La historia comenzó, como todas las antiguas historias de amor, con pequeñas fotos. Mis primeras imágenes de Santo Domingo ni siquiera recuerdo de dónde vinieron. Es cierto que papá tenía enormes cantidades de cajas de revistas, pero a mi edad no me interesaba aún en el país donde se encontraba tal monumento.
Dos edificios de la República Dominicana provocaron un maravilloso flechazo: el Alcázar y la Catedral. Con toda sinceridad siempre me he imaginado empezando mi día en la Catedral y viviendo en el Alcázar. Yo no conocía aún las impresionantes ruinas del hospital San Nicolás, no muy lejos de la Catedral. En toda sinceridad, siempre me he imaginado comenzar mi día en la catedral y vivir en el Alcázar. No conocía aún las impresionantes ruinas del hospital San Nicolás de Bari. Vi la foto de una Dama a principios de julio de 2016 en un artículo magnífico de Acento. Desde entonces, he intentado incluso cruzar el Ozama hablando solo; solo, porque sé que nunca podré limpiar los zapatos de esta señora ni ocuparme del jardín de su residencia. Siempre hay esa gran timidez en las verdaderas historias de amor. Que nunca se intenta comprender.
Esta ciudad, la hice para tí…
«[…] Mi ciudad es infinita, como algunas historias de Borges.
[…]Vivimos en la primera ciudad del Nuevo Mundo. Tenemos la primera calle, la primera iglesia, el
primer parque, la primera puerta, la primera ventana». Estaba lloviendo, en Santo Domingo;
hoy, recuerdo cuando nació,
en mi mente, el primer verso para tí;
¿Cómo está el perfume de la Zona colonial?
Este pedazo de Santo Domingo adorado por todos;
recuerdo, esparce un añejo aroma especial
como si estuviéramos entre casco antiguo de Barcelona y Bayside de Miami.
por favor, ¿Cómo está el perfume de mi Zona colonial?
Nunca «cambié de casa»;
de puntillas, vuelvo al Ozama;
maravillado ante el fervor y los encantos de nuestro Ozama;
a veces el Ozama habla conmigo,
y ni sé cómo agradecerlo;
a veces, un poeta, encantado de la vida, olvida:
que Buenos Días se dice,
diciéndolo;
«Han llegado los Buenos Días sencillos»,
te cuento, insistiendo, «Esta ciudad, la hice para tí…».
Ahora mismo, entre risas y tantos relatos incompletos,
como si estuviera en el patio del Nicolás de Ovando,
cerca del Conde, tan cerca; sueño contigo preguntando en voz baja:
¿Dónde consigo «Montaña Verde», Mamá Inés canela
o Café Santo Domingo?
Así te contaré cómo el Ozama me robó el corazón…
Te cuento, pues, en voz baja mi sueño de ahora mismo:
tomar un café contigo, en cualquier trozo de escalera del Conde.
Nuestro Conde peatonal,
con sus perfumadas citas soñadas y añoradas confidencias,
late,
indiferente a los caprichos del calendario;
y, sobre todo, ante la codicia de los nuevos conquistadores,
late despacio El Conde peatonal,
al ritmo de nuestras más secretas palpitaciones…
Esta ciudad, la hice para tí…
Fíjate, hace mil años,
sentados de la mano, cerca de Catedral,
supe los helados del Conde,
sábado y domingo por la tarde,
saben a felicidad;
esta ciudad, Adorada Vecina,
por cuyas paredes, latidos y ventanas,
tus «Buenos días» traen felicidad;
nos toca a todos cuidarla,
esta ciudad que hice para tí…
Gracias por existir, Adorada Vecina…
Como un niño fascinado por 50 años de travesuras,
te digo ahora mismo,
a veces robo frases ajenas para hablar contigo; otras veces, prefiero callarme;
es tan lindo saber que tú existes;
con los labios temblando, a mediodía o más tarde,
en voz baja, desde la otra parte de la Isla,
te diré, «Buenos Días»;
tan lindo es saber, que ahora te puedo decir,
Gracias por existir, Adorada Vecina.
Desde que apareciste, la vida me sorprende;
con risas y preguntas; desde la otra parte de la Isla,
te digo, «Buenos Días»;Gracias por existir, Adorada Vecina…
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