Se conoce como falsa dicotomía una falacia o razonamiento inválido consistente en presentar, ante una situación problemática, dos opciones de solución como las únicas posibles cuando existen otras elecciones o la posibilidad de encontrar un término medio entre las dos alternativas planteadas.
Por ejemplo, imaginemos una pareja que discute sobre la institución educativa donde estudiará su hijo. En la sociedad donde viven existen un abanico amplio de opciones de escuelas tanto públicas como privadas donde se puede accesar a una educación de calidad. No obstante, en un momento de la deliberación, uno de los integrantes de la pareja señala que el hijo debe ir a la escuela más cara, porque si no estudia en ese centro estará condenado a no recibir una buena educación. En otras palabras, “o va al colegio más caro, o se queda sin buena educación”.
Es obvio que estamos ante una falacia de falsa dicotomía. La pareja puede elegir una escuela de costo intermedio donde su hijo estudie teniendo acceso a una educación de calidad.
No siempre las falsas dicotomías son tan obvias y pensar la realidad en estos términos puede llevarnos a grandes costes económicos, sociales y políticos. Veamos algunos ejemplos:
1-Expulsión de la migración o soberanía nacional
Una de las falacias más comunes de nuestro tiempo es la propugnada por los movimientos nacionalistas de que nuestras sociedades tienen que elegir entre preservar su soberanía nacional o expulsar a todos los migrantes, especialmente a los que se encuentran en una situación de irregularidad migratoria.
Lo cierto es que un Estado puede cuidar su soberanía teniendo una política migratoria organizada que respete los derechos humanos y regularice a muchos de los trabajadores que necesita para el desarrollo productivo. La soberanía de una nación no es incompatible con la inclusión de los migrantes. Al contrario, la historia muestra que los seres humanos han emigrado a lo largo de la historia para integrarse a comunidades que se han convertido en sociedades prósperas, democráticas y sostenibles.
2-Delincuencia o militarización
Cuando una sociedad sufre una profunda crisis de seguridad ciudadana, resulta común desear “mano dura” o la militarización de las calles. Se aplauden las redadas masivas, el encarcelamiento, el maltrato y hasta el asesinato de los delincuentes, porque supuestamente “estos no tienen derechos”. Se argumenta que estas drásticas medidas son necesarias para sostener la paz ciudadana.
Se trata de un razonamiento falaz, como han mostrado los datos de distintos países del mundo. Se pueden tener bajos índices de delincuencia y al mismo tiempo instituciones democráticas. Un Estado democrático no puede convertirse, en nombre de la persecución de la delincuencia, en una instancia delincuencial que encarcele o mate violando los procedimientos mínimos que lo hacen democrático.
La alternativa autoritaria no es buena solución. La historia nos muestra que, cuando un Estado autoritario “resuelve” un problema de bandas criminales lo hace pactando con ellas acuerdos espúreos que aniquila rivales y permite la concentración absoluta del poder económico y político del país.
3-Inversión en educación inicial o educación universitaria
La crisis educativa de la sociedad dominicana ha llevado a sugerir que el Estado debería invertir más en la educación inicial a costa de la inversión en la educación pública universitaria. Esta es otra falsa dicotomía. Hay una simpática expresión de la cultura popular para referirse a esta aparente solución: “desvestir a un santo para vestir a otro”.
Si bien tenemos numerosos estudios que muestran la importancia de la educación inicial para el desarrollo de las potencialidades de los seres humanos, esto no significa que dichas potencialidades deben quedar cercenadas luego en el inicio de la adultez. Sería tan absurdo como defender que deberíamos preocuparnos sólo por la inversión en la salud temprana pero no en la salubridad de la adultez. Los seres humanos necesitan el cuidado en todas las etapas de su vida. Es otra cuestión de derechos inalienables.
Además, si bien puede decirse que una sociedad carente de una educación inicial y básica de calidad tendrá problemas para su desarrollo socioeconómico, también es válido afirmar que si un Estado no invierte en su sistema de educación superior está desperdiciando oportunidades de completar el desarrollo cognitivo y profesional de su ciudadanía mientras cierra puertas de su futuro.
A la vez, si sumamos que nuestra sociedad tienes graves inequidades sociales, recortar la inversión de la educación superior pública contribuye a que millones de jóvenes sin recursos económicos se vean sin acceso a la universidad porque es inviable la solución del financiamiento directo al estudiante, sencillamente, las instituciones de educación superior privadas carecen de una infraestructura y de una oferta académica tan diversa para satisfacer una demanda semejante como la de la población más pobre.
En vez de plantear la dicotomía entre invertir en la educación inicial o invertir en la educación pública universitaria, ¿no deberíamos pensar en otras alternativas de solución, como reorientar el gasto público de un modo más racional, intentando asignar a ambos niveles educativos los montos necesarios para su desarrollo y luego supervisar los fondos otorgados a partir de unas políticas educativas consensuadas?
Los tres ejemplos anteriores son muestras de cómo el debate público puede obscurecerse cuando planteamos las soluciones a los problemas en términos dicotómicos y nos alertan a no elegir opciones precipitadas. La próxima vez, si alguien nos plantea una situación en términos de una dualidad absoluta, deberíamos preguntarnos: ¿no existe realmente otra alternativa?
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