El que piensa el bien no lo hace. Si Dios hubiese pensado el mundo (como yo lo pienso), digo yo, no lo crean. Solo el hecho de pensar lo que se va a hacer sobreviene la duda, que es la madre y padre de no hacer nada entero; y como “el no hacer”, por la razón que sea, prevalece, porque no hay que pensar el bien que le vamos a hacer a alguien. Hacerlo y ya, aunque al instante dudemos, pero ya está hecho. Lo que se piensa y es por la consecuencia es el daño que vamos a hacer, tanto a sí mismo como al otro.
¿Cuándo les hacemos un bien a nuestros hijos y familiares? ¿Estamos haciendo el bien o estamos cumpliendo nuestro deber? Va a depender de lo que se entiende como bien. ¿Solo hacemos el bien cuando no interviene ninguna obligatoriedad o como cargo de conciencia por no haberlo hecho? Preguntas van y vienen. Digamos de todo un poco para ser flexibles con lo antes planteado. El bien, el deber, el mal, la solidaridad, el amor al prójimo solo son términos donde no se cultivan. Son pautas a seguir por cómo cada quien obtempera a sí mismo ante esos llamados para estar tranquilo porque se hizo en el tiempo justo e intranquilo por no haberlo llevado a cabo, también en el mismo tiempo.
Más que el mal, el bien, como el hombre lo entiende, como el hombre lo expresa ante su semejante, la naturaleza o su interior, está de capa caída.
La mención del bien y del mal es antiquísima. Lo que lleva a plantear si, al hacer el bien con la misma intensidad que se hace el mal, no tendrá como efecto anularse mutuamente. Si uno atrae al otro, ¿qué hacer? ¿Por cuál decidirse?
La sociedad ha perdido la capacidad de asombro ante sus propias contradicciones y se acomoda al desorden como norma
Bajo duda de hacer el bien, se hace el mal. El bien se convierte en mal cuando nadie es capaz de prever en lo que pueda convertirse. Se tiende a pensar al Bien, pero en la práctica de vida es al mal a quien se le sirve. ¿Cuál es el problema del bien?
Es lo que podría estar pasando con la sociedad dominicana, que lo que se cree que viene por bien, termina siendo un mal. Lo terrible es que lo que se hace por mal no se convierte en bien. No hay que pensar mucho para llegar a esas conclusiones, además de que el mal aparenta ser exportable, contrario al bien. Es el momento de tomarlos en cuenta, sin encuestas, para no terminar disparado, de cómo andamos, de lo terrible que nos estamos comportando como sociedad, en cualquier orden. “Como Dios solo come corazones limpios…” Eso cree el que cree que está haciendo el bien (la última palabra se sabe quién la tiene).
La falta de pensar en las consecuencias nos tiene rápidos. ¿Consecuencias del bien o del mal? ¿Quién sabe? Estamos en la balanza y debe ser para algo. Las distancias para hacer el bien o hacer el mal son cortadas a pie, aunque sus efectos más letales sean volando.
Por ascendencia de homos sapiens, se parlotea más del bien que lo que se hace. Nos encanta hablar más de las cosas que se hacen que de las que no se hacen, como si hacer el bien significara hablar o callar. Debería hacerse el bien y callarse, al igual que cuando se hace el mal.
Una mínima conclusión: El asombro no tiene ya cabeza para los problemas de la sociedad, por no hacer las cosas como se deben hacer, sino en las palabras, y las consecuencias viven dándonos galletas y nosotros sin reaccionar con “hombría”. Al ponderar lo bien que estamos y que solo es un grupo que lo está, es porque ese grupo hace lo que les da la gana.
Campea el mal en nuestro modus vivendi. Los resultados están ahí, a boca de jarro para que nos apostemen y no con un par de golpes, sino con la cantidad correspondiente al acumulamiento de hechos que hablan por sí solos y gritan cómo andamos como país. Violencia intrafamiliar, embarazos de menores, falta de oportunidades hasta para joderse más rápido, deudas sociales, drogas, corrupción, en fin… Ojalá que, al irnos a acostar, pensando el Bien, no sea cual cuento del folklore: “Varita de virtud, con la virtud que tú tienes…”
Ojalá y por estos lugares el Bien buscara la equidad, en cualquier orden, digamos, ¿justicia? Con eso bastaría para empezar a “funcionar” mejor.
Para hacer el bien existe la postergación; para el mal, no bien se pondera, se abre paso a empujones por nuestro ser.
Tiende a avergonzar, al arrepentimiento, el hacer el bien. Les exigimos demasiado, nos arrepentimos de haberlo hecho al minuto y, cuidado si antes de. Contrario al mal, que regocija, hace reír por dentro, tras haberlo cometido y no haber sido descubierto en lo inmediato. En el fondo sabemos que no vamos a salir impunes ni de lo uno ni de lo otro.
He ponderado tanto al bien como al mal, porque es la manera como nos desenvolvemos en nuestras relaciones con el otro y con nosotros mismos en sociedad, confusiones de sentimientos, llamémosle.
El Bien es un huevo de dinosaurio; el mal, de gallina, que es un dinosaurio en miniatura. Para creer lo que nos conviene, momentáneamente. Todo el mundo sabe a cuál de los dos huevos pertenece.
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