La democracia como sistema de gobierno siempre ha sido un concepto ambiguo y difícil de definir. En la tradición liberal se le ha considerado como una poliarquía, es decir, el gobierno de las élites que luchan por el poder político, garantizar la libertad individual, la propiedad privada y el libre mercado y, desde una perspectiva neopopulista y/o neomarxista, se le ha llamado el gobierno del pueblo y para el pueblo, donde se busca la igualdad social, fortalecer la propiedad pública, el Estado y legitimar los intereses de los sectores obreros y populares.

La diversidad de imaginarios en las teorías de la democracia pone en evidencia las dificultades para construir una noción única, general y universal del sistema democrático. Ninguna teoría, por maximalista o minimalista, por empírica o normativa que sea, tiene una posición epistemológica privilegiada para acceder a “la verdad”, tampoco el monopolio político de construir una sociedad justa.

En ese sentido, desde la antigüedad hasta el día de hoy —tomando en consideración los diferentes contextos espacio-temporales, la trayectoria y subjetividad de los autores—, los imaginarios democráticos, es decir, las teorías, supuestos, creencias, valores, se han desarrollado en un diálogo permanente entre la tradición y la modernidad.

En ese sentido, varios autores de países desarrollados con una larga tradición democrática han propuesto nuevas perspectivas, nuevas significaciones e ideas, como una forma de dialogar y superar las limitaciones de los imaginarios neoliberales y neomarxistas en el actual contexto de una democracia liberal y multicultural.

La democracia no debe reducirse a un problema de representación política-electoral, sino ampliarse con el compromiso moral, la justicia social y el reconocimiento de la diversidad cultural.

Desde los años setenta, en el marco de la guerra fría, los problemas de la justicia social en los gobiernos democráticos se han convertido en temas centrales en la teoría liberal. El filósofo norteamericano John Rawls, uno de los máximos exponentes del liberalismo contemporáneo, en su destacado trabajo: Teoría de la justicia: desde una perspectiva analítica, desarrolló la idea de la justicia como imparcialidad, es decir, que debemos distribuir los bienes de forma imparcial a quienes más los necesitan, despojándonos del egoísmo de nuestro estatus social privilegiado como individuo. A decir del autor: “Un rasgo de la justicia como imparcialidad es pensar que los miembros del grupo en la situación inicial son racionales y mutuamente desinteresados.”

Rawls fundamenta su idea de la justicia como imparcialidad a partir del supuesto “velo de la ignorancia”, es decir, debemos partir de un entorno ideal, donde los gobernantes y los más privilegiados procuran siempre luchar y legislar para garantizar la justicia y la equidad social de los más débiles y precariados.

A partir de esta perspectiva, el autor rompe con el mito de la “libertad individual”, rompe con la creencia de un individuo autónomo, racional y egoísta del liberalismo tradicional y sitúa al individuo en un contexto de relaciones sociales e institucionales de interdependencia mutua.

Con la teoría de la justicia como equidad, el individuo racional, egoísta, pasa a ser pensado como un ciudadano interesado por el bienestar de los demás. Por tanto, el imaginario democrático no se reduce a los partidos políticos y los procesos electorales, sino a un Estado de derechos, instituciones y ciudadanos que se ocupen de los otros, de los grupos minoritarios y menos privilegiados.

Por otro lado, desde la tradición de la teoría crítica marxista, el sociólogo alemán Jürgen Habermas pasa de un individuo autónomo autosuficiente a un individuo resultado de la interacción comunicativa en la vida cotidiana. En ese sentido, presenta su teoría de la ética comunicativa que propone asignarles a todos los ciudadanos —sin distinción de género, posición social, creencias religiosas u orígenes étnicos— el derecho a la participación, la deliberación y el reconocimiento cultural que les consagra la constitución. Habermas lo expresa de esta manera: “Solo pueden reivindicar lícitamente validez aquellas normas que pudiesen recibir la aquiescencia de todos los afectados en tanto que participantes en un discurso práctico”.

La ética comunicativa supone dialogar, deliberar y reconocer al otro, al extraño, al diferente, como un sujeto moral, racional y de derecho, con el cual hay que llegar a un entendimiento. Desde esta nueva teoría crítica, pasamos del antagonismo de las luchas de clases del marxismo al reconocimiento del otro como un ciudadano de pleno derecho.

Con la nueva teoría crítica de Jürgen Habermas, el imaginario democrático adquiere un nuevo sentido y se legitima a partir de la disposición de los actores políticos, empresariales y de la sociedad civil a considerar a todos los ciudadanos como sujetos morales, racionales y de derecho.

La ética comunicativa es un procedimiento dialógico, deliberativo y participativo que busca garantizar los derechos de todos los ciudadanos, construir acuerdos, normas y reglas institucionales que rompan con el mito de la libertad individual absoluta del derecho moderno del liberalismo y la ortodoxia de la posición económica del marxismo.

La práctica y la teoría de la democracia encuentran su legitimidad política a partir de las garantías legales a la participación y deliberación de los ciudadanos que nos provee el derecho constitucional, como también al compromiso cultural-moral con la justicia y la equidad social.

Estos nuevos imaginarios políticos nos ayudan a pensar la democracia como un ideal, un proyecto, una lucha constante y permanente de ciudadanos comprometidos por una sociedad más justa y un sistema de gobierno que garantice no solo la libertad individual, la propiedad privada, el libre comercio, sino también la justicia, la equidad y la solidaridad social.

Los imaginarios democráticos, es decir, las teorías, supuestos, creencias, valores, se han desarrollado en un diálogo permanente entre la tradición y la modernidad

Las teorías neoliberales que se fundamentan exclusivamente en la libertad individual, la propiedad privada, el libre mercado y procuran el achicamiento del Estado y la privatización de la propiedad pública, al igual que las teorías marxistas y neopopulistas que buscan el poder del “pueblo”, la concentración del poder del Estado y limitan la libertad individual, la propiedad privada y el libre mercado, ambas perspectivas, de diferentes maneras, no resuelven los problemas de legitimidad y representación política de la diversidad. Sino todo lo contrario.

Pues la democracia procura la justicia social, equidad, el derecho de elegir y ser elegido de los ciudadanos, como también, a decir de Charles Taylor, garantizar el reconocimiento de la diversidad cultural. Por tanto, un nuevo imaginario democrático debe ir más allá de la libertad individual del liberalismo y los conflictos de clases del marxismo.

La democracia no debe reducirse a un problema de representación política-electoral, sino ampliarse con el compromiso moral, la justicia social y el reconocimiento de la diversidad cultural. La democracia se fortalece a partir del diálogo, la deliberación y el compromiso moral de todos los ciudadanos dominicanos por construir un Estado de derecho, una sociedad con justicia social y reconocimiento de la diversidad cultural.

Wilson Castillo

Sociólogo, profesor.

Wilson Castillo es un sociólogo dominicano, investigador y docente universitario, reconocido por sus aportes al estudio de la sociedad dominicana, particularmente en las áreas de teoría social, sociología política, cultural y, su impacto en la juventud dominicana. Es egresado de la Escuela de Sociología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), institución en la que también ha desarrollado una destacada trayectoria como profesor e investigador.

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