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El rey Ubú.

 Érase una vez un reino no tan lejano al nuestro, donde los bufones llevan corbatas y los discursos se miden en megatones de ridiculez. En ese paisaje, la sombra de El rey Ubú —aquel esperpento teatral inventado por Alfred Jarry en el siglo XIX— se alarga inquietantemente sobre los palacios contemporáneos. ¿Coincidencia? “Merdre”, claro que no.

La coronación del payaso

Ubú no llegó al poder por mérito, sino porque nadie creyó que lo intentaría en serio. Prometió "rebanar cabezas" —literalmente— mientras sus seguidores coreaban eslóganes sin sentido: “¡Por mi verde velo!” (traducción libre: “¡Hagamos grande al reino… otra vez!”). Su campaña fue una tómbola de insultos, promesas inviables y un programa económico basado en salchichas, un juego de canicas a lo que coja mi bon y desvaríos alimenticios.

  • Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia… es literatura. O peor: teatro interactivo.

La política del miedo (y del intestino)

Ubú gobernaba con tres armas:

El garrote: “¡Todos pagarán impuestos… hasta por respirar el culo!” (Acto II).

El capricho: Cambiaba las leyes como otros se cambian de calcetines… sucios.

La paranoia: Veía traidores hasta en el reflejo del orinal.

Su equivalente moderno ya no usa garrotes, sino algoritmos y trolls con WiFi. Pero la táctica es la misma: el caos como método y el espectáculo como coartada.

El arte de mentir con convicción patológica

Ubú afirmaba haber ganado batallas que nunca ocurrieron: “¡He vencido al zar… en mi jardín!” solía declarar, entre eructos de grandeza. Sus discursos eran un “collage” entre disentería verbal y contabilidad delirante.

¿Les suena familiar?

Hoy los “hechos alternativos” no se recitan desde el teatro, sino desde palacios presidenciales y sets de televisión. La lógica es simple: si repites la misma “Merdre” mil veces, alguien terminará vendiéndola como perfume.

Un final impredeciblemente predecible

Ubú terminó huyendo de su propio reino, perseguido por los fantasmas de su incompetencia y una turba que, al fin, recordó que tenía dignidad. Aunque —como era de esperarse— hubo quien lo extrañó. Porque la farsa, cuando se vuelve hábito, se confunde con gobernabilidad.

Moraleja: la historia no se repite, simplemente se ríe en bucle.

Epílogo: ¿Por qué Ubú nunca muere?

Porque no es un personaje: es una plantilla de poder enfermo. Jarry no escribió una obra: redactó un manual de usuario para el siglo XXI. Cada vez que un líder convierte la política en reality show, Ubú resucita.

Y nosotros —pobres espectadores— somos a la vez su público, su escenario y sus víctimas.

¡Merdre à tous!

La Ubú-Cracia: Una historia circular del absurdo en el poder

Desde que Alfred Jarry parió a Ubú como parodia sangrienta de la ambición humana, el personaje ha reaparecido en cada siglo, disfrazado con nuevos trajes, nuevos idiomas… y las mismas tripas.

No es coincidencia: el poder ridículo tiene mejor memoria que sus pueblos.

Lo que cambia no es la esencia, sino el casting.

Calígula: El primer Ubú (antes del original)

El emperador romano fue el prototipo del tirano-performance:

Nombró cónsul a su caballo (el primer gabinete "outsider") hoy nombran a burros.

Declaró la guerra al mar y mandó a sus legiones a recoger conchas como botín imperial.

Practicaba un ubúismo clásico, combinando la crueldad con lo grotesco, la sangre con la escenografía.

Diferencia clave: Calígula creía ser un dios.

Ubú —y sus réplicas modernas— saben que son farsantes. Pero el papel les queda cómodo y la audiencia no exige otra función.

Enrique VIII de Inglaterra: Ubú con Capa Tudor

Cambiaba de esposas como hoy se cambia de asesores de imagen.

Inventó su propia iglesia para no rendir cuentas al papa (¿primer Brexit?).

Frase ubuesca: “Si mi hija María no obedece, que la ejecuten… pero con elegancia y discreción”.

Legado: demostró que el capricho bien armado puede reescribir cualquier realidad, incluso la divina.

Luis Felipe I de Francia: el Ubú burgués

Monarca del siglo XIX, precursor directo del Ubú de Jarry:

Prometió gobernar “low cost”  con austeridad, mientras su familia vaciaba las arcas.

Usaba paraguas en público (un escándalo para los tiempos).

Fue derrocado por reprimir manifestaciones… con mangueras. Literal.

Moraleja: cuando la torpeza se junta con la avaricia, ni los paraguas te salvan.

Silvio Berlusconi: Ubú en versión bunga bunga

El “cavalier” italiano actualizó el ubúismo con formato de reality show:

Legislaba para evitar ser juzgado (multitasking político).

Frases inmortales: “Los comunistas se comen a los bebés” (2006, en horario matinal).

Transformó la diplomacia en bacanal de salón.

Innovación: demostró que un canal de televisión vale más que cien discursos… o cien fiscales para ser menos patético que una guillotina en la plaza.

El próximo Ubú: ¿quién sube al escenario?

El patrón es siempre el mismo:

Habla en frases cortas, ruidosas y vacías (Twitter, no Kant).

Convierte el gobierno en una versión sin guión de “The Apprentice”.

Nunca asume consecuencias. La justicia, como el colesterol, es solo para el pobre.

Candidatos hay de sobra, y en América ya desfilan varios con corona prestada y trono inflable:

Desde magnates que compran países hasta autócratas digitales que gobiernan con emojis y censura algorítmica.

Conclusión: El chiste es viejo, pero todavía funciona

Jarry lo sabía: Ubú somos todos.

¿A qué Ubú moderno, tú, querido lector, le darías el Oscar al Mejor Actor?

¿Y si esto fuera un casting global, quién sería tu Ubú ideal?

¿Un CEO de redes sociales con complejo de dios?

¿Un presidente del trópico que habla con pajaritos?

¿Un líder reptiliano con alma de influencer?

¿Un Ubú narcisista, con cabello del color de la moña que llevan los regalos de Navidad y verbo inflamable?

¿O una Ubú pop, reina sin corona, pero con lengua de fuego, que descubrió que la provocación vende más que el talento, y que la mejor manera de bailar tango no es ejecutando sentencias… sino formateando cerebros?

Algunos lo interpretan. Otros lo aplauden. Y unos cuantos —los menos— lo reconocen… cuando ya es demasiado tarde para ablandar habichuelas.

Porque en esta tragicomedia del poder, el telón nunca cae:

solo cambia de escenario…

y nosotros seguimos pagando la entrada…

Ariosto Sosa D´Meza

Resido en Praga, República Checa. Soy egresado de la Universidad Karolina de Praga. Estudie Massmedia y periodismo. También soy egresado de la Academia Cinematografica Checa Miroslav Ondricek. Me dedico como colaborador externo (freelance) para varios medios de comunicación checos. Entre ellos Radio Praga, la revista política semanal Reflex y colaboro en producción en el área de documentales con varios canales de televisión checos.

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