Desde hace años hemos hablado de metas, pactos, agendas, compromisos. Hemos firmado declaraciones, asistido a seminarios, y discutido en interminables mesas técnicas los males del sistema educativo dominicano. Y, sin embargo, los resultados están a la vista: nuestros niños y jóvenes no están aprendiendo lo que deberían aprender. No por falta de talento, ni de deseo, sino porque el sistema les ha fallado. Porque les hemos fallado. Sí… ¿Por qué les hemos fallado?
¡Yo empiezo la Mea Culpa! Y si he fallado, ¡¡le pido al país perdón! Y se lo pido de rodillas… nadie tiene derecho a traicionar a las generaciones que van subiendo, ellos son el futuro, y el futuro está en aprender porque ¡Educar es Enseñar a vivir Mejor! Pero … Cómo … ¿Por qué? ¿Porque no había dinero…? En el tiempo que los octogenarios nos educamos y todavía estamos vivos, no había dinero, pero había maestros … No había redes … pero había juegos en la calle … No había APMAES … pero había padres y madres … No había seguridad … pero tampoco había libertad …
Pero… ¿qué sí había? ¿Qué sobraba? ¿Qué fue lo que heredamos? La capacidad de aprender porque un maestro, que no sé si le pagaban, ni nadie peleaba por sus derechos, tenía el compromiso, ¡¡¡la vocación de enseñar… modelaba una conducta moral y cívica que nos enseñaba y cómo aprendimos!!! ¡Gracias a Dios!!!
¿Dónde se rompen las alas?
La educación no se degrada por accidente, ni de la noche a la mañana. Se degrada cuando se politiza la escuela, cuando se nombra a incompetentes en funciones que exigen preparación y compromiso. Se degrada cuando se improvisa, cuando se dilapidan recursos en proyectos sin norte, cuando se repiten diagnósticos sin actuar sobre ellos. Se degrada, sobre todo, cuando se descuida la piedra angular del sistema: el maestro.
En la República Dominicana hemos hecho avances importantes: mayor inversión, más cobertura, mejores infraestructuras. Pero seguimos teniendo una deuda impagada con la formación, dignificación y profesionalización del magisterio. ¿De qué sirve una escuela con paredes nuevas si dentro de ella hay un maestro desmotivado, mal formado, abandonado por el sistema y despreciado por la sociedad?
Una nota aclaratoria: Hay excepciones, sí, como toda regla, siempre hay una excepción. No quiero pensar que mi amigo y hermano crea que no reconozco al maestro, al igual que al niño como víctimas de un sistema que ignora el valor de la dignidad y que no asocia esta con la formación moral, cívica, cristiana e integral que de una u otra manera es la que nos hace personas educadas. Y si nos hace personas educadas, al margen de nuestro origen social o económico, sabemos que van a vivir mejor. Y no porque lo digo yo, que en este inmenso planeta, no soy ni un minúsculo grano de arena, no. Lo han dicho los antepasados en la Edad de Piedra, lo han dicho los de la Era en que nació Cristo y se formaron en grupo los Apóstoles, lo dijeron en la 1ra Revolución Industrial cuando se creó la imprenta, o al inicio o al final de la primera y la segunda guerra mundiales…
Alemania se destruyó, por solo mencionar una nación. Pero ¿qué es Alemania hoy? Y a qué se debe … No me hablen de que los americanos aquí o los americanos allá… Se reconstruyó porque era un pueblo herido que nunca perdió su dignidad a pesar de los suyos que había enterrado. Se reconstruyó y se convirtió en una potencia porque hubo una voluntad colectiva que lo hizo enderezar el timón y llegar a puerto seguro. Y nosotros, dominicana, como nación… ¿enderezaremos el timón de la educación para no estrellarnos en el farallón? Señores, yo tengo esperanzas, esperanzas de que si la cabeza dice que despoliticemos queriendo hablar del clientelismo político y da el ejemplo y obliga a todos a seguirle, si de verdad hacemos de la educación una prioridad nacional que cree oportunidad para todos, y si los partidos políticos “sueltan” el sindicato de maestros, o se crean otros, por ejemplo, de directores, de técnicos… y la ley se modifica de acuerdo a la voluntad de la mayoría expresada en la consulta nacional que no s ventila necesariamente en el Congreso, entonces tenemos esperanza! ¡Esperanza en la juventud! Juventud divino tesoro que te vas para no volver, pero por favor quédate un tiempo a ver si tú puedes cuando nosotros no hemos podido.
