Nunca habíamos contado con tantos jóvenes formados en el extranjero gracias a las becas del gobierno, ni con tantos profesionales titulados con maestrías; sin embargo, esta inversión en capital humano contrasta con las ostensibles limitaciones que se manifiestan en parte de los integrantes de nuestras cámaras legislativas, falencias que cuestionan a estos órganos de representación política.

Esto confirma que el nivel educativo promedio de los votantes no se traduce necesariamente en una élite política más ética o más competenteEn otras palabras, la producción de talento no garantiza un cambio en la calidad de nuestros representantes.

Y eso proviene de que nuestro sistema político y electoral sigue premiando la lealtad partidaria, el clientelismo y la capacidad de financiar campañas más que la preparación académica o la integridad.

Los partidos dominicanos funcionan más como clubes de poder que como espacios de renovación democrática y el “capital político” se acumula por favores, alianzas y control de recursos,  perpetuando la idea de que la política es un negocio rentable y no un servicio público.

Esto deja el terreno libre para los políticos más “populistas” o mejores expertos en manejar símbolos y emociones.

Una población joven y más educada puede sentirse presa por el hecho de que la estructura política y la cultura ciudadana actuales neutralizan su potencial de cambio. Sin reformas institucionales y un cambio en cómo la sociedad entiende y ejerce la política, el talento se desperdicia o se acomoda al statu quo, a pesar de considerarse éste indeseado.

De hecho, la sociedad dominicana de hoy se encuentra atrapada en un cerco cultural y político cada vez más férreo, moldeado por el peso de determinadas iglesias y sus formas de concebir la fe, la carga de un nacionalismo mal entendido y una tradición de poder que exalta el orden por encima de las libertades.

Lo preocupante es que este conservadurismo ya no se limita a ciertos sectores: se ha instalado con naturalidad en el discurso oficial, se traduce en leyes y domina el debate público.

Resulta inevitable recordar que, hace apenas unos años, buena parte del electorado creyó que el “cambio” anunciado por el presidente Abinader significaría abrir ventanas a nuevos derechos y oportunidades. Hoy se observa que para una franja de ese electorado esas ventanas parecen cerrarse antes incluso de haber sido abiertas.

La aprobación del nuevo Código Penal con disposiciones restrictivas en derechos (por ejemplo, la penalización total del aborto y la ausencia de avances en derechos de diversidad sexual), combinada con el endurecimiento de las políticas y el discurso antimigratorio, son claros indicadores de un reforzamiento del conservadurismo en la esfera pública y partidaria dominicana.

En cambio, persiste un fuerte apoyo a políticas de subsidios y gasto social, algo más típico del populismo latinoamericano que de un neoliberalismo duro de derecha, lo que configura un panorama en el que la derecha moral se combina con rasgos económicos de corte populista.

El conservadurismo dominicano protege un modelo social y político que genera estabilidad para unos pocos pero limita el bienestar colectivo y aumenta las brechas sociales.

Los que apostamos por avances sociales nos sentimos resacados, pero decididos a defender más que nunca los derechos fundamentales y promoverlos en todos los ámbitos.

Debemos hacer verdaderas campañas de educación cívica y educación en derechos que no se limiten al mero estudio de la Constitución para informar a la población sobre la limitación de sus derechos y la importancia de protegerlos.

Si el relato progresista ha fallado hay que adaptarlo a las nuevas situaciones para que conecte con preocupaciones concretas de la gente. No debemos regalar al conservadurismo el monopolio de valores como “familia”, “patria” o “seguridad” que debemos  resignificar desde una visión inclusiva.

Con un uso estratégico de la comunicación se puede  generar contenido audiovisual atractivo, breve y viral que toque el sentido común enfocándose en valores compartidos como justicia, honestidad, igualdad de oportunidades, defensa del medio ambiente y dignidad para todos.

La lucha de hoy es educativa, se trata de una batalla cuerpo a cuerpo contra la ignorancia, el nacionalismo xenofóbico, el racismo y por la necesidad del respeto de los derechos humanos para el bienestar de las grandes mayorías.

Elisabeth de Puig

Abogada

Soy dominicana por matrimonio, radicada en Santo Domingo desde el año 1972. Realicé estudios de derecho en Pantheon Assas- Paris1 y he trabajado en organismos internacionales y Relaciones Públicas. Desde hace 16 años me dedicó a la Fundación Abriendo Camino, que trabaja a favor de la niñez desfavorecida de Villas Agrícolas.

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