“El país que queremos no es una utopía; lo será si ignoramos cada día hasta la manera más sencilla de visualizarlo. Nacerá al verlo entre nuestra cotidianidad, mientras con pequeños cambios lo vamos revelando”. Libertad Creativa
De la queja al propósito[*]
La República Dominicana ha aprendido a reaccionar, pero no a planificar. Avanzamos en obras, pero sin dirección común. Es tiempo de pensar un Plan País que no sea un documento burocrático, sino un acuerdo moral y cívico sobre el tipo de nación que queremos dejar a nuestros hijos. Un plan que una la visión económica, educativa, social y ambiental bajo una misma brújula: el respeto.
“No hay progreso sin propósito, ni propósito sin virtud”.
La cosmovisión del respeto
Toda civilización sostenible nace de una idea rectora de dignidad, conciencia cívica y servicio al bien común.
La nuestra debe ser la cosmovisión del respeto: respeto a la persona y a su dignidad, a las leyes y a las instituciones, a la naturaleza y a los límites del territorio. Porque sin conciencia cívica ni vocación de servicio, ninguna sociedad logra sostener su prosperidad.
Esa visión no depende de ideologías, sino de valores universales. Desde las tradiciones más antiguas, el respeto ha sido la medida del bien y del orden.
Confucio enseñó: “No impongas a los demás lo que no deseas para ti”.
Aristóteles definió la justicia como dar a cada uno lo que le corresponde.
Jesús resumió toda la ley en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Y el Corán proclama: “El más noble entre vosotros es el que más justo es”.
En todos los caminos, el mensaje es el mismo: el respeto no es debilidad, es orden moral.
Es la raíz del civismo, el fundamento de la justicia y la semilla de toda prosperidad duradera.
“El progreso se sostiene no en la riqueza, sino en la virtud cívica organizada.”
Educación para convivir, no solo para competir
El plan país comienza en las aulas. Debemos reformar el sistema educativo para enseñar empatía, civismo, historia nacional y compromiso ambiental, junto con ciencia y tecnología.
Hemos sido llamados a ser sal y luz de este mundo (Mateo 5:13-16); a reflejar con nuestras acciones la esperanza, la decencia y el respeto que deseamos ver en nuestra nación.
Cada escuela debe ser una célula de convivencia y orgullo ciudadano, donde el respeto y la responsabilidad se enseñen como virtudes cívicas, no como dogmas. Cada maestro, un constructor de conciencia pública, capaz de guiar con ejemplo y sentido de propósito.
Pero la educación no es tarea exclusiva del Estado. Los padres y tutores tienen el deber de acompañar, orientar y reforzar en el hogar los valores de respeto, honestidad y disciplina que la escuela promueve. Solo así podrá formarse una generación que combine conocimiento con carácter, libertad con responsabilidad.
Una educación laica como lo establece la Ley 66-97, pero con alma moral, que forme seres humanos íntegros, conscientes de su deber hacia los demás y hacia el país.
Instituciones con propósito
Un país habitable necesita un Estado predecible, transparente y confiable. La República Dominicana no puede seguir gobernándose sin rumbo, reaccionando al día a día.
Gobernar sin un plan país es administrar la inercia; hacerlo con visión es construir futuro.
El "Plan país de pleno desarrollo" debe convertirse en la brújula que oriente las políticas públicas más allá de los gobiernos y los calendarios electorales. Cada institución debe actuar con propósito, rendir cuentas y garantizar continuidad.
Asimismo, es imprescindible una correcta, eficiente y oportuna fiscalización del uso de los recursos públicos.
La cultura de corrupción debe desarraigarse del subconsciente ciudadano: sin un régimen de consecuencias y sentencias ejemplarizadoras, no comenzaremos a conectar ese cambio de paradigma hacia una nueva ciudadanía respetuosa y celosa del patrimonio de todos.
Solo así el Estado podrá recuperar su autoridad moral e inspirar confianza en la ciudadanía.
Ciudades para vivir, no para sobrevivir
Las ciudades dominicanas deben volver a pensarse como hogares comunes: calles seguras e iluminadas, transporte público masivo y confiable, parques, árboles y drenaje pluvial, y acceso equitativo a servicios básicos. Una ciudad ordenada enseña respeto, mientras el desorden perpetúa la frustración. El urbanismo también es una forma de educación colectiva.
Desarrollo económico con sentido
El crecimiento sin equidad crea resentimiento. El Plan País debe diversificar la economía hacia industrias sostenibles, innovación tecnológica y turismo responsable. Subvencionar el respeto, no la ineficiencia. Promover la riqueza productiva, no la especulativa. Integrar la inversión privada al bien común mediante reglas claras, justicia fiscal y responsabilidad ambiental.
Hacia un pacto moral nacional
Este no es un llamado partidista. Es una invitación a pensar el país como un proyecto de vida compartido. Cada universidad, cada gremio, cada municipio y cada familia debe preguntarse: ¿qué puedo aportar a una República hablitable y digna?
“La República Dominicana necesita una cosmovisión del respeto: hacia la persona, la ley y la naturaleza. Un nuevo pacto moral que nos devuelva confianza, propósito y decencia colectiva”.
A modo de cierre
El País que Queremos no nacerá de un decreto ni de un líder iluminado.
Nacerá de una conciencia colectiva que entienda que el respeto es una forma de amor a la patria. Cada gesto cotidiano, una calle limpia, una fila respetada, una palabra amable, es un ladrillo del país posible.
Pero si seguimos avanzando sin una carta de ruta clara, sin una visión compartida que oriente nuestro desarrollo humano, social y ambiental, seguiremos avanzando sin un claro destino.
Esa carta de ruta está en nosotros, en esta invitación a pensar en un Plan país hablitable y digno, a actuar con propósito, a reconstruir el sentido del deber y a reconciliar la esperanza con la realidad, en torno al bien común.
La República Dominicana necesita reencontrarse con su idea rectora, la cosmovisión de la dignidad y el civismo, porque de ellos depende todo lo demás: la educación, la justicia, la convivencia y el desarrollo sostenible. Sin ese rumbo, avanzaremos sin dirección; con él, podremos caminar hacia un país hablitable y digno, una República verdaderamente habitable, decente y esperanzadora, el país que queremos.
"Defended al pobre y al huérfano; haced justicia al afligido y al necesitado." Salmo 82:3
[*]Este artículo forma parte de la serie “El País que Queremos”, una reflexión abierta sobre las bases de un Plan País de Pleno Desarrollo para la República Dominicana.
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