Ante la llegada del nuevo año, conviene realizar una breve reflexión sobre el pasado, así como hacer pronósticos sobre lo que nos espera en el próximo. Los sentimientos que mueven a esta reflexión no pueden estar motivados por la añoranza, ni por un sentido de culpabilidad, sino con la intención de rescatar para el presente las fortalezas y debilidades de lo acontecido. Ello nos ayuda a hurgar su origen y así impulsar la senda que conduce al bienestar de la población.

De acuerdo con el informe por el Ministerio de Interior y Policía de la República Dominicana, se ha registrado un progreso en la seguridad ciudadana. Indicando que hubo una disminución en los homicidios y otros delitos. Esta evolución es gracias a la entrada en servicio de los primeros agentes policiales, egresados de los programas de formación en seguridad, ya que los mismos han comenzado a cumplir su misión de protección al ciudadano con profesionalismo y rapidez.

Por otro lado, el tema de la corrupción administrativa sigue marcando una tensión entre persecución y escepticismo ciudadano. Desde otro punto de vista, pululan las investigaciones y expedientes abiertos, continúan las denuncias en las redes sociales y en el Ministerio Público. Hay una sensación de que hay casos en la justicia, pero hace falta cerrar procesos, lo que conlleva dictar condenas con una justicia seria, transparente, responsable y que el patrimonio descubierto en manos ajenas, en todos los niveles, sea devuelto al Estado de una forma íntegra.

La Iglesia se convierte en un actor importante en la defensa de la dominicanidad, la dignidad humana, los pobres, los marginados, la cultura, la promoción de los campesinos y el bien común.

La lentitud de la justicia, ya legendaria, se agudizó más durante el pasado año. Pero lo que realmente conmocionó al país y debilitó la confianza de los ciudadanos en sus instituciones fue la falta de control (palpable en sectores como salud, educación, medio ambiente, entre otros) que conlleva la implementación de la corrupción.

Ya casi finalizando el año, la prensa y las autoridades judiciales nos revelaron el asalto cometido por unos desalmados a la salud de la mayoría de los dominicanos (sobre esto queremos respuestas contundentes y no chivos expiatorios); lo que bien se puede calificar no como un simple acto de corrupción, sino como un crimen de lesa humanidad por las consecuencias funestas que ocasionaron a millones de dominicanos que podrían llegar al extremo de morir por falta de los servicios de salud.

Hay que resaltar el crecimiento en la implementación de la justicia independiente, donde se han forjado los cimientos para crear una verdadera cultura sobre la palabra autonomía.

La secuela de los diferentes casos de corrupción, además de la tragedia humana, constituye una herida abierta en la credibilidad del gobierno que tardará mucho en cerrarse. Rogamos a Dios y a la Virgen de la Altagracia para que el próximo año sea de restauración de confianza y de buenas prácticas por parte de nuestro gobierno. Y para el pueblo dominicano, un año de bienestar para todos, en especial para los más necesitados, y en lo espiritual.

Mi gran deseo es que en todos los sectores (empresarial, iglesias, sindicatos, gremios, familia, juntas de vecinos, entre otros) exista un vínculo sincero y franco de frente al 2026, para luchar por seguir creciendo en todos los niveles, especialmente económico, infraestructural, generación eléctrica y responsabilidad moral, a sabiendas de que el país es de todos y no podemos ser pesimistas y mantenernos de brazos cruzados.

Debemos sacrificarnos para superar las debilidades existentes; se hace urgente y necesario el cambio de las personas que dirigen algunas instituciones por otras que tengan capacidad gerencial para que las mismas sean más eficaces, que prime el interés general del país, no el particular o personal.

A nivel de la geopolítica, se acumularon acontecimientos que bien pueden valorarse algunos como positivos y otros como negativos. En un mundo convulsionado donde la violencia presentó su cara más horrenda, como es el caso de la masacre de todo un pueblo en Palestina, la continuación de la guerra entre Rusia y Ucrania, como también en África, donde está el más alto porcentaje de católicos perseguidos, así como la alteración del orden en diversos países de Latinoamérica, y a pesar de todo este acontecer, nuestra Nación vivió un año con gran estabilidad política.

Esa paz política nos permitió avanzar en nuestro desarrollo económico y social, inaugurar nuevos proyectos dentro de las áreas turísticas y de zonas francas, así como mejorar la infraestructura vial de nuestro país.

