El camino de la gloria se halla empedrado de muchos sinsabores. El 20 de octubre de 1884, Martí le escribe una carta airada al generalisimo Maximo Gómez casi tachandolo de dictador. Reprueba al general Antonio Maceo que quiere dejar la causa de la independencia en manos de Gómez. Marti, en cambio, establece dos mandos: la autoridad politica y el mando militar. En esa correspondencia le manifiesta sus aprehensiones al general Máximo Gómez: “ Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”. Luego expone sin pelos en la lengua sus grandes temores: “ ¿Qué somos, General?: ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él” (…). Luego el apostol de Cuba hace estas observaciones luminosas: “porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ella exponga la vida. El dar la vida constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente “ .
En esas pocas lineas se hallan recogidas todas las dudas y sospechas sobre el porvenir de la independencia de Cuba. Gómez se sobrepuso pensando en la grandeza de la causa.
Pero el hombre al cual se dirige José Martí había sido designado mayor general por el procer y padre de la patria Carlos Manuel de Céspedes , había pasado diez años en las máximos posiciones de la guerra de Cuba. El héroe de las Guásimas, la mayor de las batallas de la guerra grande, adoptó el parecer de José Martí, en la reunión de La Mejorana. Maceo planteaba una república dirigida por el ejército libertador, y Martí, en cambio, plantea una república del gobierno civil.
Al concluir la guerra grande, en las visperas del Pacto de Zanjón, el general Martínez Campos le propone una pensión militar que rechaza, le sugiere que acepte dinero y también lo rechaza, a pesar de que ha salido en una circunstancia miserable de la guerra, sin esperanzas.
Nada resume el sentimiento de Máximo Gómez que estas palabras de un hombre desegañado: “ Yo por mi parte debo creer que he concluido ya de representar mi papel en este sangriento drama, pues despreciado y zaherido, por decirlo así, por los cubanos, desde los acontecimientos de las Villas y últimamente por los de Holguín, debo para no parecer temerario y ambicioso abandonar una causa, que tantos desengaños y amarguras me han traído”.
Hallándose en Honduras, donde fue recibido como un héroe, le llegaron las habladurias de los cubanos donde se le acusa de haber vendido la causa de Independencia. De exilio en exilio fue a parar a Montecristi, donde se dedicó muy modestamente a la agricultura. Cuando Martí, convencido de que Gomez debe ser el jefe de la guerra de Independencia de Cuba, le comunica la quintaesencia del esfuerzo que ha de emprender para iniciar de nuevo la guerra de Independencia en 1895.
"Yo ofrezco a usted, sin temor de negativa, este nuevo trabajo hoy que no tengo más remuneración que brindarle que el placer de su sacrificio y la ingratitud probable de los hombres"
Al iniciar la guerra comenzaron las decepciones.
El fracaso de La Fernandina que había echado al ruedo la idea de una guerra breve y piadosa, con los alijos de esa expedición, el ejercito hubiera vencido a las escasas tropas españolas de entonces con una guerra relámpago. En esos momentos no habría mas de 13000 soldados peninsulares en toda la isla. Tras el fracaso, el ejercito español superaría los 150 mil soldados, la tarea se volvió herculea . Para colmo de males, el 19 de mayo de ese 1895, se produce La muerte de José Martí, en Dos Rios. La columna española de Jiménez Sandoval, identificó a un hombre sin uniforme militar y lanzaron sobre él las ráfagas. Baconao, el caballo de Martí, iba solo y triste, entre las espesuras de la manigua. En su Diario de Campaña, Gomez da cuenta de su aflicción , ante la caída de la fuente de inspiración de todo el movimiento de independencia. En 1896, recibe otro golpe devastador, con la muerte del general Antonio Maceo y la de su hijo Panchito Gómez Toro. Apesadumbrado, le escribe a María Cabrales estas tristísima nota:
“ Con la desaparición de ese hombre extraordinario, pierde usted el dulce compañero de su vida, pierdo yo al más ilustre y al más bravo de mis amigos y pierde en fin el Ejército Libertador a la figura más excelsa de la revolución. Usted que puede -sin sonrojarse ni sonrojar a nadie-, entregarse a los inefables desbordes del dolor, llore, llore, María, por ambos, por usted y por mí…”
La guerra alcanzó momentos de auténtica tragedia.
