En la República Dominicana, el purismo económico ha instaurado un régimen técnico que prioriza la estabilidad macro a costa de la desigualdad, silencios críticos y una economía que excluye a las mayorías.

El purismo económico dominicano defiende un modelo de crecimiento basado en principios técnicos rígidos que priorizan la estabilidad macroeconómica por encima de cualquier otra consideración social, aunque ello provoque precariedad y desigualdad. Las personas excluidas de los beneficios del modelo no son consideradas una prioridad en este enfoque.

Este tipo de pensamiento está presente en muchas sociedades y se caracteriza por aferrarse a supuestas verdades absolutas. En el campo económico, el purista es quien ve modelos teóricos como verdades incuestionables. En la República Dominicana, estas figuras han influido en las decisiones económicas de alto nivel desde organismos como el Banco Central, multilaterales y el sector empresarial.

Para el purista económico, la eficiencia del mercado, la disciplina fiscal, la estabilidad monetaria y la confianza del inversionista son sagradas. Le resulta casi imposible pensar fuera de modelos de equilibrio general, maximización de beneficios o nociones abstractas de 'óptimo económico'.

Aunque no niega abiertamente la pobreza o desigualdad, las reduce a efectos colaterales que, según su visión, pueden corregirse con crecimiento económico sin necesidad de cambios estructurales.

Si el PIB crece y la inflación es baja, para el purista la economía 'funciona'. Quienes cuestionan esta visión son tachados de ideológicos o populistas. Así, se ignoran las raíces reales de los problemas sociales.

En el país, el purismo económico ha ganado poder institucional. Este enfoque ve la estabilidad macroeconómica como un fin en sí mismo, incluso si eso implica congelar salarios, reducir inversión social o tolerar la informalidad laboral.

Además, el lenguaje técnico se convierte en una barrera que impide la participación ciudadana. Las decisiones se presentan como neutrales e incuestionables, cerrando el debate público.

El caso del crecimiento económico es revelador. Aunque el país ha mostrado altas tasas de crecimiento del PIB, el purista ignora que esto se ha sostenido en empleos precarios, concentración de riqueza, debilidad institucional y sectores frágiles como turismo y zonas francas.

Para el purista, lo importante es que las cifras cuadren y los mercados estén tranquilos, sin importar los costos sociales ocultos.

El purismo también se expresa en el debate sobre salario mínimo y reforma fiscal. A los reclamos sociales responde con el argumento de que no se puede afectar la confianza del inversionista o aumentar el gasto público.

En materia de pensiones, defiende el sistema de capitalización individual de la Ley 87-01 alegando sostenibilidad y equilibrio actuarial en contexto de salarios comprimidos muy precarios en todo el sistema y, por supuesto también en el funcionamiento de las AFP, con beneficios desproporcionados en las empresas corporativas, incluyendo AFP y, consiguientemente, pensiones mínimas para la mayoría.

El purista evita toda reforma con enfoque de equidad, descalificándola como populista. Ignora que los salarios bajos hacen imposible cotizar adecuadamente, y que el problema está en la estructura misma del mercado laboral.

Su prioridad no es garantizar pensiones dignas, sino proteger la lógica financiera del sistema, aunque este excluya a millones.

Esta visión ha contribuido a silenciar voces críticas en los medios tradicionales que coluden con el poder económico, legitimando solo a quienes repiten el discurso ortodoxo. Así, el purismo se transforma en herramienta de poder que impide imaginar alternativas más inclusivas.

Frente a una realidad marcada por desigualdad estructural y estancamiento social, urge repensar este enfoque. No se trata de negar el valor de la estabilidad, sino de preguntarse: ¿estabilidad para quién, con qué costos y para qué fines?

Superar el purismo económico no implica renunciar al rigor técnico, sino ampliarlo hacia una economía más plural, contextual y humana. La academia tiene un papel clave en formar profesionales, entre ellos economistas, capaces de cuestionar, proponer y dialogar en un amplio entorno de complejidad social creciente.

Luis Ortega Rincón

Economista

Economista graduado de la Universidad Autónoma de Santo Domingo con Maestría en Economía en el Centro de Investigación y Docencia de México y en Mercadeo del Instituto Tecnológico de Santo Domingo. Con más de 30 años de experiencia en planificación y políticas públicas tanto en el sector público como en organizaciones de la sociedad civil. Se ha desempeñado como Coordinador Técnico de la Agenda 2030 en el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, coordinador de proyectos multilaterales, enlace entre el Gobierno Central y el Congreso Nacional durante el proceso de consulta y concertación de la Estrategia Nacional de Desarrollo 2030, evaluación de programas y proyectos bilaterales, planificación del desarrollo, Evaluación de Impacto en proyectos de microempresas, entre otros. Cuenta con una serie de publicaciones en materia de pobreza, medioambiente, desarrollo territorial e ingresos. Ha impartido docencias en la UASD, INTEC, UNAPEC y en la Universidad Tecnológica del Cibao Oriental (UTECO). De igual manera, se ha desempeñado como voluntario en el Consejo de Directores del Centro de Solidaridad para el Desarrollo de la Mujer (CE-MUJER) y actualmente en la Directiva de la organización social ¨Iniciativa Solidaria¨ (ISOL) con sede Azua de Compostela.

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