Sin embargo, en los aspectos negativos del 2025 se hace necesario mencionar la revelación de actos de corrupción que conmocionaron a nuestra sociedad. Entre ellos, la infiltración del narcotráfico en la política local: las nuevas denuncias sobre el alcance del dinero sucio de las drogas para influir en la elección de nuestros legisladores nos mueven a una profunda reflexión.

En torno al medio ambiente, el 2025 consolida un diagnóstico duro: descontrol en la basura, problema del agua, costas y vulnerabilidad climática. Un futuro promisorio a nivel de los recursos naturales explotables en la República Dominicana, pero a la vez la incertidumbre en torno a la desconfianza histórica de la población en los proyectos mineros que afectan el medio ambiente.

En educación, el país continúa presentando resultados muy bajos en la prueba PISA y, aunque hay programas muy beneficiosos para el aprendizaje de los estudiantes, el sistema necesita una reestructuración donde las decisiones sean motivadas por el bien de la educación y no por otras orientaciones, políticas o económicas.

Elementos que en el 2025 fueron palpables: más cohesión en la ciudadanía, mostrada en la sensibilidad pública ante la violencia intrafamiliar que ha llevado a tantas muertes de hombres y mujeres. Se ha madurado en la lucha contra la corrupción y la impunidad. Lo mejor que se puede destacar es el despertar de la población, la cual se mantiene atenta y vigilante.

El año estuvo marcado por los nuevos modelos digitales y políticos, impactando fuertemente a los jóvenes y convirtiéndose en su nuevo paradigma. El desafío es que la viralidad digital premia el algoritmo que no siempre se apega a la verdad o a lo bueno, sino a lo que engancha, la confrontación y el morbo. Lo que se busca es el dinero fácil, la fama y lo viral, convertir la identidad en espectáculo, la política como show, no como un bien común, pérdida de la moral, cuando lo escandaloso se vuelve norma.

Ante todo, se necesita un proceso de alfabetización digital que involucre la escuela, las parroquias e iglesias y las familias, juntas de vecinos y grupos sociales. Como también la atención en el uso de inteligencia artificial (IA), para ser más eficientes en las instituciones públicas y privadas.

El tema de la corrupción administrativa sigue marcando una tensión entre persecución y escepticismo ciudadano. Desde otro punto de vista, pululan las investigaciones y expedientes abiertos, continúan las denuncias en las redes sociales y en el Ministerio Público.

Para el 2026 se esperan más oportunidades para la juventud, más programas de salud mental, fortalecimiento de los valores: tanto en las familias como en las escuelas. Aunque se ha avanzado en la eliminación de la pobreza, falta mucho por recorrer para eliminar el abismo existente entre la pobreza y la riqueza. Así, las diferencias sociales serán mínimas y los pobres y vulnerables seguirán creciendo en la dignidad y promoción humana.

En cuanto a la religión, han proliferado los distintos grupos de lineamiento cristiano y han penetrado de una forma sutil religiones que se distancian de nuestra cultura e identidad como pueblo. Por tal razón, les hago un llamado a los organismos de inteligencia para que pongan atención a estas realidades, no solamente con los foráneos, sino también con los locales, para evitar muchos problemas de futuro.

Por otro lado, la Iglesia Católica ha mostrado un rostro más esperanzador, creando una nueva demarcación, la Diócesis Stella Maris con Monseñor Manuel Antonio Ruiz De La Rosa, y la figura canónica de un arzobispo coadjutor en la persona de Monseñor Tomás Morel Diplán en la Arquidiócesis de Santo Domingo; esto va mostrando un rostro más esperanzador con nuevos prelados con signos comprometidos al profetismo que nunca deben faltar en la comunidad eclesial. La Iglesia se convierte en un actor importante en la defensa de la dominicanidad, la dignidad humana, los pobres, los marginados, la cultura, la promoción de los campesinos y el bien común.

Mons. Jesús Castro Marte

Sacerdote

Monseñor Jesús Castro Marte. Labores Pastorales: Obispo de La Diócesis Nuestra Señora de La Altagracia, Presidente de la Fundación del Museo de La Altagracia, Gran Canciller de la Universidad Católica del Este (UCADE), Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Dominicano, Presidente del Pensamiento Altagraciano. Maestrías: Magíster Tecnología Educativa, en la PUCMM, 2009; Magíster en Historia Aplicada a la Educación, en la PUCMM, 2012; Máster en Gestión internacional de Universidades, en la Universidad Alcalá de Henares, España, 2014; Máster Internacional en Bioética, Fundación Jérôme Lejeune.

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