Y hablando como los locos, el Informe Mundial sobre el Docente, publicado recientemente por la UNESCO y la Fundación SM, lo dice con claridad: no hay transformación educativa posible sin docentes bien preparados, bien apoyados y bien remunerados. Y eso, aunque se repita como mantra, sigue sin convertirse en política efectiva en muchos de nuestros países, incluida la República Dominicana.
El rostro invisible del fracaso
Hace poco, lideré un estudio nacional sobre los Centros Operativos del Sistema (COS) del INFOTEP y sus aportes a la empleabilidad. Al entrevistar a jóvenes egresados, una constante me conmovió profundamente: muchos habían logrado insertarse en el mundo laboral gracias a la dedicación de un facilitador técnico, ese maestro que les creyó capaces, que les dio más que clases, que les devolvió la autoestima. ¡Que les hizo comprender y trabajar para sus adentro lo que les permitió recobrar y luchar por hacer valer su dignidad!
Ese testimonio cotidiano es también una advertencia: cada maestro bien formado transforma vidas; cada maestro mal preparado perpetúa el círculo de la exclusión. En la Formación Técnico Profesional, ese vínculo entre educación y empleo es aún más crítico. No podemos permitir que los que educan para el trabajo lo hagan desde la precariedad, sin recursos, sin actualización, sin respeto.
Y mientras tanto, la migración juvenil aumenta. Muchos jóvenes no migran solo por falta de empleo, sino por falta de esperanza. Porque no creen que este país les pueda ofrecer un futuro digno. ¿Y qué esperanza puede sembrar una escuela donde no se aprende a pensar, a trabajar ni a convivir?
Una cruzada nacional por la educación
No estamos condenados al fracaso. Aún hay tiempo. Pero es preciso que se entienda que esto no se arregla con discursos ni cambios cosméticos. Se requiere una transformación profunda que comience por reconocer que el maestro es un agente estratégico del desarrollo nacional. Y que el compromiso, el derecho fundamental que manda la Constitución, es el niño que ha de aprender.
Desde el Senado de la República, desde el Ministerio de Administración Pública, desde el Consejo Nacional de Educación, y desde cada espacio que he tenido el honor de servir, he levantado la voz para recordar que el destino de nuestro país depende de lo que hagamos hoy con nuestros docentes. Por eso apoyo a los que han propuesto una Universidad Pedagógica, privada, dedicada exclusivamente a formar, con estándares internacionales, a los educadores del presente y del mañana. Porque no se puede cambiar la escuela sin cambiar primero la manera de formar a quienes enseñan en ella. La pública no da abasto. Y la privada puede tener más libertad.
También desde el Congreso del Defensor del Pueblo hemos escuchado a los niños y las niñas del país. A través de dibujos, cartas y testimonios, nos han dicho qué país sueñan: unos con escuelas limpias, maestros buenos, oportunidades para todos. No nos han pedido lujos, sino justicia. No nos han pedido tecnología, sino humanidad.
Concluir es comprometerse
No basta con identificar los problemas. Ya los conocemos. Lo urgente es actuar. Y para ello, propongo revivir el Pacto por la Reformativa Educativa Nacional —no de élites ni de comisiones técnicas— sino un Pacto Ciudadano, donde el país se comprometa con tres acciones concretas:
- Dignificar al maestro, con formación continua, incentivos justos y respeto público.
- Blindar la educación del clientelismo político, para que las escuelas no sean trampolines partidarios sino espacios de aprendizaje y equidad.
- Invertir en formación con visión, no solo en infraestructura, sino en saberes, habilidades y valores.
La educación no puede seguir esperando. No hay democracia posible sin ciudadanos pensantes. No hay desarrollo posible sin talento humano. No hay paz duradera sin justicia educativa. Si el siglo XXI nos exige competitividad, innovación y humanidad, entonces el camino comienza —y termina— en el aula. Si queremos seguir siendo esa economía de bonanza, creciente, y ejemplar, hagámosla que descanse en un capital humano, técnico y profesional, que haga posible que la producción de riquezas nos llegue a todos.
Y como me dijo una niña en uno de los talleres del Congreso: “Yo quiero un país donde los maestros nunca estén tristes”. Ese, amigas y amigos lectores, debe ser el país que nos propongamos construir. ¿Saben qué? ¡Es posible! Sí, es posible y aquí tenemos muchos maestros que comprometen el aprendizaje de los niños al abrirles los brazos y sonreírles y solo decirles “te quiero”.
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