Gomez, secundado por Maceo, decidió arruinar la economía. Las campañas de de la tierra arrasada convirtieron los campos de Cuba en páramos humeantes. Toda el esplendor y las riquezas de grandes dehesas fueron convertidas en cenizas. Estados Unidos entró la guerra , tras el hundimiento del Maine, cuando España estaba prácticamente derrotada, exangüe y logró la cooperación del Ejército Libertador al mando del general Calixto García . Y así nace la república mediatizada. Con la capitulación de España en el Tratado de París, en 1898. Los cubanos recuperaron el control de la isla, a pesar de los tumbos y vacilaciones.
El generalísismo Gómez emprende el periplo desde las provincias orientales a La Habana y en loor de multitudes se le ofrece como alojamiento en la Quinta de los Molinos, la residencia de los capitanes generales, pero el 12 de marzo de 1899, la Asamblea del Cerro lo destituye de todos sus cargos y disuelve al ejército libertador. Gómez se retira de la Quinta de los Molinos. Las manifestaciones de indignación exigieron la renuncia de la Asamblea del Cerro. Escribió en su Diario: “yo no debo olvidar nunca que yo no soy cubano”. Gómez que ha rechazado la pensión presidencial que se le había otorgado, muere el 17 de junio de 1905, a los 69 años de edad. Martí que, después de conocerlo en profundidad le cobró gran aprecio, escribió estos versos que de alguna manera lo retratan:
Yo he visto un águila herida
Volar al azul sereno
Y morir en su guarida
La víbora del veneno
En sus “Escenas de Norteamérica”, Martí lo describe como un líder excepcional: "Ese es el hombre que no ha pedido nada, ni ha querido nada, ni ha tenido nada, ni tiene más que la honrada pobreza en que vive. Es el hombre que peleó y se arruinó peleando, y peleó sin paga, y no aceptó la paga."
En 1904, un año antes de morir, visitó por ultima vez la ciudad de Santo Domingo, donde se le rindió un homenaje apoteósico, fue agasajado en todas las ciudades que visitó, por todas las autoridades de la nación, empezando por el presidente Juan Isidro Jiménez.
La verdadera grandeza es servir a un ideal que nos trasciende. El placer se halla en la realización de un objetivo que dota de sentido l nuestra existencia. El sacrificio no es sufrimiento, sino una fortaleza moral, una afirmación de nuestra libertad, la certidumbre de que hemos obrado conforme a la justicia, a la virtud y con un propósito moral. Pero ese sacrificio no lo hacemos para obtener condecoraciones, reconocimientos. El propio Martí dijo alguna vez que “ toda la fama del mundo cabe en un grano de maíz”. La ingratitud aun cuando resulte dolorosa, no es superior al placer del sacrificio.
Todo en la vida del prócer dominicano Juan Pablo Duarte se halla encadenado al sacrificio. Su lucha por la libertad del pueblo dominicano le granjeó el exilio, la pobreza, el sufrimiento, el olvido. En ningún momento se apartó de sus ideales. Tras veinte años de destierro en la selva venezolana, vuelve en 1864 a República Dominicana para buscar una muerte heroica, para rendir su vida a la misión. Nada obtuvo en vida, ningún reconocimiento. Máximo Gómez que había sido el comandante en jefe de la Independencia de Cuba en la guerra de los diez años (1877-1887), recogiendo la antorcha de Ignacio Agramonte, su mentor. Queda como el último jefe guerrillero que asistirá a la proclamación de la Independencia de Cuba en 1902 y el héroe de la guerra necesaria, la guerra de Martí 1895-1898. Gómez nunca se quejó, comprendió la grandeza de su misión.
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