El cambio climático está generando efectos devastadores en América Latina y el Caribe, una de las regiones más vulnerables debido a su geografía y dependencia de sectores sensibles como la agricultura y el turismo. Fenómenos extremos como huracanes, sequías e inundaciones han aumentado en frecuencia e intensidad, poniendo en jaque comunidades enteras y generando enormes costos económicos. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), se estima que la región podría enfrentar daños anuales de aproximadamente 100.000 millones de dólares para el año 2050 si no se implementan medidas urgentes. Esto no solo amenaza el desarrollo económico, sino también la estabilidad social y la seguridad alimentaria de millones de personas.

Francisco Javier Cedano Lalane, autor de este artículo

Uno de los sectores más afectados es el agrícola. Aunque representa una pequeña proporción de la economía mundial, es fundamental para la vida de millones de personas en la región. El aumento de la temperatura global altera los patrones de precipitación y aumenta la frecuencia de eventos climáticos extremos, afectando cultivos clave como el café, el cacao y el banano. Esto repercute directamente en la economía y en la seguridad alimentaria de las comunidades dependientes de estos productos.

El turismo también está en aprietos. Entre 1950 y 2014, el Caribe sufrió 238 desastres naturales causados por huracanes, con pérdidas de 52.000 millones de dólares (ajustados a valores de 2010). Esto equivale a que cada año las islas pierdan, en promedio, el 1,6% de su PIB. A pesar de estos golpes, la región ha demostrado capacidad de recuperación. Tras los huracanes Irma y María en 2017, el Caribe sorprendió con un aumento del 7% en turistas estadounidenses en los meses siguientes. Parece que el sol y la playa siguen siendo irresistibles, incluso después de un huracán.

En promedio, los países de la región han perdido un 1,7% de su Producto Interno Bruto anual debido a desastres naturales relacionados con el clima en las últimas dos décadas, según el Banco Mundial. No actuar tiene altos costos, pero la adaptación puede traer beneficios a largo plazo. La construcción de infraestructura resiliente, como carreteras, puentes y viviendas resistentes a huracanes, puede reducir significativamente los costos de reconstrucción. Un informe del Banco Mundial estima que cada dólar invertido en infraestructura resiliente ahorra hasta cuatro dólares en costos de recuperación.

Restaurar ecosistemas también es clave. Los manglares y arrecifes de coral no solo son postales bonitas, sino que también funcionan como escudos naturales contra tormentas y la erosión costera. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), restaurar manglares puede reducir los daños por inundaciones hasta en un 40%. Si no se invierte en esto, seguirán acumulándose desastres como el huracán María en 2017, que dejó a Puerto Rico con pérdidas de 90.000 millones de dólares.

Para enfrentar estos desafíos, instituciones como el BID y el Banco Mundial han otorgado préstamos a países de América Latina para la transición energética y la adaptación climática. Además, los bonos verdes también están ganando protagonismo. Estos instrumentos, emitidos por gobiernos y empresas, financian proyectos sostenibles. Según el Banco Mundial, la emisión de bonos verdes en América Latina ha superado los 30.000 millones de dólares en los últimos años. Un ejemplo de éxito es la República Dominicana, que en junio de 2024 realizó su primera emisión de bonos verdes por 750 millones de dólares. Los fondos obtenidos están destinados a financiar proyectos con impacto directo en el medio ambiente, la protección social y el desarrollo del país.

Los gobiernos deben fortalecer políticas de adaptación y fomentar la inversión en energías renovables y protección ambiental. Las empresas pueden liderar el cambio adoptando prácticas sostenibles y aprovechando incentivos como los bonos verdes. Y los ciudadanos también tienen un papel clave: exigir acciones concretas y cambiar hábitos que reduzcan el impacto ambiental.

América Latina y el Caribe tienen la capacidad de adaptarse, pero el tiempo corre. Lo que hagamos hoy definirá el futuro de la región. Con las estrategias adecuadas, esta crisis puede convertirse en una oportunidad de crecimiento y resiliencia. Si seguimos cruzados de brazos, la factura climática será impagable.

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