“Nadie puede servir a dos amos; porque aborrecerá a uno y amará al otro, o se dedicará a uno y despreciará al otro” (Mateo 6:24). La advertencia bíblica milenaria tiene una vigencia incómoda en el mundo financiero actual. No se trata solo de una declaración de fe o moralidad; es un principio operativo: donde los intereses son contradictorios, alguien termina perdiendo.

En la industria financiera, el conflicto surge cuando quien administra capital ajeno recibe incentivos para actuar en su propio beneficio antes que en el de sus clientes. Puede ser un fondo de inversión que prioriza captar más activos, aunque eso diluya el rendimiento de los ahorrantes que le dan su confianza; una aseguradora que estructura coberturas de seguros para proteger su balance y sus beneficios antes que al asegurado; o una administradora de pensiones que diseña reglas para blindar sus comisiones, aunque la pensión prometida a los trabajadores ahorrantes (dueños del capital), se aleje cada vez más.

John C. Bogle, fundador del gigante gestor de fondos Vanguard, solía recordar esa cita del evangelio del apóstol Mateo cuando denunciaba que la industria global de administración de fondos se había alejado de su función esencial: servir a los inversores. No era un alegato religioso, sino un análisis práctico: la estructura misma de la industria había creado lealtades divididas, y el cliente siempre era el lado débil.

Ese principio trasciende cualquier producto financiero. Y en República Dominicana, las AFP lo encarnan con claridad preocupante. Aunque la razón de ser de las administradoras de fondos de pensiones debería ser maximizar la seguridad y el rendimiento de los fondos de los ahorrantes trabajadores y los aportes hechos por las empresas empleadoras, la estructura actual del sistema las incentiva a priorizar su propia rentabilidad. El resultado es un esquema en el que las comisiones se preservan aun cuando las pensiones proyectadas se deterioran, lo que desacredita el sistema de pensiones en su conjunto y alimenta la animadversión de empleados y empresas que hacen aportes a los fondos de pensiones.

El problema no es sólo ético, sino estructural. Si el éxito y los beneficios de las AFPs no dependen del éxito del afiliado, si sus ingresos están asegurados con independencia del valor real de la pensión futura, entonces el sistema opera con una lealtad dividida. Y como enseña el apóstol Mateo, esa doble fidelidad es insostenible: tarde o temprano, uno de los intereses se traiciona, y la experiencia muestra que no es el del administrador.

Servir a dos amos y el riesgo de olvidar su misión. En teoría, la misión y el deber fiduciario de las AFP es administrar los recursos de los ahorrantes dueños del capital (trabajadores) de forma prudente, eficiente y transparente, buscando el mayor beneficio posible para ellos. En la práctica, la prioridad es mantener su posición en el mercado, proteger sus márgenes y distribuir dividendos a sus accionistas. Ese desajuste entre propósito declarado y comportamiento real erosiona la confianza, perpetúa un desequilibrio y pospone la discusión de fondo: cómo construir un sistema de pensiones de capitalización individual que funcione para el afiliado y no a costa de él.

La cita del evangelio según el apóstol Mateo no es solo una advertencia moral; es una directriz de funcionamiento, una pauta de cómo debe operar cualquier administrador de dinero ajeno en el mundo financiero. Un sistema que permite y hasta recompensa la lealtad dividida entre el afiliado y la administradora está condenado a servir primero a quien controla la estructura, no a quien aporta el capital.

Por eso, y para preservar un sistema de capitalización individual que tiene grandes virtudes, se necesita un rediseño profundo de los incentivos: que las comisiones estén directamente vinculadas a la rentabilidad neta del afiliado; que exista representación efectiva de los trabajadores ahorrantes en la gobernanza del sistema; y que la regulación impida que una AFP prospere si sus afiliados no lo hacen.

Solo así podremos dejar atrás la era de los dos amos que menciona el Evangelio según Mateo y construir un sistema donde los afiliados, las empresas y las AFP ganen juntos, y obviamente, generen mayor valor económico y prosperidad financiera compartida.

Referencias bibliográficas:

-Bogel, John, the Battle for the soul of the capitalism, EPub.

-Frankel, Tamar, Legal Duties of Fiduciaries, Fathon Publishing company, Anchorage, AK, 2015

Angel Santana Gómez

Abogado y consultor

Licenciado en Derecho por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, PUCMM (2001). Maestría en Derecho de los Mercados Financieros de la Universidad Pontificia Comillas, Madrid (2006) y Máster en Derecho Internacional de Negocios y Administración de Empresas en la Escuela Superior de Ciencias Económicas y Comerciales, París, (2010) (École Supérieure des Sciences Économiques et Commerciales - ESSEC). Previamente abogado asociado en la firma Headrick, Rizik, Álvarez y Fernández en Rep. Dominicana y actual Director Legal en la división de banca de inversiones y servicios globales de valores del banco Societe Generale en Francia, encargado del área de servicios financieros a emisores de acciones y obligaciones cotizadas en las bolsas de valores europeas y financiamientos estructurados a fondos de inversiones públicos y privados. Miembro del comité de estudio de emisores de valores del observatorio jurídico de la Asociación Francesa de Profesionales del Mercado de Valores (AFTI por sus siglas en Francés) y miembro de la Asociación Nacional de Juristas de Bancos franceses (ANJB). Instructor y conferencista sobre reglamentación financiera, custodia de valores y servicios post trade, operaciones financieras en los mercados de capitales, financiamientos estructurados internacionales y fondos de inversión.

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