La reciente remodelación de un edificio público, adornada con la grandilocuente leyenda “aquí se construye un mejor futuro”, ilustra de manera elocuente el fenómeno que he denominado el “síndrome hiperbólico” que caracterizado la gestión del presidente Luis Abinader y su equipo. Esta tendencia a magnificar cada acción, programa o proyecto hasta convertirlo en un supuesto "hecho histórico" o en la "construcción de una nueva República Dominicana" contrasta de manera flagrante con una realidad que desmiente tales afirmaciones.

Recordemos el sensacionalista anuncio del despliegue de doce mil soldados en la frontera dominico-haitiana como prueba de un control fronterizo efectivo. Sin embargo, la información disponible y la percepción ciudadana sugieren una realidad mucho más compleja y matizada, lejos del control absoluto prometido. Esta desconexión entre el discurso oficial y la experiencia cotidiana de los ciudadanos genera una creciente brecha de credibilidad.

Esta retórica de la exageración, que se ha extendido como una metástasis entre los altos funcionarios del gobierno del "cambio", se ha convertido en una constante en la discursiva presidencial. Si bien estas afirmaciones pueden inicialmente inspirar, movilizar o incluso manipular a una parte de la población, simultáneamente generan expectativas desmesuradas. Cuando estas expectativas no se materializan en resultados tangibles y verificables, la distancia entre la percepción de la gestión y la realidad concreta se acrecienta peligrosamente.

La sistemática exaltación de logros y la magnificación de los desafíos han creado un escenario donde la credibilidad del liderazgo se tambalea. Esta brecha entre la promesa y la ejecución abre las puertas al escepticismo ciudadano, que comienza a cuestionar la eficacia de una gestión que se apoya en metáforas deslumbrantes, pero, en ocasiones, poco sustanciales.

La trampa de la retórica hiperbólica

Un gobernante debe transitar con extrema cautela el terreno de la retórica hiperbólica. Si bien inicialmente puede movilizar y generar esperanza, encierra el grave peligro de desvincularse de la realidad tangible y, aún más delicado, de poner en entredicho la percepción de sus acciones. Cuando el lenguaje se convierte en un vehículo de promesas inalcanzables, se corre el riesgo de construir expectativas irreales que inevitablemente conducen a la desilusión ciudadana.

La exageración sistemática de los logros se convierte en una trampa que, a largo plazo, mina la credibilidad del liderazgo. El contraste entre un discurso de afirmaciones superlativas y los resultados concretos puede generar una brecha insalvable en la percepción pública. Este desfase no solo debilita la confianza en el gobierno, sino que también fomenta un ambiente de descontento y desconexión entre quienes esperan ver las promesas reflejadas en acciones tangibles.

Pilares para contrarrestar la hipérbole

La transparencia y la rendición de cuentas emergen como pilares fundamentales para mitigar los efectos nocivos de un discurso exagerado. Presentar datos verificables y reconocer abiertamente los desafíos que enfrenta la nación permite construir una visión realista de la gestión, fortaleciendo la percepción de honestidad y compromiso. Cuando los ciudadanos acceden a información precisa, la distancia entre las expectativas y la realidad se reduce significativamente.

Asimismo, la práctica constante de la rendición de cuentas se traduce en un ejercicio de humildad y responsabilidad. Reconocer errores y aprender de las críticas, en lugar de ocultarlos tras un manto de superlativos, evidencia una gestión madura y realista. Este enfoque no solo refuerza la credibilidad del gobierno, sino que también contribuye a generar un clima de confianza y diálogo constructivo con la sociedad.

La humildad y la autocrítica se erigen como virtudes esenciales en la construcción de un liderazgo genuino y cercano. Reconocer las limitaciones y aprender de las críticas, en lugar de enmascararlas con afirmaciones grandilocuentes, fortalece la conexión entre el gobernante y la ciudadanía. Un discurso preciso, que evite el uso indiscriminado de superlativos, permite abordar la complejidad de los desafíos con realismo y rigor.

Adoptar un lenguaje matizado y equilibrado es también una estrategia crucial para prevenir la polarización y el culto a la personalidad. Al centrar el discurso en los logros colectivos y en el compromiso con el bien común, se fomenta un ambiente de diálogo y respeto. Este enfoque, orientado hacia la objetividad y la moderación, resulta fundamental para que las promesas se conviertan en acciones verificables y se construya un proyecto de nación sostenible.

Promesas realistas y compromisos verificables

La coherencia entre el discurso y las acciones futuras es vital para evitar el desencanto ciudadano. Prometer transformaciones profundas sin sustentar dichas promesas con planes viables y plazos alcanzables crea expectativas que, de no cumplirse, desembocan en la desilusión. Por ello, es imprescindible que el gobierno articule sus anuncios en torno a proyectos medibles y sometidos a un seguimiento público riguroso.

De cara al futuro, es imperativo adoptar un camino basado en la veracidad y la objetividad. La apuesta por la moderación en la retórica y el compromiso con la rendición de cuentas no solo fortalecerán la imagen del liderazgo, sino que también propiciarán un ambiente de diálogo constructivo y colaboración. Este enfoque permitirá transformar las aspiraciones en logros palpables, consolidando así la confianza de la ciudadanía en un proyecto de nación auténtico y sostenible.

El Imperativo de la autenticidad

El análisis del "síndrome hiperbólico" en la gestión del presidente Abinader revela la complejidad inherente a la tarea de gobernar en un contexto de expectativas elevadas. Si bien un discurso grandilocuente puede movilizar y generar esperanza, su desconexión con la realidad tangible ha erosionar la credibilidad de su gestión. Las promesas que se anuncian con pompa, pero que no se traducen en resultados concretos y verificables, siembran la duda y la desconfianza.

Solo a través de la transparencia, la rendición de cuentas y un discurso basado en la humildad se podrá construir un puente sólido entre las aspiraciones y los resultados. Este equilibrio es esencial para transformar las promesas en logros palpables y garantizar que la gestión pública responda de manera efectiva a los desafíos de la nación, consolidando un liderazgo comprometido, legítimo y, sobre todo, auténtico.

Rafael Méndez

Periodista

RAFAEL MENDEZ. -Periodista de profesión. Diputado al Congreso durante 14 años. Director Ejecutivo-Internacional Antimperialista de los Pueblos. Coordinador-Capitulo Dominicano-Internacional Antifascista. Miembro Dirección Central-Partido Fuerza del Pueblo. Ex presidente del Colegio Dominicano de Periodistas. Pasado Secretario General de los Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales y del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, así como miembro de los Consejos Directivos de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) y de la Organización Internacional de Periodistas (OIP). Político, ex diputado durante 14 años.

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