes siquiera de hablar de elecciones, algo que no ocurrirá a corto plazo. Algún día, quizás, puedan aspirar a una democracia funcional.

Estos tres escenarios, a mi juicio, definen el presente de Haití. Podrían, sin embargo, verse alterados por lo que los analistas llaman un cisne negro: un evento inesperado que dispare una crisis regional o afecte directamente a Estados Unidos, provocando su intervención. Algo similar a lo que ocurrió en Medio Oriente tras el atentado terrorista del 7 de octubre en Israel.

José Singer

Empresario, diplomático

José Singer Weisinger ha ocupado diversas posiciones en los ámbitos privado y público, destacándose como empresario dominicano con vasta experiencia en distintas ramas y áreas tales como la industria, la planificación estratégica, la alta gerencia y los negocios internacionales. Formó parte del Consejo Directivo de la Asociación Dominicana de Exportadores y fungió como responsable del Comité Financiero de la Junta Directiva de la Liga Dominicana contra el Cáncer. Allí ha aportado con medidas para contribuir a un mayor aprovechamiento de los recursos y control de costos. Fue, además, miembro del Young Presidents Organizations (capítulo de la República Dominicana). Embajador extraordinario y plenipotenciario de República Dominicana en misión especial al servicio del Poder Ejecutivo desde el año 2014, actuando en representación del Estado como asesor y velando por las relaciones diplomáticas y acuerdos que fortalecen el desarrollo del país. Ha servido como miembro del Consejo Económico Binacional Quisqueya (República Dominicana y Haití), cuyo propósito fundamental es promover proyectos para el desarrollo de la zona fronteriza, orientado al progreso y a la mejora de las condiciones de vida de ambos países. El primer dominicano en ocupar un sillón en el Consejo de Seguridad de la ONU, durante dos años, en representación de nuestro país.

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